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Opinión

El inagotable encanto de la Basílica de San Basilio

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El inagotable encanto de la Basílica de San Basilio

“Que profunda emoción/ recordar el ayer…”. Imbuido por la melancólica dulzura de aquel clásico de Charles Aznavour traspasaba el umbral de entrada a la Plaza Roja, ubicado simbólicamente a pasos del círculo de hierro del “Kilómetro 0”. Nuevamente me inundó el vértigo y una marejada casi física de éxtasis ante la compresión de presenciar una obra que parecía pasmosamente perfecta y producto de una inteligencia y un artificio sobrehumanos.

19 de octubre de 2009: mi primer encuentro con la Plaza Roja. Fue al día siguiente de mi llegada a Rusia, tras realizar el viaje en avión más largo que hubiese podido concebir. Me acuerdo aún del deslumbramiento al contemplar aquel vasto espacio abierto, pero rodeado por muros y edificaciones de color –valga la redundancia- rojo. Y al fondo, casi como ilustración de cuento de hadas, imponente, soberbia, se alzaba la Basílica de San Basilio.

Paso a paso, poco a poco, me acercaba. Algo llamó mi atención inmediatamente: todo el mundo lucía alegre. Por supuesto que muchos sacaban fotos, pero otros sencillamente caminaban. ¿De dónde, entonces, emergía aquella felicidad y gestos expresivos? ¿Era posible que la belleza contuviese un elemento “contagioso”? Nunca –ese momento fue irrepetible al coincidir también con mi primer desembarco fuera de América- podría descifrar ese enigma.

Algo se perfiló en mi mente de manera más o menos clara. Una fantasía: éramos protagonistas de un video turístico exhibido en la televisión de cualquier domicilio en cualquier parte, desfilando con modestia falsamente cívica ante una de las maravillas del mundo en aquella plaza célebre de Moscú. No “sabíamos” que nos estaban filmando y de ahí nuestra cara de despreocupación, el pelo al viento, la dentadura brillante y los ojos moviéndose de manera tan ”casual”.

Mentira: estábamos perfectamente conscientes de que aquello era algo grande y de que no cualquiera llegaba a sacarse fotos a la Plaza Roja. ¡Y nosotros lo hacíamos! Es más, nos hinchaba un desbordante orgullo al saber con certeza que millones y más millones de personas nunca cumplirían tal objetivo. La culpa, como no, era siempre del dinero… “Me gustaría, pero sabes, tengo tantas deudas y compromisos que asumir…”. En pocas palabras, dejando para pasado, pasado, pasado, pasado y pasado mañana lo que podían hacer hoy. Tantos compromisos que asumir… ¿Y la vida cuándo? ¿Y la aventura? ¿Y el riesgo? El día después de pasado mañana. Daba lo mismo: la Plaza Roja y la Basílica de San Basilio seguirían ahí ofreciendo su fuego imperecedero… a todos(as) aquellos(as) que se atreviesen a disfrutar de los placeres del fuego.

El mundo era amplio y desconocido y se extendía en planos infinitos para el conocimiento y el disfrute de la única bestia que había sabido desarrollar su inteligencia muy por sobre el rango promedio: el ser humano. La perspectiva me abismaba, pero debía mantener la cordura y no caer en la autocomplacencia y la soberbia, dos de las actitudes que más me repugnaban. No. “Tranquilo, hombre. Siempre modesto. Bajo perfil. No sucumbas a la tentación del autobombo y de creerte grande. No eres más que una partícula y por cierto, innecesaria en el universo. Recuérdalo siempre”. Sin dejar de sentir un regocijo hondo e inexplicable, encendí un cigarrillo y calé hondo. Me invadió el terror. ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía ahí y cómo había llegado ahí? Rusia y la Plaza Roja…

Han pasado más de dos años y creo que puedo hilvanar un par de ideas sobre aquellos sucesos. Por supuesto que existió placer estético en este episodio, pero ello no basta para explicar esa percepción casi visceral que experimenté. Hay algo que va más allá de la comprensión en todo este asunto.

La belleza “es”, Y “será”. Así de simple. Inagotable, por definición, es su vibración espiritual. Lo mismo puede decirse respecto a la Plaza Roja, su eterno hechizo, grandeza y magnificencia.

Sin embargo, hay más. Superada su festiva luminosidad y capacidad de seducción, es su mítico carácter de símbolo histórico lo que impacta al visitante. ¡Qué de cosas ha de haber visto, escuchado y elucubrado esa insigne construcción en sus siglos de existencia! Poseedora de una paciencia envidiable, esta insigne joya de la arquitectura conoce a la perfección el arte de la prudencia y sabe callar cuando es pertinente. La Historia Moderna acompañó su desarrollo y la vio crecer. Hasta que la Plaza Roja creció… y pasó ni más ni menos que a ser parte de la Historia Universal.

“Si esas famosas cúpulas con forma de 'cebollitas de colores' hablaran. Si sólo hablaran…”, se dice el visitante, alzando los ojos frente a la Basílica de San Basilio, la que sigue tan hermética como siempre, inescrutable, incrementando ad infinitum su poder en el silencio. Desde las alturas, como si nada, goza del perpetuo fisgoneo de millones de curiosos que nunca cesan de llegar. ¿Irá algún día a revelar su enigma y los misterios que conoce? No gracias, señor, de esta boquita no sale nada. Diplomáticamente, mantiene su embrujo de siglos. La receta, de todas formas no es muy compleja: un poco de estética atemporal –la verdadera belleza es inmune a las modas- y mantenerse en “buena forma”. Resultado: un encanto irresistible. Basílica, no hay que olvidarlo, tiene nombre de mujer. Al menos, en esta lengua en que usted lee.

Parece ser cierto aquello de que uno no valora lo que tiene cuando lo tiene cerca. Varias veces, amigos(as) de curiosidad sana me preguntaron qué tal la Plaza Roja y para cuándo unas fotografías. Que da lo mismo si con nieve o sin nieve. Es muy bonita y siempre he soñado con conocerla. Mándate tomas buenas. Que no sean las típicas postales de Internet. La verdad es que hace cerca de un año no voy, respondo. Para ser sinceros, mi inoperancia no podía sustentarse en razones de tiempo o lugar: en Metro demoraba en llegar hasta el centro moscovita una media hora desde casa. Mi excusa –inconfesada- era más trivial e impresentable: estoy dedicado al arte bien poco glamoroso de arreglármelas para vivir. Por cierto, la respuesta no era esa, sino otra más cordial y conciliadora: te prometo que pronto voy y te mando unas fotos.

Ahora lo hago.

 

Nota del autor: todas las imágenes en tamaño original, además de las fotografías recientes de la exhibición del Museo Estatal de Historia de Rusia –ubicado a un costado de la Puerta de la Resurrección de la citada Plaza Roja- en la página de Facebook de este blog.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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