El canal internacional
de noticias en español
más visto en el mundo
Actualidad

Viaje al hermetismo: ¿cómo es hacer turismo en Corea del Norte?

Publicado:
Viaje al hermetismo:  ¿cómo es hacer turismo en Corea del Norte?

Hay un país en el mundo en el que no hay problemas de tránsito, donde la mayoría de la gente tiene el hábito de caminar mucho o usar la bicicleta, un país sin fábricas que contaminen el ambiente, un país en el que todos reciben gratuitamente educación, salud y vivienda.

Nadie se queja en ese país. Los que viven dentro desconocen qué sucede afuera y tienen interiorizado que viven en el paraíso, los que viven fuera desconocen qué sucede adentro y tienen interiorizado que se trata del infierno.

El desconocimiento se transformó en una oportunidad para las agencias de viajes de ese país, que hicieron del habitual encuadre mediático externo un atractivo turístico: "anímese a visitar el sitio más hermético del mundo".

Nieva sin cesar en Dandong, la ciudad del sur de China que limita con Corea del Norte. En pleno año nuevo chino, el del mono, veinte turistas provenientes de ocho países distintos contrataron un 'tour' para conocer la República Popular y Democrática de Corea.

El tren anunció su partida y Charlotte, una de las inglesas, es la delegada de la empresa norcoreana con sede en Pekín que organiza el viaje. Pálida, rubia, flaca, tan inglesa que podría ser la imagen del 'Underground' de Londres, pero decidió trabajar para el régimen de Kim Jong-un.

Reúne a todos los turistas porque es la hora de subir. Cuenta hasta veinte y se señala a sí misma, veintiuno, están todos. Vuelve a contar. Y otra vez más. En el último viaje que hizo volvió con un turista menos, el estadounidense Otto Frederick Warmbier, un estudiante de comercio de la Universidad de Virginia que se transformó en el tercer occidental que entró con un 'tour' y no salió porque quedó en prisión.

—¿Por qué quedó preso, Charlotte?

—No puedo decirlo

—¿Pero qué tan grave es lo que hizo?

—Solo voy a decir que violó las normas.

La RPDC había comunicado que fue visto cometiendo un "acto hostil contra el Estado".

Apenas unos quince minutos después de salir de Dandong el tren supera el Puente de la Amistad Chino-Coreana sobre el río Yalu y pisa vías norcoreanas en la ciudad de Sinoju. Suben oficiales y piden las cámaras, los 'pendrives', las memorias, las computadoras, los celulares y los "buku, buku" ¿Qué? Ah, books. Se sabe que por ejemplo la Biblia o el Corán están prohibidos, pero, ¿por qué revisan con tanto ahínco las fotografías?, ¿qué buscan?

Como no están permitidas las cámaras profesionales por la amplitud de su zum, uno de los dos argentinos del contingente decidió llevarse una 'pocket' que nunca le devolvió a su ex. El oficial al poco de requisar exclama: "América, América, iunaited esteits". El argentino se pone pálido, olvidó borrar las fotos de los Estados Unidos de la tarjeta de memoria. Imágenes del país enemigo número uno de Kim Jong-un en la cámara de alguien que dice ser de otro país, de uno alejado, ¡de Sudamérica! y no hay ni siquiera una visa estadounidense en su pasaporte. Todo muy sospechoso.

Pero el oficial comienza a sonreír. Por primera vez en su vida está viendo imágenes de la Quinta avenida, del Times Square, de la Torre de la Libertad. El argentino nunca olvidará la conversación que mantuvo en un idioma inexistente, plagado de muecas, con un oficial norcoreano sobre el viaje de su ex a Nueva York.

Los oficiales se van tras varias horas de requisa y el tren retoma su marcha rumbo a la capital, Pionyang. No hay indicaciones precisas sobre si está permitido fotografiar el paisaje desde el tren, algunas crónicas de gente que viajó anteriormente testimonian que no pero la tentación es inevitable y, entonces, implícitamente todos los visitantes van asumiendo una política arriesgada cuyo lema podría ser "pedir perdón y no permiso". No hubo sanciones, el régimen habría flexibilizado esa restricción desde hace unos años.

