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Paparazzi animal

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Paparazzi animal

Más bien para matar el tiempo que por otra cosa estaba viendo la TV. De pronto, haciendo zapping vi una nota sobre un zoológico. Me dije: “¿Esto será en Moscú?” Entonces, recordé que antes de venirme a la capital rusa busqué en Internet datos sobre lugares turísticos que debía visitar. Volví a revisar en la web y encontré esto:

“El Parque Zoologico de Moscú se encuentra en el mismo centro de la capital de Rusia y es uno de los mas grandes del mundo. También es el mas antiguo de Rusia…”.

Esto tengo que verlo, pensé.

Me serví un vaso de Coca Cola -la que afortunadamente se llama “Coca Cola” en estas latitudes- y llamé a una colega que hablaba español (y ruso, obviamente):

- Hola, devushka (señorita, en español). ¿Cómo estás? ¿Qué haces? ¿Tienes planes para esta tarde? Es que, sabes, tengo una idea y se trata de…

10 segundos después ella exclamaba, casi aullando:

- ¡QUÉ! ¡TÚ DEBES ESTAR LOCO!

Me quedé pensando:

-          Bueno ¿pero debes recordármelo justo ahora…?

-          Francisco ¡está nevando! ¡Sólo alguien loco podría pensar en ir al zoológico con nieve! Hace frío afuera.

-          Sí, pero debe ser bonito ver a los animales entre la nieve…

-          Más bonitos son cuando hay buen tiempo, eso te lo aseguro.

-          Sí, pero eso lo puedo ver en Santiago de Chile. Y así ha sido muchas veces. De pequeño, mi madre solía llevarme. Yo comía helados y trataba de hablar con los monos… Eso era muy lindo, pero si estoy en Rusia es para ir al “zoo ruso”. ¿Qué quiere decir eso? Ver a los animales en la nieve. Eso: o sea, algo que nunca pueda ver en mi país.

-          Pero hace frío...

-          Anda, dí que sí. Antes, si quieres, podemos pasar a comer y –no quería decir esto, pero debí potenciar mi poder de convencimiento- también… eh… bueno… te puedo enseñar una palabrota en español.

 

¡Niet “palabrota”!

Eso terminó de convencerla. Pero yo no estaba diciendo la verdad y eso me estaba haciendo sentir un poco mal.

Dos horas después nos juntamos en el metro Park Kultury en pleno centro moscovita.

-          Priviet- me dijo al verme.

-          Priviet- le dije yo al verle.

Tras intercambiar mutuamente estos “Hola” en ruso, ella atacó en seguida.

-          ¡Enséñame mi palabrota!

Actué con rapidez:

-          ¡Ohhhh! ¿Qué me sucede? Me siento extraño. No me reconozco… ¿Quién soy? ¿Dónde estoy? ¿Quién… es usted?

-          Ahora me vas a decir que perdiste la memoria…

-          ¿Quién… quién es usted?

Algunas horas después volvió a reiterar su petición:

-          Mire, señorita. El español es un idioma demasiado preciado para mí como para que yo lo ande desprestigiando en público. Además, ninguna señorita rusa dirá una palabrota en español en mi presencia. Ustedes son demasiado bellas como para ensuciar su boca con esas cosas. Deje las palabrotas a los españoles o los latinoamericanos feos y mal agestados  como quien habla. Si quieres después te puedo invitar a tomar once…

-          ¿Once? ¿Y eso que es?

Entonces, recordé que no estaba en América:

-          Mmm, el “five o`clock tea”.

-          Jorochó.

-          ¿Y eso que significa?

-          “Bien”.

-          Spasibo. Ya conozco una nueva expresión en ruso.

 

“Sléduyuashaya stántsiya...”

El Metro. Entrar al Metro. Llegar a las escaleras. Bajar las interminables escaleras que te hunden casi hasta el centro de la tierra. Caminar rápidamente junto a los rusos hasta llegar al ferrocarril subterráneo que debe llevar unos 40 o 50 años funcionando. Ver como el tren se acerca y se detiene a nuestro lado. Esperar la apertura de puertas. Subir al Metro. Escuchar la reproducción de una voz femenina que dice “Ostorozhno: dveri zakryvayuitsa. Sléduyuashaya stántsiya...” (lo que, creo, quiere decir: “Atención: las puertas se cierran. La próxima estación es…”, pero como tú no sabes ruso, no tienes idea de que se anuncia). Situarse en una postura firme y que evite que te caigas ante las contundentes sacudidas del tren. Tratar de escuchar algo de música en el Mp3, pese a que el ruido del movimiento subterráneo es casi ensordecedor. Sentir que estas desplazándote por las entrañas de la gigantesca ciudad de Moscú, pese a que tu cuerpo no se mueve ni un solo centímetro. Y llegar a la siguiente estación. Aguardar el descenso e ingreso de la gente. Y: “Ostorozhno: dveri zakryvayuitsa. Sléduyuashaya stántsiya...”. Y avanzar, avanzar, avanzar. Combinar, tal vez, en alguna estación para pasar a una de las otras 11 líneas de uno de los metros más extensos del mundo y… llegar a destino:

El Metro Krasnoprésnenskaya.

