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Un Shaolin de Crimea cura adicciones e infantilismo

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Han pasado quince años desde que un centro de prácticas de Shaolin apareciera en los mapas de Europa Oriental, en concreto en el sur de Ucrania. Este plazo de tiempo se comprobaron las posibilidades extraordinarias de la denominada escuela Dragón-Tigre en la curación de desvíos mentales y adiccione
Un Shaolin de Crimea cura adicciones e infantilismo

Han pasado quince años desde que un centro de prácticas de Shaolin apareciera en los mapas de Europa Oriental, en concreto en el sur de Ucrania. Este plazo de tiempo se comprobaron las posibilidades extraordinarias de la denominada escuela Dragón-Tigre en la curación de desvíos mentales y adicciones patológicas.

Entrenar el cuerpo, encontrar un equilibrio interno, devolver al hombre a su entorno natural, reforzar la voluntad y tratar las enfermedades son los objetivos de una escuela fundada en el poblado de Pereválnoye cerca de Simferópol, la capital de Crimea, y la famosa notabilidad turística de Kizil-Coba, o 'Cavas Rojas'. Con todo eso, se hizo conocida dentro y fuera del país gracias a su alta eficacia en rehabilitación de drogadictos y padecientes de dependencias tóxicas entre los jóvenes ucranianos.

Valeri Marzhin, presidente de la Asociación Kung-fu de Crimea, profesor de la cátedra de gimnasias de la Universidad Estatal de Simferópol y fundador de la escuela de Dragón-Tigre, es el mayor promovedor de los artes marciales de China y todo el conjunto las metódicas de Shaolin en suelo ucraniano. Para que laboren en beneficio de los vecinos de Crimea convirtió un campamento veraniego infantil en un peculiar 'monasterio del bosque joven', con la ideología y el régimen muy propio de los monjes budistas, aunque sin pertenencia a religión específica alguna.

La mayoría de los que pueblan el campamento son los adolescentes y jóvenes que padecen adicciones. Pero el método de Kung-Fu no es solo para curar adicciones, sino para mimar y formar desde la más tierna infancia  otro tipo de personalidad.

“Los niños, especialmente de ciudades, no están preparados para la vida —explica el mentor de la escuela de Simferópol—. Les protegen del trabajo, de las agitaciones superfluas, de todo tipo de preocupaciones: dicen que no es preciso privarles de su infancia. Y después resulta que la infancia continúa hasta los dieciocho, veinte o treinta años. Cuando los niños llegan al campamento, caen completamente otras condiciones: aquí deben preocuparse por sí mismos y por los demás.

“Nadie viene a esta escuela por casualidad —advierte Marzhin—. Hay una vibración en los padres, esta vibración pasa a los niños o los niños impulsan su vibración de la búsqueda a los padres. Los niños suelen venir ya con algo de sabiduría. Se expresa en que responden con espontaneidad”.

El maestro cita como un ejemplo la escena en la que dice a un niño de dos años: “¿Qué vamos a hacer, luchar o rendirnos?” Y este responde instantáneamente: “¡Atacar!”. Él encuentra su propia palabra, luego que su elección ya es consciente y tiende a reservar para sí la opción libre. Cuando entra en la casa, lo primero que grita es: “¿Dónde está mi espada?” Eso caracteriza un tipo de mentalidad diferente, más perspectiva, considera el mentor.

Los alumnos de la escuela madrugan con el sonido de una campana y luego se recargan con la energía de un meteorito puesto en un improvisado pedestal budista. Durante el día se dedican a las artes marciales, corren, parten leña, hacen ejercicios respiratorios, crían de las abejas, recogen setas y frutas en el bosque. Y es sólo una parte de sus múltiples actividades.

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