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Opinión

Día 16. Choele Choel. 2.920 kilómetros

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Día 16. Choele Choel. 2.920 kilómetros
Salí de Bahía Blanca pronto, alrededor de las 9:00 de la mañana, para conseguir pasar las dunas de arena mientras estaba fresco. Me sorprendió encontrarme en una mediocre sabana en vez de en un desierto de verdad. Sí, de vez en cuando se veían dunas, pero ya estaban cubiertas de césped.



Bueno, al final se me hizo más fácil llegar a la localidad de Medanos, ubicada a menos de 60 kilómetros de allí. No tuve ninguna necesidad de quedarme, pero sabiendo que era un sitio en el que Ernesto y Alberto habían acampado, decidí pasarme. ¿Qué puedo decir? Una típica ciudad desértica perdida entre paisajes quemados por el sol, con una tradicional plaza cuadrada en pleno centro. Poco después subí al 'caballo' y llegué al río Colorado cerca del cual pernoctaron mis compañeros de viaje. Allí encontré un camping maravilloso pero decidí seguir mi ruta.

En la siguiente ciudad, Choele Choel, a la que estaba tan ansioso por conocer, resultó muchísimo más interesante. Llegué allí el mismo día sobre las 2 de la madrugada.
 
Ahí mismo reparé una cosa de la moto y me fui a pasear a lo largo de la orilla del río Negro. Me quería bañar, pero me detuvo la cantidad contundente de mujeres, ancianos y niños así como la ausencia de bañador. Más tarde, me instalé en el bar Cafetería para pasar un rato con una copa de vino leyendo los diarios de Ernesto y Alberto y escribiendo mis notas. Sin embargo, la cena terminó en seguida. Y la culpa fue del diario de Ernesto.

- ¿Dónde está el hospital? -le pregunté al mozo-.
 
- En la esquina de Rivadavia y San Martín -me contestó sorprendido-.
 
- ¿Qué? ¿Rivadavia? Ehm... -sonreí y le pedí la cuenta-.

Al final, diez minutos después, ya estaba cerca del antiguo edificio del hospital de Choele Choel.
 


A juzgar por la edad del mismo se podría decir con seguridad que ya existía durante el viaje de los dos aventureros argentinos. Empiezo a dar vueltas por ahí y... ¡Milagro! Veo un cartel: "Entre el 23 y el 25 de Enero de 1952 en este hospital estuvo internado Ernesto Guevara". Entré corriendo. A pesar de la hora, la segunda entrada estaba abierta.  



- ¿Trabajó aquí el Doctor Barrera hace 60 años? -le pregunté en español a la primera enfermera que me crucé-.
 
- Sí. Y Ernesto estaba con un tratamiento aquí. Venga mañana por la mañana, hable con nuestro médico superior -dijo-.

- ¿Con el médico superior? ¿Con Barrera? -le pregunté sorprendido-.
 
Al día siguiente, a las 8:00 de la mañana ya estaba en su despacho.
 
Desde luego, no fue el Doctor Barrera. Pero el nuevo médico me confirmó que efectivamente, Ernesto había estado internado aquí, y me mostró el lugar exacto del hospital. Además resultó que el padre de unos de los médicos había hablado con Ernesto en un hotel local.



¿Qué piensa que pasó después? ¡Al cabo de 15 minutos ya nos sentamos a la mesa con ese anciano de 81 años y me contó delante de la cámara la historia de su encuentro con Ernesto Guevara!  

Luego apareció una señora de 85 años, luego una persona más...y otra...
 
¿Quieren detalles? Yo también.
 
Los detalles los podrán ver en mi documental cuando algún lingüista me ayude traducir bien la conversación. 

Alberto

"El día 21, antes de salir de Bahía Blanca, la gente bien informada nos advirtió que cruzar la franja de dunas no era una tarea fácil, y que teníamos que salir temprano por la mañana cuando la arena todavía era densa por el rocío.

Naturalmente, nos marchamos a mediodía, cuando la moto estaba lista. Nos tocaba esperar hasta mañana y decidimos emprender el viaje. Parecía que la arena estaba ardiendo. Sufrimos doce caídas, una más dramática que otra.

Al anochecer empezó a llover y tuvimos que pedir refugio en un rancho. Nos quedamos allí hasta la mañana. El día 22 continuamos el viaje a Choele Choel..."

Ernesto

"En vísperas de la partida me dio una gripe con bastante fiebre, lo que provocó un día de retardo en nuestra salida de Bahía Blanca.

...veíamos el futuro con impaciente alegría. Pareciera que respirábamos más libremente un aire más liviano que venía de allí, de la aventura. Países remotos, hechos heroicos, mujeres bonitas, pasaban en círculo por nuestra imaginación turbulenta; y por mis ojos cansados que se negaban, no obstante, al sueño, un par de ojos verdes que sintetizaban un mundo muerto se reían de mi pretendida liberación, acoplando la imagen a que pertenecieran a mi vuelo fabuloso por los mares y tierras de este mundo.
...
 La moto resoplaba aburrida por el largo camino sin accidentes y nosotros resoplábamos cansados. El oficio de manejar en el camino cubierto de ripio dejaba de convertirse en un agradable pasatiempo para transformarse en una pesada tarea. 
...
A la mañana siguiente nos levantamos temprano, pero cuando fui a buscar el agua para el mate, sentí una sensación extraña que me recorría el cuerpo y enseguida un escalofrío. A los diez minutos temblaba como un poseído sin poder remediar en nada mi situación; los sellos de quinina no actuaban y mi cabeza era un bombo donde retumbaban marchas extrañas, unos colores raros pasaban, sin forma especial por las paredes y un vómito verde era el producto de desesperantes arcadas. Todo el día permanecí en el mismo estado, sin probar bocado, hasta que al entrar la noche me sentí con fuerzas como para trepar a la moto y dormitando sobre el hombro de Alberto, que manejaba, llegar a Chole-Choel. Allí visitamos al doctor Barrera, director del hospitalito y diputado nacional que nos trató con amabilidad, dándonos una pieza para dormir en el establecimiento. Allí se inició una serie de penicilina que me cortó la fiebre en cuatro horas, pero cada vez que hablábamos de irnos el médico decía moviendo la cabeza: “Para las gripes, cama.” (En la duda del diagnóstico se dio este.) Y pasamos varios días, atendidos a cuerpo de rey. Alberto me sacó una foto con mi indumentaria hospitalaria y mi aspecto impresionante, flaco, chupado, con ojos enormes y una barba cuya ridícula conformación no varió mucho en los meses en que me acompañó. Lástima que la fotografía no fuera buena, era un documento de la variación de nuestra manera de vivir, de los nuevos horizontes buscados, libres de las trabas de la “civilización”.

Una mañana el médico no movió la cabeza en la forma acostumbrada y fue suficiente. A la hora partíamos rumbo al oeste, en dirección a los lagos que era nuestra meta próxima".

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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