El canal internacional
de noticias en español
más visto en el mundo
Opinión

Cuervos, palomas y gorriones (primera parte)

Publicado:
Cuervos, palomas y gorriones (primera parte)

No viene mucho al caso, pero creo no conocer a nadie tan poco dotado para la cocina como mi propia persona; o para decirlo de modo aún más enfático: “yo mismo”.

No exagero: experimento convulsiones físicas, emotivas e incluso espirituales cada vez que me acerco a una habitación consagrada a la preparación de comida. Ignoro si esto se debe a algún trauma infantil perdido en los vericuetos más insondables de la memoria -¿no suena bonito esto?- del tipo:

a)      Golpiza familiar por no acatar recomendaciones de índole tal como: “Coma, mi hijito, que usted no sabe cuánto quisiera un niñito de Etiopía tener un plato como éste enfrente suyo”;

b)      Alguna disputa con una “nana” (conocida también como “niñera” o “nanny” en inglés) autoritaria y déspota; o

c)      Sencillamente, a la visión (casi profética) de una raza humana alimentándose con píldoras y que ya no perderá el tiempo en “comer”. Sí, sé que ese es uno de los “placeres” de esta vida. Sin embargo, hay algo estético en ese acto que no me deja del todo conforme. Despéguese –es una metáfora- de su cuerpo humano y véase masticando una ensalada de lechugas con jugosos tomates: si eso no es ser casi igual a una vaca no sé qué es. No me parece algo muy emblemático de la que se supone es la raza más evolucionada del planeta. Lo mismo digo –y aquí, probablemente, me echaré encima a toda la Big Camaradería Ultra-Macho-Testosterónica-Futbolera del Mundo- respecto a andar corriendo tras una pelota de cuero para meterla en un arco. “Es un juego”, me dirán. “No seas amargado”. ¿Amargado, yo? ¡Naaaaaa! ¡Qué va! Habladurías. Es cierto que el otro día –en el marco de un examen por la gastritis aguda que padezco hace meses- me tomaron una muestra de ácidos gástricos que dejó un agujero de 2,78 kilómetros a la redonda y una profundidad de, al menos, 300 metros, pero de ahí a tildarme de amargado…

Me fui. Disculpen, estimados(as). Nuevamente. Se me escapó el tema. Siempre me pasa. A veces me doy miedo al ver mi estado actual: ¿qué terrorífica barbaridad haré cuando sea viejo y me esté consumiendo el Alzheimer? Un día, un amigo me salió con este enigmático comentario luego de verme las manos llenas de moretones por haberme caído despistadamente en una calle. “Eso te pasa por tener la cabeza en otra parte”. Sabía que tenía razón, pero no quería entregarme tan fácil. Siquiera -por una vez- no quería entregarme tan fácil… “¿En qué parte?”. Eso le descolocó. La pensó: “No sé. En OTRA parte”. Aún sigo buscando esa “otra parte”, siquiera para comprar un pisa pies que me haga más agradable la entrada.

Basta:

 “Érase una vez un niñito muy amargadito que estaba en su departamento ubicado en la Avenida Léninski Prospekt de Moscú –un barrio muy “pijo”, según le han dicho y en el que vivían importantes miembros de la intelectualidad soviética- que cuando entró en la cocina se percató de que el pan que pensaba usar para su desayuno estaba duro e incomible, incluso para él. “¿Qué hago con este producto de divina procedencia que no deglutiré?”, díjose, remordido por aquella tantas veces oída advertencia de que “el pan no se bota”. No lo sabía. No obstante, cuando algunos minutos después se asomó al balcón –nótese: el balcón- de su burgués departamento de extranjero acomodado sí lo supo. Sabía quiénes serían los destinatarios y destinatarias de aquel pan duro y poco digerible. Animales y con alas.

Es que había visto…

PD: Por favor, deslice su mouse sobre el título de esta nota. 

(Gracias).  

Malos, del “verbo” malos

No recuerdo el momento exacto en que vi un cuervo por primera vez en las calles de Moscú. Lo que aún permanece indeleble es la sensación: ¡se me atragantó hasta la comida del Año Nuevo de 1999! Esa “cosa” negra con plumas largas y siniestras, y de tamaño gigantesco en comparación a las callejeras palomas que reinaban es Santiago de Chile –bueno, con el tiempo les fui apreciando un poco más- estaba moviéndose a unos 50 centímetros en línea recta hacia donde venía caminando. Me detuve en seco. Involuntariamente, me llevé la mano derecha a la boca. Me inundaron las náuseas. Era  terror, no cabía duda. Por poco retrocedí. Esa “cosa” –insisto en eso: en aquel momento, aquello era para mí una bestia luciferina de nombre incluso indeterminado- de pronto clavo sus pupilas en mis ojos. Casi se me quebró el cigarrillo que tenía en la otra mano.  

En cosa de segundos vinieron a mi mente imágenes pesadillescas quien sabe de qué data: aves de rapiña comiéndome los ojos en un desierto mexicano en que el yazgo agónico tras días sin agua ni comida, perdido por mi propia inoperancia espacio temporal; un silencioso encuentro en sueños con Poe que termina con su célebre cuervo destrozándome la cara mientras él contempla circunspecto bebiendo casi con gozo homicida; y una y otra vez repitiéndose escenas de La Profecía… Así, suma y sigue.

¡Frente a mí tenía un cuervo! ¿Y qué iba a hacer? ¿Correr como los cobardes? ¿Huir? No lo hice, pero doblé a la izquierda y me fui alejando lo más que pude de aquel engendro descendiente de su madre cuerva a la que desee –sincera y profundamente- la peor de las suertes en el paraje más horrendo de todos cuantos pudiesen existir en el universo por los siglos de los siglos. ¡Amén!

Pasó, sin embargo, algo raro: con el tiempo me han empezado a caer bien estos sobrios pájaros de enigmática sonrisa y que perfectamente pasarían por modelos de una prestigiosa firma de “moda gótica”. Aunque, aclaro, no tanto como para quedarme a dormir en invierno en la nieve y darles el placer de hacerse un festín con mi miserable cuerpo de “adulto joven” de triste figura.

Latino, pero no imbécil…

Cinco pisos más abajo…

Pasaron varios meses.

Mis diversiones seguían siendo bastante elementales y carentes de ambición: ya bastantes problemas tenía con tratar de evitar que Mister Hyde siguiera quejándose día y noche de que “¡aquí en Moscú es tan difícil hacerse de amigos que hablen español, nene! Estas condenado a la soledad”, y frases optimistas de este tipo. Así es que en las tardes –solo con una soledad que daba pena- ponía algo de música –Van Morrison, Willie Nelson, Nick Drake, esas canciones que te alegran el alma-, abría la ventana y comenzaba a tirarle migajas de pan duro a los pájaros que poblaban los alrededores de mi departamento de nuevo rico. Y me gustaba. ¡Esa sensación! ¡El Mundo era mío! Aunque únicamente fuera aquella reducida franja que se extendía cinco pisos más abajo: era Amo y Señor de todas esas infortunadas y hambrientas aves.

Con el tiempo las fui conociendo. Las observé mucho. Durante horas. Muchos días. Semanas. Meses. Lo interesante del caso es que creo haber llegado a algunas “conclusiones” que me parece interesante compartir con la raza humana. Pero eso ocurrirá en el próximo episodio de este blog. 

El ocio, digan lo que digan, a veces es fecundo.

(Esta nota “alada” continuará…)

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

comentarios
RT en Español en vivo - TELEVISIÓN GRATIS 24/7