La constante del camino es la tierra trabajada, no hay metro cuadrado que no lo esté, sobre la vera de las vías hay mucha nieve joven y plagada de huellas, sin embargo, no se ve ni una sola persona caminando. De repente aparecen algunos hombres, están en cuclillas sobre un riacho congelado haciendo pequeños huecos en el hielo para dejar caer la tanza de sus cañas de pescar. Más adelante, una mujer pasea un grupo de patos con una correa como si fueran perros y una vaca cumple las funciones que habitualmente en otros países desarrollan los caballos, arrastrando una carreta con paja mientras recibe azotes de un campesino. Luego, por más de dos horas no aparece nadie, pero la nieve sigue mostrando huellas. Antes de arribar, tres veces más se interrumpe el paisaje para repetir con asombrosa similitud la misma secuencia, como si alguien hubiera copiado y pegado el paisaje en la ventanilla del tren: hombres en cuclillas, patos de paseo, vacas-caballo hasta que cerca de Pionyang se empieza a ver gente trabajando en el campo, siempre de a uno, aisladamente.

Un solo camión apareció en todo el trayecto, tirando muchísimo humo negro, al escasear la gasolina utiliza carbón de combustible.

Cerca de Sinouj, un ciclista al que no se ve muy entrenado pedalea fuerte y consigue superar al tren cuando este ya se aproximaba a su velocidad máxima. A pesar de que la distancia entre Sinoju y Pionyang es de solo 223 kilómetros, el viaje dura más de cinco horas. Ese ritmo de viaje, al menos, da tiempo para sacar fotos del paisaje y que no salgan movidas.

Hay más pasajeros a bordo. Unos treinta norcoreanos que, según dicen, viven en China y vuelven a visitar a su familia, se visten con ropa de marcas europeas que en Corea del Norte no se consiguen y cada uno de ellos lleva como equipaje varias bultos de mercadería: televisores LCD, aspiradoras inalámbricas, computadoras, frutas del sudeste asiático guardadas en heladeras, 'whiskies' importados de Escocia, vinos de Francia, cigarrillos estadounidenses. Ni a la salida de China ni a la entrada de Corea pasan por la aduana.

Al llegar a destino, en la estación central de Pionyang, esperan al contingente la señorita Song y el señor Jong, los guías con sus distintivos en el pecho, la efigie de los líderes.

No dejarán a ningún turista solo un segundo y se reparten los roles: ella guía el recorrido, él responde las preguntas.

Los carteles de propaganda norcoreanos no llevan el rostro de los líderes ya que puede desfigurarse. Por eso, solo contienen frases.

—¿Qué dice ese, por ejemplo, Song?

—"Reiremos a pesar de las dificultades".

La primera dificultad evidente es ver de noche, salvo en la avenida de los Científicos y en los edificios oficiales no hay una sola luz en la calle cuando anochece, algo que en invierno para las 5 de la tarde ya aconteció totalmente. El autobús que traslada al contingente de turistas de la estación al hotel parece circular como por un túnel en el medio de edificios apagados y estacionar en una nada que de repente se rompe porque las decenas de luces del recibidor de un hotel se encienden. Las de los pisos 21, 22, 23 y 24, solamente, también.

Varias veces por día Pionyang pestañea. La luz se corta en simultáneo en toda la ciudad cada dos horas, unos quince minutos, y vuelve, como si un generador se reseteara cíclicamente. Una parte del contingente quedó atrapado en el ascensor durante uno de los cortes. Cuando volvió la luz, el elevador pareció saltar de alegría: se reinició y a toda velocidad bajó hasta el primer piso, rebotó sin abrirse y subió hasta el treinta sin detenerse para finalmente, más calmo, ir al piso veinte como sugería el botón presionado.

Cuatro rodajas de tomate y dos de pepino natural, sin condimentar, cortadas en juliana: la entrada está servida. El plato principal es un panqueque relleno de arroz con pollo. Para beber, la cerveza inventada por Kim Jong-il, que, según dicen, no genera resaca. A la mañana del día siguiente varios de los turistas comprobaron empíricamente lo contrario.

