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Opinión

La desesperada aventura de una matrioska

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La desesperada aventura de una matrioska

I.-

Años de incertidumbre en inconfortables tablones de una tienda de souvenires del centro moscovita. Discusiones sin sentido al anochecer; jornada a jornada, la luz y la oscuridad transcurrían en un ciclo sin finalidad; el acoso reiterado de los “turistas” -¡cuánto odio a esos mequetrefes! ¡Por qué no nos dejan tranquilas o nos llevan a su casa de una vez! ¡Nunca se deciden! ”Mirar y tocar”… ¿es lo único que saben hacer?-; el dolor eterno de no ser nunca más que un objeto: pensamientos poco edificantes que no conducían a ninguna parte y la tenían más que harta. ¡Era tan difícil ser matrioska en esta Era del Plástico! ¡Y más encima si se era una “tradicionalista” a la que no le gustan los colores, diseños y ropaje modernos! ¡Mejor cerrar los ojos y dormir hasta que algún día todo mejore! ¡También hacer oídos sordos a la envidia y el cuchicheo! ¡Ay, qué vida inhumana ésta!

Había inviernos poco gratos y que terminaban fastidiándole intensamente. Era rusa y un poco de frío no iba a amargarle. Aquello no era novedad. No podía provocarle ni tristeza ni excitación. Temperaturas bajo cero durante semanas; la penetración del aire gélido por cada poro; la nieve como irrefutable contracara de la luz, la calidez y el bienestar; la oscuridad acechante y los fabulosos contornos del sol cuando una inesperada mañana renace… ¿Cómo iban a sorprenderle si eran incuestionables como la existencia, por muy paradójica y “estática” que a veces le pareciera? Sin embargo, a veces anhelaba un poco de calor en sus fibras íntimas. Igualmente, en sus sueños se desplegaban la pasión, la aventura y el éxtasis.

La vida era de una inconstancia pasmosa y el cambio de las estaciones sólo venía a confirmar un avance perpetuo que nada ni nadie podía detener. Eso en el papel. Lo recóndito de este singular contrato era un apartado de innobles amaneceres y magias sin sentido y una cotidianeidad ajetreada que no era más que un infierno circular de repeticiones y esfuerzos fatuos. Aquellas palabras de Salieri en “Amadeus” (1984) más que irónicas, encerraban una despiadada verdad, más allá de su retórica de manicomio: “Mediocres del mundo, yo os absuelvo”. Contundente como un mazo, el estancamiento acechaba sin tregua y bastaba una mínima distracción para sucumbir a su embrujo aniquilante. En ese momento, mejor renunciar y esperar cual bendición una noche eterna: de lo contrario, la vida (con mayúsculas) debía quedarse en un “stand by” rutinario y pedestre.

A ello, por supuesto, tampoco escapaba una matrioska que veía moverse todo frenéticamente a su alrededor: los turistas eran cosa seria a la hora de comprar. Sin embargo, todo se desplazaba… menos su esperanza. Se había convertido en una frustración modelada en madera. ¿Cuántos años –¿décadas quizá?- llevaba en tal inmovilidad forzosa? Ahí estaba, literal y formalmente, convertida en un mezquino y simple “adorno”. Un souvenir más.

II.-

Un insípido atardecer de invierno tan desagradable y displicente como guardia de palacio real le condujo a la solución: probar suerte en otro país. ¡Al más allá –no era exageración- los pasajes! ¡A salir y conocer el ancho mundo! ¡Sobrepasando el horizonte habría algo maravilloso! ¡Como que su nombre era Svetlana haría el gran viaje de su vida! ¡Sus sentidos explotarían por la novedad y el conocimiento!

-¡Qué bonitas las matrioskas, amor!

-Sí, muy hermosas. Y mira qué factura: las terminaciones, perfectas; los colores, bien combinados; y la mano del artesano, todo un trabajo de arte.

-¿Llevamos algunas? ¿Te parece? Se verían muy bonitas en el living de casa.

Svetlana las vio claras. Ahora o nunca. Hilo cabos. ¿Qué idioma era ese? ¿Italiano? ¿Francés? ¿Portugués? ¿De dónde eran esos turistas? ¿Cuál sería su destino tras dejar Moscú? De pronto, el universo se concentró en un sólo punto: la respuesta. ¡Eso es español! ¡Aquella lengua de esa gente tranquila, pero bastante extraña y que acostumbraba a despedirse con frases como “Gracias”, “Hasta pronto”, o “Chao, muy lindo todo!”.

