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Narcotráfico en México: convivir con la cotidianidad del miedo

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Más de 1.000 manifestantes marcharon en Ciudad Juárez contra la creciente violencia de los cárteles de la droga en México, que provocan asesinatos diarios. La marcha partió de El Paso (Texas), cruzó Río Grande y llegó hasta la Alcaldía bajo una enorme bandera mexicana. Los manifestantes protestab
Narcotráfico en México: convivir con la cotidianidad del miedo

Más de 1.000 manifestantes marcharon en Ciudad Juárez contra la creciente violencia de los cárteles de la droga en México, que provocan asesinatos diarios. La marcha partió de El Paso (Texas), cruzó Río Grande y llegó hasta la Alcaldía bajo una enorme bandera mexicana. Los manifestantes protestaban por la falta de seguridad en esta ciudad fronteriza asediada por la violencia de los cárteles de drogas (está considerada la más peligrosa de México y quizá del mundo). Desde enero, han sido asesinadas cerca de 2.400 personas en Ciudad Juárez.

Lo cierto es que cada día, muchas de las ciudades mexicanas se despiertan con la noticia de un nuevo enfrentamiento entre sicarios y militares. Con  la desesperación de encontrar a algún familiar entre los tiroteados la jornada anterior. Con el horror de la violencia como el pan de cada día, como algo que no resulta extraño. El sábado, sin ir más lejos, Monterrey, en el estado de Nuevo León, era el escenario de un nuevo enfrentamiento entre militares y sicarios, dejando un saldo de unos 15 muertos.

Un contingente del ejército se acercó a un rancho en la carretera que conduce a San Mateo para investigarlo como posible escondite de secuestrados. Los militares fueron recibidos a tiros y en la refriega murieron siete de los presuntos delincuentes y otros nueve fueron detenidos.  Paradójicamente el rancho tiene el nombre de “La Concordia”. Un grupo de criminales logró fugarse en varios automóviles y en la carretera se cruzaron con otro contingente de 30 militares que iba a apoyar a los primeros.

En el segundo tiroteo murieron otros cinco sicarios, se incendió una de las camionetas de los criminales y falleció un civil, una mujer que viajaba en transporte público y a la que alcanzó el fuego cruzado. Como respuesta a estos enfrentamientos, la banda irrumpió en la cárcel preventiva de Escobedo y asesinó a dos agentes federales y liberó a más de 20 detenidos.

La violencia se ha cobrado en México más de 6.800 víctimas en lo que va de año. Según informó EFE, el lunes 17 de agosto fue uno de los días con más asesinatos del año, con 57 muertos. Cada día compite con el anterior en un sangriento baile de cifras. Que el principal periódico de Ciudad Juárez destacara como noticia y titulara hace poco “Ninguna persona asesinada ayer”, merece una profunda revisión de lo que está sucediendo en esta parte del planeta.

El negocio de la droga en México está controlado por siete importantes cárteles, que se distribuyen en diversos puntos del país: Tijuana, Juárez, Oaxaca, Sinaloa, del Golfo, Colima y Valencia. Los cárteles del Golfo y Sinaloa ya protagonizaron una guerra de casi dos años por el control de las rutas de la droga, desde 2005 hasta 2007 en que alcanzó una mínima tregua. Sin embargo, la violencia se recrudeció a comienzos de 2008 con la lucha encarnizada entre el líder de Sinaloa, Joaquín “El Chapo” Guzmán, y el cabecilla del cártel de Juárez, Vicente Carrillo Fuentes.

En la batalla por controlar las rutas de la droga se ha roto con una de las pocas reglas que respetaban los capos mexicanos: no se toca a la familia de los líderes. A eso hay que sumarle el cambio en la política del Gobierno mexicano. Desde que accedió al poder en 2006, Felipe Calderón se ha enfrentado al narcotráfico usando al mismo Ejército. El Ejecutivo argumenta que es necesario usarlo ya que los policías estatales no pueden por sí solos, especialmente por la colaboración de muchos miembros de las fuerzas de seguridad con los propios cárteles.

