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El síndrome de Estambul: la fiebre de protestas que azota el país

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Una protesta pacífica contra la remodelación urbana en Estambul derivó en la mayor ola de indignación popular que el Gobierno de Erdogan ha presenciado en diez años en el poder y que pone al desnudo una amplia lista de problemas dentro del país.
El síndrome de Estambul: la fiebre de protestas que azota el país
Las consecuencias económicas de las masivas protestas que sacudieron Turquía esta semana se calculan en unos 40 millones de dólares. Pero más que las cifras, lo importante es que la política del Gobierno se parece cada vez más a una pieza de rompecabezas que no coincide con el proyecto de los manifestantes. 

"Siento una amenaza, siento presión por la retórica de mi primer ministro. Divide a mi gente, la polariza" dice Johannes.  



A pesar de la amenaza ambiental que supondría la tala de árboles en el parque central de Estambul, también echaron leña al fuego la posible demolición del centro cultural Ataturk, que lleva el nombre del fundador de la actual República de Turquía, y la posible construcción en su lugar de una mezquita, llevando a las calles a los opositores de la islamización del país.

Siento una amenaza, siento presión por la retórica de mi primer ministro   


Entre las razones que provocaron el levantamiento popular figura la reformación del sistema gubernamental, que en el futuro trasformará la república semipresidencial en una presidencial, con la perspectiva de otorgar amplios poderes al próximo ganador de las presidenciales de 2014. Además, los manifestantes se oponen a la política exterior del país, condenando el apoyo a los rebeldes sirios.



Dimisión para los responsables de la violencia, libertad para todos los detenidos y más derechos son algunas de las reivindicaciones de los indignados. Pero cuando el enfado social se oía con más fuerza, el primer ministro prefirió señalar a los extremistas, terroristas, mercenarios, oposición y las redes sociales, entre otros, como los principales responsables de lo sucedido

 Es una rebelión civil en contra del Gobierno, y es eso lo que las autoridades temen 


Ignorando la voz de la población, que no interrumpió la protesta durante toda la semana, el primer ministro incluso tachó a los activistas de alcohólicos y saqueadores, asegurando que habría que colgarlos de los árboles. Una posición que, según algunos, se debe al miedo y a la incapacidad de actuar de la manera adecuada.



"Yo ya sé lo que piensa cuando dice lo que dice. Pero solo quiere mostrar a quienes lo apoyan que aún tiene el poder. Pero no sabe qué hacer con los manifestantes. Es una rebelión civil en contra del Gobierno, y es eso lo que las autoridades temen", dice Ahmed Sik, periodista turco y opositor.

 

Mientras la indignación en las calles aumentaba, los principales medios de comunicación turcos prefirieron ignorar las multitudinarias protestas que tenían lugar en el país. Así el canal CNN turco emitía un documental sobre pingüinos en el mismo momento en que la nación estaba inmersa en una agonía de protestas. Eso motivó a los manifestantes a adoptar ese animal como símbolo de las manifestaciones, que aparece también en las pancartas de los activistas, dispuestos a no ceder ante la resistencia de su Gobierno.

Pueden ver la galería sobre las protestas en Turquía aquí.  
 

 
 
 
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