Al mediodía siguiente el almuerzo es en un lugar sin ventanas, un restaurante con la luz tenue y titilante, las mesas son cuadradas con un hueco en el medio en el que aparece una pequeña parrilla sobre la que se cocinan pequeños pedazos de una carne bordó, parece carne vacuna y no una carne blanca.

—What is this?

—Dagck.

—What?! ¿Dog or duck?

—Dagck.

La mesera no pronuncia bien en inglés.

La comida del contingente y la información sobre la misma mejoran notoriamente en las siguientes comidas y aparecen platos típicamente coreanos como el jigae, un guiso de pasta de soja, o el jeongol, una sopa con fideos, hongos de pino, pulpo, tripas y verduras.

Siempre hay que comer abrigado, con gorro y bufanda. El agua caliente del hotel funciona solo dos horas por día y la calefacción es una utopía.

La mejor forma de calefaccionarse es metiéndose dentro de las camas, disfrutando el confort que brindan unas mantas eléctricas conectadas a 220 voltios. Cuando la ciudad pestañea, el confort de la cama también.

En prácticamente ninguna calle de Pionyang hay alumbrado público, decenas de transeúntes caminan a oscuras, sabiendo de memoria el camino. Algunos llevan linterna, son los que logran vencer de alguna manera ingeniosa el desabastecimiento de baterías.

Hay excepciones para los cortes programados. Los bustos iluminados de los líderes supremos no pestañean jamás.

Song, la guía, ama cantar.

—¿Te llamas realmente Song o te pusiste ese nombre a propósito?

Se ríe, lo toma como un cumplido pero nunca lo aclara. Todas las canciones no norcoreanas que sabe las conoció escuchando la melodía muda del karaoke, sin escuchar la versión original. Se resiste a aceptar que los turistas le regalen, por ejemplo, archivos mp3.

La cara de Song se ilumina cuando entona, un aura que no tiene cuando guía el recorrido y por ejemplo explica que la cantidad de moldes de granito que tiene la torre de Pionyang es "26550, la misma cantidad de días que vivió Kim Il-sung, el presidente eterno".

No hay discos ni locales bailables en Corea del Norte. Se danza en bodas o eventos oficiales donde además se suele pasar solo música autóctona. La diversión entre amigos queda reducida al karaoke de algunos bares, de los pocos que hay, que lo tienen.

Song aprendió inglés y trabaja con turistas, una combinación que le permitió dar con un 'software' de karaoke con canciones del exterior. A muchos, dice Song aprovechando que Jong está lejos, el karaoke ya les aburrió porque a la manera de los juegos de la escuela "a priori parece divertido hasta que uno se da cuenta que solo es lúdico". Los norcoreanos solo pueden hacer karaoke con canciones patrias. Un criterio que se repite para cualquier dispositivo que en Occidente fue pensado para el entretenimiento: las 'tablets' solo tienen aplicaciones patrias, los programas de la tele son todos patrios, las revistas de historietas son patrias, las películas de cine son las del Korean Film Studio.

Jong había comentado que hay lugares para ir a cantar y bailar: las escuelas de baile. Pero Song, siempre lejos de Jong, explica que son escuelas militares, con disciplina militar y las exhibiciones son eventos con formato militar. Himno, presentación prolija al extremo, aplauso medido. Song prefirió aprender a cantar por su cuenta y le encanta Moranbong, el grupo musical más popular de Corea del Norte. Hacen pop fusionado con sonidos sinfónicos y del rock, desarrollan una puesta en escena moderna, usando un atuendo poco tradicional, blanco, muy similar al que usan las enfermeras y con la falda por encima de las rodillas, algo que ni Jong ni ninguna de sus amigas se anima a mostrar.

Song estudió turismo en la Universidad de Pionyang. A diferencia de otros países, capitalistas, en donde se enseña la configuración de la industria del turismo, el programa de estudio norcoreano sobre el tema tiene solo dos ejes: las bondades turísticas del país y el aprendizaje del idioma inglés. De esta manera se aseguran que los graduados sean en realidad voceros del régimen hacia el exterior. Gran cantidad de jóvenes se postulan para estudiar la carrera pero algunos pocos lo consiguen. Estudiar otro idioma, dice Song, es lo que un día permitirá viajar. Hoy, menos del 5% de la población habla otro idioma y menos del 1% salió alguna vez del país.

