Atrapados entre tizas y balas: estudiantes colombianos aprenden a sobrevivir a tiroteos

En caso de bombardeo, se esconden bajo los pupitres. Cuando escuchan los disparos, se acuestan en el pasillo con los brazos y las piernas estirados en forma de estrella. El horario de los alumnos de la escuela colombiana de la localidad de Toribío, al suroeste del país, no se ciñe a materias como matemáticas o geografía. Los menores se preparan para sobrevivir a posibles ataques de los rebeldes.

El municipio de Toribío, de unos 30.000 habitantes, se encuentra a pie de montaña, en el departamento de Cauca, una de las regiones más golpeadas por la lucha armada que desde hace 47 años protagonizan los insurgentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Según datos de la alcaldía de Toribío, en esa localidad se registraron 76 ataques en 2008, 45 en 2009 y ocho en 2010. La situación parecía relativamente tranquila para esta zona, pero en 2011 la violencia ha recobrado su intensidad.

La escuela primaria a la que acuden 600 alumnos se encuentra cerca del puesto de policía, en el punto de mira de los guerrilleros. A veces los disparos resuenan a pleno día. Ante el incremento de los ataques relámpago, la administración de la escuela pidió al gobierno que se le concediera otro centro, más alejado de los enfrentamientos armados.

Pero la ayuda no llegó y el único remedio que les quedó a los profesores fue enseñar a los alumnos a ponerse a salvo en caso de tiroteo. A los chicos los animan a dibujar para expresarse y desprenderse de sus temores. De vez en cuando llega en su rescate el curandero indígena 'Tehuala' para quitarles el miedo, aunque no siempre lo consigue.

La tranquilidad es la causa por la que luchan, aunque sus aspiraciones se frustran cuando se enteran del reclutamiento de sus estudiantes. Ya durante la educación secundaria algunos se integran en los grupos armados, sea la guerrilla o las 'bacrim'. Aunque pocos de ellos regresan al colegio, cuando esto sucede los profesores les piden que escriban testimonios para disuadir a los demás. Explican que los que acaban en las filas de la guerrilla lo hacen porque no hay trabajo. “Los militares no nos van a resolver nada. Se necesita inversión social”, se lamenta el alcalde de Toribío Carlos Banguero.