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Los mapuche: extranjeros en su tierra

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En la tierra donde el cielo se descansa sobre las montañas de verdor perenne, donde el sol no quema, pero sí besa el suelo árido color de terracota, donde los campos están repletos de espigas con trigo denso en una faja estrecha entre el mar y la cordillera, vive la “gente de la tierra”, los indios
Los mapuche: extranjeros en su tierra

En la tierra donde el cielo se descansa sobre las montañas de verdor perenne, donde el sol no quema, pero sí besa el suelo árido color de terracota, donde los campos están repletos de espigas con trigo denso en una faja estrecha entre el mar y la cordillera, vive la “gente de la tierra”, los indios mapuche. Ver Galeria.

El pueblo que durante 300 años resistió a los conquistadores y fue una de las pocas comunidades indígenas en el continente que sobrevivió en la época de la repartición del mundo entre las potencias coloniales, hoy en día pertenece a la clase más baja de Chile, aunque supone el 10% de la población.

Durante la dictadura de Pinochet, la tierra de los mapuche fue nacionalizada y vendida a los colonos ricos y a los extranjeros. Las nuevas leyes rezaban: “En Chile no hay indígenas, sólo chilenos”. Privados de su cultura, su tierra, su identidad y sus nombres, algunos de ellos se decidieron por la vida en las ciudades tratando de 'transformarse en chilenos', mientras que los demás siguen luchando hasta hoy: Pinochet se fue, pero los problemas se quedaron.

La sociedad chilena se dividió en dos bandos: los chilenos y los mapuche. Los medios de comunicación, junto con el Gobierno, lograron alcanzar dos objetivos: los chilenos odian a los mapuche y estos  no dejan a los periodistas ingresar en sus comunidades, pues no tiene sentido, ya que sea cual sea el discurso de los indígenas entrevistados, los artículos en la prensa transmitirán invariablemente que los mapuche incendian los campos de trigo de los colonos, disparan a sus camiones y, en pocas palabras, no les dejan en paz.

Una semana no da para discernir quién tiene razón, pero ayuda a conocer a los mapuche desde dentro, pues ante todo son un pueblo antiguo con sus tradiciones y cultura.

La familia Wenchuyan vive en la comunidad militarizada de Temucuicui. Unos kilómetros antes de la comunidad están los carros de los carabineros. Allí se lleva a cabo el chequeo de los documentos. Aquí no se ingresa por accidente: sólo con el permiso de Aucán Huilcamán, el portavoz de los mapuche y prácticamente el único negociador entre los indígenas y el gobierno chileno.

El tiempo aquí transcurre lentamente. Cada mañana Griselda, una madre de familia, cuece el pan (kofke). La masa cruda se pone directamente sobre la ceniza caliente, se cubre con ella. Falta esperar hasta que el kofke se prepare. Pasada media hora Griselda llama a los niños: “¡Manki, Wangulen, a comer!”. Los pequeños vienen mugrientos, con hambre, pero felices: Mankilef (cuya traducción del 'mapudungun' sería “el condor veloz”) y Wangulen (“estrella”) de 6 y 7 años. El kofke aquí es la comida más popular. A las visitas más apreciadas les agasajan con pan con mantequilla o mermelada. Para la cena se come kofke con ají molido. Antiguamente las mujeres mapuche usaban una piedra de moler, pero la globalización ya ha llegado hasta las comunidades más lejanas: Griselda usa una licuadora. Aparte del pan la dieta mapuche se basa en vegetales, a veces carnes (incluida la carne de caballo) y piñones (fruto de la araucaria).