—¿Adónde te gustaría ir, Song?

—A París, me he cansado de escuchar que es bellísima pero nunca fui porque no tengo tiempo.

Legalmente, Song no puede salir porque solo se da visa de salida a algunos hombres, casados y con hijos, que tengan una misión concreta en el exterior, "afín a las necesidades del país y la revolución", aclara Jong.

Pollera larga aun en verano, medias de nailon complementadas con medias de algodón en los pies y blusa hasta el cuello es un 'look' habitual de las mujeres norcoreanas. Está mal visto que beban alcohol y su rol en la sociedad, aunque muchas trabajan, es el de criar a los hijos. La mayoría se casa muy joven porque es la manera de salir de la casa de sus padres y de concursar para que el Estado conceda una vivienda propia. Song tiene 24 años, todas sus amigas ya se casaron y eso la angustia no solo porque siente que "ya es tarde" y que ya no encontrará "a nadie", sino sobre todo porque mermó la frecuencia con la que ve a sus amistades. En el Año Nuevo chino la costumbre es juntarse con los amigos por la noche y al día siguiente almorzar con la familia. Song esta vez no puede, hay trabajo que hacer, turistas que guiar. Al menos disfruta de tener una habitación para ella sola en el hotel que aloja al contingente, no le importa que no tenga calefacción, está acostumbrada.

Si se camina por Pionyang llama más la atención lo que no se ve. No se observa ni una persona obesa, tampoco ninguna persona minusválida, nadie tiene perro, ni gato, ni pajaritos, lo más cercano a mascotas son los patos paseados por mujeres en el campo. En China y Corea del Sur es habitual ver personas generalmente mayores paseando una jaula con su ave-mascota adentro aun en pleno invierno.

En las calles de la capital nadie se detiene a conversar, nadie se habla en público, todos caminan en una dirección precisa, nadie da la sensación de pasear o deambular, los transeúntes no miran a la cara a los turistas aunque su presencia sea poco común, hacen como si no existiesen, pero luego, unos veinte metros más adelante, se detienen a mirar para atrás. Si los norcoreanos presienten estar en el cuadro de alguna de las cámaras de los turistas, rápidamente se corren.

En el metro hay atriles con la tapa de los periódicos de la última semana, todos se detienen a leer pero nadie puede llevarse un ejemplar a la casa, de esa manera nadie puede llevar un archivo de las noticias.

La mayoría tiene celular, son todos de marcas chinas, algunos pocos tienen los últimos modelos, imitación del Iphone o del Samsung Galaxy aunque la mayoría tiene modelos más viejos, contemporáneos al Nokia 1100. No se puede llamar al exterior y hay redes internas de chat que emulan al whatsapp para los que tienen teléfonos inteligentes.

El metro es mítico. No se ve dónde termina la escalera mecánica. Como es un refugio frente a bombas atómicas, el túnel es de 90 metros de profundidad y entonces el viaje (de la superficie a la boletería) dura unos cuatro minutos. Son diecisiete estaciones pero ningún extranjero visitó jamás más de dos y eso alimenta uno de los mitos del exterior para con la RPDC: "El metro no existe". Pero centenares de personas se suben hacia un lado y el otro de los andenes ambientados en el estilo estalinista de las dos estaciones visibles, las 15 estaciones restantes (de las que tampoco se ve la boca de entrada durante el recorrido del micro) son un misterio imposible de comprobar. ¿Acaso el mito es cierto y los pasajeros son actores?, ¿o el metro abre solo los días que programadamente van los turistas y entonces la gente sale a pasear?, ¿y si simplemente exhiben las dos estaciones mejor arregladas y ya?