Fue el coraje de sus antepasados soviéticos el que le dio el impulso final. Juntó todas sus fuerzas, respiró muy hondo y dijo:

-Hola, soy Sveta. ¿Qué tal?.

La pareja pasó rápidamente de la perplejidad al rito cómplice. Una mirada bastó y ya: maravilla como esa no se podía dejar escapar.

-Ok. Se va Santo Domingo -dijo el hombre.

Reduciéndose a cero el trecho entre el dicho y el hecho, dos días después subían a un avión. Svetlana no iba sola: otros representantes del género “souvenir” corrían su misma suerte. Aunque de ello no hablaron mucho: ya suficiente esfuerzo tenían con acomodarse decentemente en aquel reducido espacio en el que les habían encerrado… y en evitar morirse de asfixia.

III.-

El plan continuó sin altibajos al llegar al aeropuerto internacional Sheremétievo. La policía tenía cosas más importantes a las que consagrarse que un par de maletas con souvenires: el terrorismo no era una amenaza virtual en las grandes capitales del mundo, incluida Moscú. Era real y muy real.

Con el corazón en ascuas, Svetlana comenzó a sentir como se deslizaba su hogar provisional por una huincha corredera de indefinibles metros. Se estaba moviendo y eso era lo importante. ¿Cuál sería su parada final? Lo ignoraba. Aunque algo intuía: aquellos turistas regresaban a su país… estuviera donde estuviera. ¿Su escapada era vacacional o le estaba reservado no volver nunca a su natal Rusia? No le importaba. La decisión era irreversible. ¡Adelante!

No pocas veces, la voluntad choca con designios preestablecidos. Puede vincularse esto con “lo trágico”, pero la mayor parte del tiempo se trata de una plataforma más elemental, vana y común. Es lo que las generaciones han convenido en llamar “cruel destino”. Sin duda, se trata de una simplificación para hacer más tolerable la anarquía del universo, ya que todo lo humano está dominado por elementos azarosos sobre los que no tiene arbitrio. Si la realidad conserva cierta regularidad, ello no tiene nada que ver con el hombre, cuyo destino –volvemos a usar esta palabra- parece ser el contrario: expandir por doquier lo irracional, el caos y el sinsentido. Sea por curiosidad, desdén o simplemente maldad, desde su aparición no ha hecho más que trastocar toda organización y linealidad en lo que le rodea. ¿Es eso malo? No necesariamente: si no, aún seguiríamos en el tiempo de las cavernas. Sin embargo, algo es cierto: las más grandes catástrofes y desbarajustes suelen ser por obra y gracia de la mano del hombre, al igual que respecto a sus creaciones. Lo incierto está establecido como designio para todos y todo… incluida una matrioska rusa que quiere dar el gran salto de su vida.

IV.-

Fueron probablemente semanas o incluso meses. Tal sucesión de días y noches, y noches y días hizo que perdiera cualquier noción de temporalidad. Lo único que sabía a ciencia cierta es que su proyecto se había desmoronado. Flotaba como el pedazo de madera que era –en esto no se engañaba- entre las aguas de un océano desconocido. Agua, agua y más agua. Reflejos salinos que la enceguecían. Noches silenciosas de terror y amaneceres abatidos. Y flotar, flotar y flotar. Y aquel movimiento de vaivén embriagador que le negaba cualquier punto de referencia y dirección en aquella infinita vastedad acuática.

¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba?¿Cuál era el paradero de aquella amable pareja que le había adoptado? ¿Cómo había llegado ahí? ¿En qué estado se encontraba el avión en que viajaba? Y, ante todo ¿cuándo acabaría esa pesadilla?

Era poco lo que podía recordar. Perdida toda representación de su estado actual, se encontraba tan desorientada como si fuera presa de narcóticos. La correlación de sus memorias era simple hasta la trivialidad: el sueño entrecortado en aquella maleta llena de ropa y souvenires; las venturosas horas en la nada mecida por el grave susurro de los motores del avión; y de pronto, sin el más ligero aviso, ese sonido violento comparable al rugido primario de las entrañas del planeta y el inmediato hundimiento en aquella infinitud líquida que comenzó a abarcarlo todo.

Entonces, vino el caos, la desesperación y el terror.

En un momento vago y borroso la maleta se hizo pedazos y comenzó aquel periplo interminable de flotar, flotar y flotar, moviéndose sin ton ni son por las extensiones de un océano sin nombre ni distintivos.

