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Víctor Sokolski: “En el ardor del combate no se sentía miedo”

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“[…] Nos bombardeaban sin cesar. No hubo una línea fija del frente, nuestra infantería motorizada mantenía la defensa delante del regimiento de obuses. Los carros de combate nazis estaban a unos 300–400 metros de nuestras posiciones de fuego. Todo el cielo estaba cubierto de humo negro, ardían lo
Víctor Sokolski: “En el ardor del combate no se sentía miedo”

“[…] Nos bombardeaban sin cesar. No hubo una línea fija del frente, nuestra infantería motorizada mantenía la defensa delante del regimiento de obuses. Los carros de combate nazis estaban a unos 300–400 metros de nuestras posiciones de fuego. Todo el cielo estaba cubierto de humo negro, ardían los tanques alemanes y los nuestros, y la misma tierra ardía. Pero en el ardor del combate no se sentía miedo, todos hacían tranquilamente su trabajo bajo el fuego del enemigo.

En la noche del 15 al 16 de julio los alemanes se agotaron por completo y nos ordenaron prepararnos para el contraataque. En el alba, con mis diez soldados, me dirigí a la cota en la que quería armar un punto de vigilancia. Sin embargo, resultó que los alemanes también habían elegido esta cota y chocamos con su fuego. Los hicimos retroceder, pero me hirieron en la cara y en el brazo.

Me internaron en el hospital de Sverdlovsk. A pesar de tanto romperme los médicos el brazo mal cicatrizado, éste de todas formas me quedó más corto que el otro. Todos los pacientes de nuestra sala tenían brazos enyesados.

Entre los heridos había un oficial que dibujaba en nuestros yesos escenas de batallas, escudos, calaveras con huesos, botellas de vodka con cartas para jugar. El comisario del hospital se mareaba al ver esta “pinacoteca” y enseguida nos cambiaban el yeso.

También abandonábamos el hospital sin autorización, saltando por la ventana, para visitar el Teatro de la Comedia Musical donde había asientos reservados para los condecorados. En la sala del hospital teníamos bastantes condecoraciones y uniformes, y los jefes hospitalarios regularmente hacían intentos para encontrar su escondrijo. Pero todo era inútil, no lo pudieron encontrar. Resulta que en la sala teníamos varios bustos de los líderes, vacíos por dentro, y es allí donde guardábamos los uniformes necesarios para salir.

Al ser dado de alta recibí las vacaciones de un mes, y como no tenía donde ir, me dirigí al frente de Voljov donde mis padres ejercían el servicio militar. En las cartas que intercambiábamos, mi padre me insinuó la ubicación de su frente “entre líneas” (para evitar la censura militar), evocando a tal o cual episodio de las películas soviéticas.

Mi padre fue reclutado como médico jefe de los hospitales de campaña y mi mamá partió como voluntaria al ejército y pasó toda la guerra al lado de su marido. Yo pasé un mes con ellos y luego en la comisión sanitaria confirmé que no tenía impedimento alguno para  seguir combatiendo. Me enviaron al frente de Leningrado.

En la primavera de 1945 tuve otro encuentro inesperado con mis padres. Nuestro regimiento de tanques número 233 sufrió pérdidas considerables y fue dejado en la ciudad de Deutsch Eylau para esperar nuevos equipos y personal. Me enviaron a la estación ferroviaria para averiguar para cuándo se esperaba la llegada de nuestro convoy. En otras vías estaba otro tren con cruces rojas en los vagones, rodeado por enfermeras jóvenes. Yo, teniendo en aquel entonces 21 años, no pude no dejar de notarlas.

Me presenté a las muchachas, entablé conversación con ellas y supe que habían llegado a Prusia con su hospital de campaña encabezado por el teniente coronel Sokolski. Así que, cuando irrumpí en el vagón de los jefes rodeado de las enfermeras jubilosas, mis padres quedaron estupefactos.

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