Otro de los mitos gira alrededor de los supermercados. En la película 'The Interview' (2014) un famoso presentador estadounidense es elegido por Kim Jong-un para que lo entreviste. Lo invita a la RPDC, juegan al 'basket' y se hacen amigos pero todo se rompe cuando el presentador descubre que los supermercados son de cotillón. Sin embargo, en Pionyang uno grande al menos es real, tiene cuatro niveles, se consiguen todo tipo de frutos de mar como rayas, una importante variedad de vestimenta producida localmente, artículos de librería, televisores, lavarropas y hasta se puede almorzar en su extenso y colmado patio de comidas. Los clientes suelen gastar un equivalente a 15 dólares en llenar el changuito, o sea el 75% del sueldo único (20 dólares). Jong dice que los extranjeros pueden comprar wons (la moneda local) y consumir en el supermercado pero deben gastarlo todo porque es un delito salir del país con dinero norcoreano. Tampoco se pueden doblar los billetes por la mitad porque se estruja la cara de algún gran líder. Algunos aprovechan para comprar la versión de la Coca-Cola norcoreana, tiene el mismo diseño pero un gusto similar al de los jarabes para la tos.

—Jong, Song, la gente se está gastando todo el dinero del mes en sus compras.

Pero Song y Jong no responden, están indignados porque escucharon lo que se dice sobre los supermercados norcoreanos y porque los ingleses les contaron el final de la película 'The Interview' (perdón que la destripe), en donde el presentador estadounidense mata al gran líder.

Y entonces se preguntan: "¿Qué pasaría si nosotros hiciéramos un filme en el que un norcoreano asesina a Obama?".

Jong probó por primera vez el alcohol a los 8 años. Luego de que todos se habían ido a dormir, con su primo juntó todos los restos de soju (un alcohol de soja) que el padre y sus amigos dejaron en la mesa y se los bebieron.

—Por favor no le cuenten a nadie —pide Jong.

No le cayó muy bien y el padre lo descubrió fácilmente.

—¿Te reprendió mucho?

—Me torturó

—¿Te torturó?

—Era muy pequeño, necesitaba aprender que no debía hacer más eso.

—¿Pero cómo que te torturó?

—Fue una lección difícil pero había que aprenderla

—¿Pero qué te hizo, Jong?

—Me enseñó a no hacerlo más.

—¿Pero cómo te torturó?

—De la manera correcta.

—¿Volviste a tomar alcohol?

—A los 13 años mis amigos tomaban todos alcohol, era difícil no tomar también.

—¿Hoy sigue siendo así?

—Estoy seguro que sí, se empieza a beber de niño pero espero que mi hijo no haga lo mismo.

—¿Y, si lo hace, harías lo mismo que tu padre?

—No, yo intento enseñarle inglés y mi padre no quería que estudiase inglés, mi esposa también trabaja en turismo y muchas veces hablamos en inglés entre nosotros para que él no entienda y se interese en aprender para saber de qué hablamos.

—¿Pero, si toma alcohol, lo torturarías?

—Sé que no haría lo que hizo mi padre.

La mamá de Jong fue condecorada en los años 70 como 'madre héroe' por tener cuatro hijos. Es un tipo de condecoración que luego, durante la década de los noventa, se les dio a muchas madres pero por tener solo uno. Se trató de la etapa más dura en la historia de Corea del Norte luego de la Guerra de Corea. La etapa más delicada fue entre 1994 y 1997, el mismo lapso de tiempo que en Cuba se denominó 'período especial': luego de la caída de la URSS los regímenes cerrados que dependían en gran medida de la ayuda soviética atravesaron un proceso marcado por el hambre, la escasez y las presiones por abandonar el sistema comunista en el contexto de duras sanciones y bloqueos comerciales que con un mundo cada vez más unipolar recibieron por parte de los Estados Unidos.

Aunque las cifras oficiales hablan de 250.000 personas se calcula que dos millones de personas murieron, lo que representaría al 10% de la población total. A principios de la década del 2000 Unicef publicó que el 60% de los niños menores de siete años estaban "atrofiados" física o mentalmente debido a la desnutrición.

El hijo de Jong no tiene problemas alimentarios, tiene diez años y es el mejor de su clase en matemática. Si sigue ese camino y se dedica a la ciencia, puede llegar a trabajar en alguna de las investigaciones y vivir en la avenida de los Científicos, la más importante de la ciudad. En la que viven los más leales.