En aquel reinado inabarcable en el que nada podía darse por descartado llegó a enfervorizarse por ser de madera… y nada apetitosa para la inagotable fauna marina.

Seguía con vida.

V.-

Lo que vino después no reserva mayor sorpresa. Se reduce a una repetición de jornadas indoloras y sin sobresaltos como las de un paciente hospitalizado que sabe que la libertad le espera… aunque no tiene la menor idea de cuándo tendrá lugar. 

Pasa el tiempo. Una buena mañana, nuestra matrioska despierta y siente un intenso calor en el cuerpo y una inexplicable percepción táctil. Le cuesta mucho concentrarse y tratar de plantear una conclusión lógica. Poco a poco, concibe una intuición: si está quieta es porque no se mueve y si no se mueve… ¡es porque está en tierra firme!

No sin cierta dificultad se incorpora y mira a su alrededor. Nada: arena, arena y más arena, a un costado del mar. Sol: mucho, mucho sol. Ni un alma. Ni siquiera aves planeando en el inmóvil cielo veraniego… Eso le lleva a pensar. Verano. ¿Esto es verano?¿A dónde había llegado?, se pregunta. Recuerda Rusia al partir: invierno y en su fase más cruda. Le inunda el vértigo. ¿Dónde estaba? ¿A qué hemisferio del mundo había sido arrojada? ¿Qué idioma hablaban los lugareños y cuáles serían sus costumbres? ¿Corría peligro? ¿Qué le esperaba? Un sobresalto la deja inmóvil: y si nadie sabe hablar ruso en este lugar… ¿cómo se comunicaría? ¡Dios! ¡La supervivencia sería infinitamente ardua! ¡Y sin ninguna mano amiga o protectora! ¡Cómo habría sido distinto todo al amparo de aquella pareja que conoció en Moscú! Pero no: estaba sola, absolutamente sola. A su merced y responsable de su vida. Fue entonces que sintió conmiseración por todos aquellos extranjeros que vivían en un país cuya lengua no dominaban. ¡Qué difícil debía resultarles todo!

Interesante reflexión, aunque no le hubiese salido barata.

VI.-

¿Qué sucedió después? Lo que puede suponerse. Svetlana contempla el mar y descubre aquel imperecedero prodigio: desde el inicio de los tiempos, el agua ha estado fluyendo y mutando, segundo a segundo, independiente –pero también férreamente encadenada- del transcurso general de las cosas, justamente porque su naturaleza le impulsa a ello, algo que seguirá haciendo exista o no observador para constatarlo, y sobre todo considerando que su movilidad es más poderosa que cualquier intento de bloqueo o anulación.

Cuando las cosas se vuelven insoportablemente inciertas es precisamente cuando el instinto de supervivencia se potencia al máximo. Svetlana, la matrioska, supo que debía adaptarse a este nuevo contexto nebuloso y desorientador pues no tenía otra opción. Además, no estaba del todo sola: existían aquellas pequeñas “Svetlanas” que existían en su vientre y debían crecer, contando con su energía para hacerlo. Por ellas, debería sobrevivir.

Comenzó entonces una interminable caminata por las infinitas arenas de aquella playa desconocida a la búsqueda de alguna fuente de esperanza que pudiera devolverle a la vida.

Pero sabía que no por nada estaba ahí. Tenía una misión, un objetivo: llegar a cualquier parte del mundo para compartir su belleza sin mezquindad ni dobles propósitos. Pues si estaba orgullosa era justamente de algo muy concreto: su raza era un símbolo de carácter universal y resultaba difícil concebir el mundo actual sin su existencia. Las matrioskas ya eran parte del Patrimonio de la Humanidad, fuera ello declarado o no oficialmente. La verdad, en no pocas ocasiones, corre por distinto carril que el de las interpretaciones canónicas o consagratorias. 

Cuando extrañaba Rusia se ponía a mirar el mar e imaginaba su país natal muy, muy lejos, allá en un lugar indeterminado y que no se alcanzaba a divisar por más que perdiera la vista en el horizonte.

Sin embargo, cuando veía como las aguas avanzaban y retrocedían sin ninguna meta, deseo o ideal, a la nostalgia se añadía un remordimiento inexpresable. Y una tristeza tan intensa que ni siquiera se consolaba con llorar. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué había partido y dejado tan inentendiblemente lejos su hogar?

La respuesta yacería por siempre en el mar. Y en Rusia.

PD: 

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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