En esta política del Gobierno de plantar cara al narcotráfico, México cuenta con la ayuda de EE.UU. La agencia antidrogas estadounidense, DEA, colabora con el ejército mexicano para detectar, por ejemplo, los túneles que excavan las organizaciones criminales para transportar droga desde territorio mexicano a estadounidense. Así, el pasado jueves 3 de diciembre las autoridades descubrieron un túnel de 300 metros de longitud a una profundidad de más de 30 metros. El pasadizo no había terminado de construirse pero 200 metros pasaban bajo suelo estadounidense –la intención era conectar Tijuana y San Diego- y contaba con un sistema de ventilación e iluminación eléctricos.

Sin embargo, esta colaboración choca con la política estadounidense en cuanto a armas, por ejemplo. El 90% de las ametralladoras, fusiles y pistolas del suministro de los narcos mexicanos proceden de Estados Unidos, según la Oficina de Control de Armas de Fuego de este país (ATF por sus siglas en inglés). Es cuanto menos curioso que las autoridades de EE.UU. localicen a los inmigrantes indocumentados que tratan de pasar a territorio estadounidense y en cambio no detecten la gran cantidad de armas que pasan la frontera a México.

Las dos caras de la moneda se muestran una vez más cuando Estados Unidos es la cuna que entrenó a los Zetas, un grupo de ex militares que se convirtió en el brazo armado del cártel del Golfo y tiempo después adquirió autonomía. Estos ex militares pertenecían al Grupo Aeromóviles de Fuerzas Especiales del Ejército Mexicano (Gafes), una unidad de élite entrenada en la Escuela de las Americas. En la actualidad son uno de los grupos más temidos por la crueldad de sus acciones.

Problemas de fondo

Mientras tanto, la población es la gran damnificada en esta guerra. Estudiantes, profesores, médicos, camareros… el narcotráfico no respeta a nadie. Basta con encontrarse en el lugar y en el momento equivocados para recibir una bala en los distintos fuegos cruzados que protagonizan los sicarios entre sí y con los militares. Muchos ven en la política de Calderón de desplegar al ejército para luchar contra el narcotráfico la principal causa del recrudecimiento de la violencia. Sin embargo, un alto porcentaje de la población mexicana apoya esta política, aunque creen que no debe ser la única que se adopte.

El problema de fondo del crecimiento de los cárteles de droga es el desempleo y la marginación social. Por un lado, los cárteles cada vez utilizan métodos más crueles para sembrar el terror: castrar, decapitar, disolver en ácido, quemar… Es frecuente encontrar cuerpos colgando de los puentes con evidentes signos de tortura, como el caso del funcionario secuestrado a principios de octubre en Baja California, que apareció colgado en un puente de Tijuana con los genitales cortados dentro de su boca.

Por otro lado, parte de la misma población ve en el narcotráfico una forma de escapar del desempleo y la falta de oportunidades que han derivado en una extrema pobreza. Según un informe presentado en julio pasado por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), que depende de la Secretaría de Desarrollo Social de México, la pobreza ha aumentado del 46,1% en 2006 hasta un 50,6% actualmente. Otras fuentes arrojan cifras más altas.

El mismo Calderón reconoció hace poco frente al Palacio Nacional, con motivo de su tercer informe de Gobierno, que no se ha logrado alcanzar “el México al que aspiramos y, a este ritmo, tomaría muchos años, quizá décadas, el poder vislumbrar en hechos concretos el México que queremos”. El presidente mexicano no sólo se refería al problema del narcotráfico, sino a la sanidad, la educación y otros problemas que asolan al país.

Hasta que se arreglen los problemas que están en la raíz del narcotráfico, la población intenta sobrevivir. Ha aprendido a convivir con el miedo e incluso se habla de una narcocultura con una narcomúsica y un narcolenguaje propios.

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