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Rusia-Estados Unidos: La nueva (vieja) confrontación

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Rusia-Estados Unidos: La nueva (vieja) confrontación
Una serie de recientes acontecimientos han afectado las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, al punto que Washington ha decidido cancelar un encuentro bilateral que estaba programado para septiembre en Moscú, situación que, salvando diferencias, recuerda cuando en 1999 el entonces primer ministro ruso, Yevgueni Primakov, al enterarse en pleno vuelo hacia Washington de que la OTAN había bombardeado la República Federal de Yugoslavia, decidió cancelar la reunión pactada.

Según consignó el entorno del presidente Obama: "Después de una cuidadosa revisión que se inició en julio, hemos llegado a la conclusión de que no hay suficiente progreso reciente en nuestra agenda bilateral como para celebrar la cumbre Estados Unidos-Rusia. La decisión 'decepcionante' de Rusia de otorgar asilo temporal a Edward Snowden fue un factor que se consideró en la evaluación de la situación actual de nuestra relación".

Sin duda que la decisión de Moscú de dar asilo temporal al exagente de la CIA fue el hecho determinante en la decisión de Estados Unidos; no obstante, sobre todo considerando que dicho acontecimiento precipitó una serie de debates relativos al 'regreso' de la relación entre ambos actores a un estado de nueva confrontación o rivalidad, acaso es necesario calibrar la cuestión menos desde los hechos de impacto que desde acontecimientos que no siempre son debidamente apreciados, es decir, enfocar la cuestión desde la reflexión en base a los procesos en las relaciones interestatales.

¿Qué situación podemos observar en clave de procesos en la relación Estados Unidos- Rusia que nos ayude a evaluar la 'nueva' confrontación entre ambos actores? 

Básicamente, dos dinámicas de sentido contrario: por un lado, la de una Rusia que, en calidad de 'Estado continuador' de la Unión Soviética, reinició en 1991 su vida internacional en base a un patrón de cooperación y confianza con Estados Unidos, país al que Moscú consideró esencial como socio para su recuperación y (acaso) 'cogestión' del denominado 'nuevo orden internacional'; por otro, la de un Estados Unidos que, en calidad de único actor ganador de la contienda bipolar, continuó practicando políticas de poder con el fin de conservar su predominancia y evitar el surgimiento ("dentro y fuera de Occidente", según rezaba por entonces un documento de seguridad nacional) de todo actor que pudiera eventualmente llegar a disputar o bien cuestionar la misma.

En breve, mientras Estados Unidos sostuvo un enfoque externo de cuño 'continuista', es decir, centrado en considerar el orden interestatal desde la lógica clásica del amparo y promoción del interés nacional, la autoconservación y la competencia, precisamente la lógica que convirtió al país en relevante desde fines del siglo XIX, y que hizo posible lograr la decisión frente a la Unión Soviética; Rusia adoptó un enfoque exterior de cuño 'rupturista', esto es, un enfoque que hizo tábula rasa con cualquier idea y práctica externa rusosoviética fundada en el realismo interestatal, precisamente la concepción que había convertido a Rusia en un ascendente actor preeminente desde el mismo 'orden de Westfalia' en el siglo XVII, y en una de las dos superpotencias después de 1945.

Para la dirigencia rusa, particularmente entre 1991 y 1994, el porvenir del país, como aseguraba el entonces ministro de Relaciones Exteriores, Andréi Kózyrev, pasaba por consolidar una relación prácticamente incondicional con Estados Unidos, situación que implicaba una prioridad que, por vez primera en la historia de ese país, desplazaba los intereses nacionales o bien los subordinaba a la relación. Según los propios términos del joven funcionario apoyado por el presidente Yeltsin: "La convergencia ruso-estadounidense era inevitable por cuanto Rusia era en verdad un pilar de la civilización y la cultura occidental; por tanto, la única 'chance para sobrevivir' con que contaba el país tras el vendaval zarocomunista pasaba por una sólida asociación con Occidente".

En base a esas dinámicas encontradas, Estados Unidos alcanzó situaciones de posvictoria que incrementaron sensiblemente su grado de predominancia, al tiempo que restringieron cualquier recuperación de capacidades por parte de Rusia, por caso, en materia de acuerdos de armas estratégicas, en cuanto a posicionamiento en la región del golfo Pérsico, respecto a la continuidad y la ampliación de la OTAN (entendida por Moscú como "una Yalta sin Rusia"), etc. De allí que el experto ruso Gueorgi Arbátov advirtiera que, si Rusia continuaba con su política externa de condescendencia, corría un elevado riesgo de convertirse en un actor lateral del orden interestatal, y solamente "importante" como proveedor de materias primas al Occidente industrializado.

Aunque en la segunda mitad de los años noventa Rusia modificó su percepción exterior, el estado de postración interna le impidió ir más allá de la retórica frente a Occidente. Fue recién con el advenimiento de un nuevo liderazgo generacional cuando Rusia, favorecida en buena medida por circunstancias económicas internacionales, alcanzó una situación de ordenamiento interno y, por consiguiente, no solamente formalizó críticas respecto de políticas de poder por parte de Estados Unidos, sino que comenzó a efectivizar políticas tendientes a reequilibrar la relación bilateral.

En otros términos, la Guerra Fría sin duda terminó si ello significa que no existe competencia ideológica multidimensional a escala global entre Estados Unidos y Rusia; pero la Guerra Fría (o 'Paz Fría', como la denominan algunos) no terminó si consideramos que, desaparecida la URSS, Estados Unidos no dejó de considerar a la Federación de Rusia como un eventual nuevo reto a su rango de "superpotencia única, global y extensa", según la definición de un autorizado experto. En efecto, su política para con Rusia fue formalmente de cooperación pero en los hechos implicó maximizar los "dividendos de la victoria" y restar cualquier posibilidad de recuperación de poder de Rusia.

Salvo un paréntesis provocado por los atentados del 11-S, durante el cual Estados Unidos y Rusia alcanzaron altas cotas de cooperación en materia de lucha contra el terrorismo transnacional y durante el cual el primero prácticamente alcanzó la hegemonía, aquella concepción continuó hasta el presente, siendo pauta de ello cuestiones como el despliegue en primera fase del escudo antimisiles, el intento de sumar nuevos miembros (altamente sensibles para Rusia) a la OTAN , el cuestionamiento relativo al alcance de la soberanía nacional, la defensa y promoción de los intereses de los pueblos (o "colonialismo humanitario", según la denominación en boga), la participación (formal) de Rusia en instancias de seguridad de Occidente, etc.

En suma, la 'nueva' confrontación es una vieja confrontación: la diferencia estriba en que Rusia ya no es el actor irrelevante de los años noventa (los tiempos de la 'Rusia chica') y no está dispuesta a que se continúen ejerciendo políticas de poder a costa y en detrimento de ella. 
 

 

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