Cada comunidad mapuche está subordinada a un lonco. Cada lonco puede tener varias mujeres (un mapuche ordinario también puede tener a más de una mujer, pero necesita el permiso de su primera esposa) y es la persona más sabia de la comunidad. Con un lonco no se habla en español, sino en 'mapudungun', y tampoco se puede llamarle al teléfono, es una falta de respecto: hay que comunicarse con él personalmente. La segunda persona más importante para los mapuche es la machi, la curandera. Las machis no nacen con un don especial, sino que lo obtienen a través de una grave enfermedad que no se cura durante años y convierte una joven en la machi , adquiriendo los secretos de la tierra y de la naturaleza. Las machis usan para sus tratamientos sólo yerbas y su fuerza interior. A pesar de que tienen la capacidad de curar a la gente, no están contra la medicina convencional y a veces aconsejan a sus "pacientes" ir al hospital.

Todas las comunidades celebran la fiesta de Nguillatun, ceremonia de rogativa, que dura un mínimo de dos días y un máximo de cuatro. Durante la ceremonia se realizan bailes acompañados de diversas oraciones. Además se sacrifica a un animal, generalmente un cordero, a manos del 'ngepin', que es el maestro de ceremonias del rito. Luego la sangre del animal se rocía o se reparte entre los invitados, ofreciéndose a los participantes la bebida ritual llamada 'muday' (maíz fermentado). El cuerpo del animal sacrificado puede ser completamente cocinado en un fogón para ser consumido.

La machi en esta ceremonia aparece como una auxiliar del oficiante y entre los sones de su cultrún canta:

"Te rogamos que llueva para que germinen las siembras, para que tengamos animales.

'Que llueva' diga usted, Hombre Grande Cabeza de Oro, y usted, Mujer Grande; rogamos a las dos grandes y antiguas personas".

Entre las otras fiestas cabe destacar el machitún, ritual de sanación, y el 'wentripantu' o celebración del Año Nuevo, el día del solsticio de invierno, y también los ritos funerarios y de iniciación.

Los mapuche relacionan su vida ante todo con las fuerzas de la naturaleza. Así, dicen que antes de que venga un desastre natural, una montaña cerca de Temuco empieza a “hablar” produciendo un sonido uterino y anunciando el mal que está está en camino.

El día de los mapuches transcurre entre diferentes preocupaciones: las mujeres se ocupan de los trabajos domésticos con los animales y de la huerta. Los hombres, por su parte, acometen los trabajos más físicos, trabajan la madera, construyen casas, van a las reuniones de la comunidad y visitan a sus hermanos presos en las cárceles llevándoles las cosas necesarias.

A veces las familias van a pasear a los campos y montañas y a través de un alambre de espino miran los campos interminables de los colonos ricos, las tierras que antiguamente pertenecían a sus bisabuelos.

Los propios mapuche aseguran que no realizan atentados contra los colonos, ni tampoco incendian su trigo. Jaime Wenchuyan dice: “el único terrorista aquí es el Estado, porque son los carabineros los que han usado sus armas contra el pueblo mapuche. Han matado a hermanos mapuche que reivindicaban sus derechos teritoriales. Ellos son los que ejercen la violencia, los que ejercen la represion y no el pueblo mapuche como ellos han querido mostrar. Muchas veces cometen 'autoatentados', casos que después se investigan bajo los preceptos de la ley antiterrorista. En esa ley hay un testigo protegido que nadie conoce, no se conoce su identidad, su rostro, pero sin embargo acusa a hermanos mapuche que supuestamente han cometido un hecho, algun delito”. Afirma que la única solucion es “sentarse entre los mapuche y el Estado y reconocer la deuda histórica que el Estado chileno tiene con los mapuche, reconocerlo como pueblo, reconocer el territorio, el derecho a la autonomía.”

Aquí todos se llaman entre ellos “lamién” (hermano, hermana), aquí cada noche toda la familia se reune en la ruca (la casa de barro y madera de los mapuche) a beber mate de una sola calabaza, pasándosela de uno a otro hasta que se termina. Aquí todavía persiste la esperanza de obtener el derecho a la autodeterminación. La gente de la tierra necesita su tierra, nada más. Ver Galeria. 

Fotografías:  Andréi Nikólski

Daria Zagvozdina, RT

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