No hay clases sociales pero si hay tipos de personas en la RPDC. Los leales son el tipo de persona ideal y son (junto con su familia y descendencia) los investigadores, los maestros, los militares, los hijos de los combatientes en la Guerra de Corea y contra Japón. Luego vienen los vacilantes, es decir, los familiares de los traidores o aquellos sobre los que el Gobierno no tiene confirmada su lealtad y por lo tanto no le extendió el certificado que necesitan para, por ejemplo, postular a una vivienda en la capital u obtener mejores raciones de comida. Y por último están los traidores. Se puede acceder a esta categoría por haber sido acusados (no juzgados) de delitos contra el Estado o bien por ser familiar directo de un exiliado o un traidor por delito grave. Human Rights Watch denunció que los traidores viven en campos de concentración. Ha habido funcionarios traidores, como el general Ri Yong-gil, jefe del Estado Mayor Conjunto del Ejército Popular, quien fue acusado por Kim Jong-un de enriquecimiento ilícito y sufrió la pena de muerte.

Jong primero niega que lo de Ri Yong-gil sea cierto. Dos cervezas después —fue el mismo momento en el que contó su relación con el alcohol— la medida no le parece injusta "para con semejante hereje".

La maqueta más grande del Museo de Ciencias es también la más grande del mundo, dice un cartel. Está en el centro de los cinco niveles del enorme edificio dedicado a la difusión científica, un cohete que replica en tamaño real el satélite Estrella Brillante IV lanzado en febrero y que, según la NASA, llegó a estar en órbita solo algunos segundos. Nada se dice de los otros cinco lanzados desde 1980 (de hecho, se omite uno en la nomenclatura) y que también fracasaron en sus ambiciones satelitales.

Hay dos mil computadoras conectadas a una intranet pero para los estudiantes que van eso es Internet. También hay muchas láminas y maquetas en el museo que difunden que Corea del Norte está clonando animales y que está desarrollando vacunas pero sobre todo que ya desarrolló la Bomba H, la bomba nuclear de Hidrógeno que según la ONU, de ser usada, puede destruir toda la costa oeste de los Estados Unidos. Jong asume el dato pero responde que "si Estados Unidos o Corea del Sur o Japón y mucho más los tres juntos lo desean, pueden hacer desaparecer Corea del Norte en un suspiro".

Desde 1945 hasta la fecha, Corea del Norte hizo cuatro ensayos nucleares; Estados Unidos, 1032; Rusia (contando la URSS), 745; Francia, 210; el Reino Unido, 46; y China, 46.

La política exterior de Corea del Norte es una de poder sin poder. Kim Jong-un se sustenta en su condición de garantía frente a la amenaza de Estados Unidos. Al mismo tiempo, Estados Unidos y todo el sistema de bases militares que desplegó en Asia se presentan como una garantía frente a la amenaza de Kim Jong-un. China coopera con Corea del Norte pero al mismo tiempo escucha las quejas de la ONU e intenta mantener el equilibrio porque una caída del régimen supondría un exilio generalizado a su país, ya de por sí superpoblado, pero una guerra nuclear los afectaría directamente. Corea del Sur tiene un PIB 46 veces mayor que su vecino del norte, una caída del régimen generaría un ejército de reserva y de refugiados que distorsionaría el mercado. Kim Jong-un sostiene que Corea del Norte quiere reunificarse con Corea del Sur pero no es imaginable un escenario de reunificación con Kim Jong-un en el medio.

Detrás de ese juego geopolítico complementario vive gente. Como Song, como Jong y como veinte millones más, de los cuales 15 no tienen posibilidades de obtener alimentación nutritiva y variada y entre ellos cerca de medio millón de niños menores de cinco años están crónicamente malnutridos, según la Encuesta Nacional de Nutrición de 2014.

Mientras, el país destina —según afirma Jong, "como medida fundamental para seguir existiendo"—  el 16% de su presupuesto (del que se desconoce el origen de su composición) a gastos militares.

Segundos antes de que el tren comience su lento regreso a Sinoju y tomando fuerte de la mano, mirando fijo a los ojos, Jong pide por favor que le crean cuando le dice una última frase a cada uno de los turistas: "No lo olviden, díganselo a todos, somos un pueblo de paz".  


En la elaboración de este artículo se han utilizado los archivos multimedia de Daniel Wizenberg, RT y Reuters

Daniel Wizenberg
Periodista itinerante. Politólogo de la Universidad de Buenos Aires


La versión completa del reportaje la puede leer aquí.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.