 

Una pregunta bestial

Cuando salimos de la estación nevaba copiosamente y corría un viento fuerte, acerado, por lo que la visibilidad se tornaba dificultosa. “Vamos, es por acá”, dijo Yekaterina. Caminé a su lado y encendí un cigarrillo. Pocos minutos después estábamos a las puertas del zoológico de Moscú, el más grande de Rusia y también el más antiguo, con más de 140 años de servicio a favor de la vida animal.

- ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

Miré hacia la entrada. Más allá del gigantesco arco de piedra sólo podía entrever una vasta extensión de territorio cubierto de nieve. Casi no veía gente. A lo más una madre con sus niños o una pareja que caminaba rápidamente. Los animales debían estar en alguna parte, pero ¿dónde? Así es que nieve y viento. Viento y nieve. Y miles de animales ausentes o, probablemente, ocultos tratando de escapar de la espesa “lluvia blanca” que caía sobre sus hogares. En tanto, yo ahí con mi parka con capuchón recubierto de pelo animal…

Por lo tanto, entrar al zoo era como estar en Siberia o, al menos, como yo imaginaba sería Siberia.  

- Pocas veces he estado tan seguro de algo en mi vida.

Miré a Yekaterina y puntué mis palabras con una contundente voluta de humo que dirigí al cielo que nos bombardeaba con nieve.

 

Animal power

Y entramos.

De un momento a otro y en medio del interrumpido rugido del viento estuvimos inmersos en aquella inmensidad. Nos pusimos a caminar,  acercándonos a una suerte de grandes establos o, sino, a una especie de cuartos cerrados con gruesos vidrios transparentes. Sí, tal como había leído, una de las características del zoo era que una parte de los animales vivía a la intemperie casi como en recreaciones de su vida salvaje.

Estaba recordando eso cuando me fijé que en una de las cuadrillas había varios montículos de color oscuro, casí negro, diríase. Me detuve y observé detenidamente. Pasaron algunos segundos… ¡y de pronto, una de aquellas extrañas formaciones se movió! ¡Jesús, María y José! ¡Virgen santa! ¡Apiádate de mi, Dios Todopoderoso! ¡Qué eran esas cosas! Pues bien, en un instante lo advertí: no eran ni más ni menos que unos 8 bisontes reunidos cual camaradas y echados sobre la tierra para disfrutar de la nevazón, tal como uno lo hace para tomar el sol. ¡Y el tío ese que se levantó tenía una cara de asesino que no se podía creer! Luego, extrañamente, el bisonte pareció advertir que había un extraño observándole pues se volteó y me miró fijamente… ¡Se los juro! Aquel enorme cuadrúpedo de unos 2 metros de alto y que debía pesar unos 900 kilográmos coronados con una cabeza gigantesca que tenía dos cuernos y cuya mirada era lo más parecido a la oscuridad absoluta, esa bestia me estaba observando concentrada y absórtamente. Para rematar la escena, al parecer dos de sus colegas advirtieron que sucedía algo inusual, por lo que no hallaron nada mejor que levantarse y caminar lentamente cerca del que tenía toda la apariencia de líder de la manada.

Si esos animales me hubiesen tenido a su lado… hoy no estaría contando esto. Pero no lo estaba y aún estoy vivo. Aquella excursión sí que había valido la pena. ¡Ahí la tenía: a la naturaleza esencial y salvaje en pleno corazón del centro de la capital de Rusia!

¡Buen retrato que le saqué al bisonte! ¡Quedó inmortalizado para la posteridad!

A partir de ahí –y acompañado por Yekaterina, quien no dejaba de mostrarse sorprendida con mi petición de que “necesito encontrar a los monos… para ver si intercambiamos un par de palabras”- comencé una auténtica sesión de paparazeo animal.

Pinguinos, osos blancos, tigres, burros, gaviotas, cisnes, patos, buitres, mandriles, llamas, gorilas, ñandús, avestruces, focas, elefantes, zorros, boas, tortugas, buhos, lobos, dromedarios, simios, loros…

Todos ellos pasaron frente a mi cámara como si fueran estrellas de un festival cinematográfico o famosos en la inauguración de un club de moda. Mi propósito era captar sus movimientos inesperados o alguna locura en su conducta, sobretodo respecto a las especies exóticas, pues ¿qué hacía un papagayo tropical o un cocodrilo viviendo en aquel zoológico en medio del frío y mítico “invierno ruso”? Bueno, pues de algo sí podía estar seguro: sus antepasados remotos nunca supieron nada de la particular vida y el clima de esta nación.

Por cierto que muchísimos animales se mantuvieron refugiados y sin dejarse ver, cobijándose del particular clima circundante. No es para culparles: estaba muy raro todo aquella tarde. 

De todas formas, fue, sin duda, una jornada inolvidable en la que la nieve que anegaba aquel singular hogar animal no hizo si no que hacer eterna la magia de aquel día.

El zoológico de Moscú en pleno invierno y completamente cubierto de nieve: una imagen bellísima e irrepetible que conservaré hasta el último de mis días.

Un par de horas después una voz femenina me sacó de mi blanco ensueño y me devolvió a la realidad: “Ostorozhno: dveri zakryvayuitsa. Séduyuashaya stántsiya...”.

(PD: Por si es que les interesó este zoo, en esta página web pueden encontrar unas preciosas fotos tomadas a comienzos del siglo pasado: http://englishrussia.com/index.php/2008/09/29/moscow-zoo-at-1920/)

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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