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El Réquiem de Mozart

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El Réquiem de Mozart

Cierto día, un hombre alto, flaco y de lúgubre apariencia que rehusó a identificarse, se presentó en la casa de Mozart y le entregó una carta, en la cual una persona de alto rango le pedía que compusiera, en el plazo de un mes y por el precio que el mismo músico debía fijar, una misa de Réquiem a la memoria de un amigo fallecido. La única condición que exigía en la carta era que nunca, bajo ninguna circunstancia, intentaría el compositor averiguar la identidad de quien pagaba por su trabajo.
Hace poco tiempo había muerto el padre de Mozart, y este se encontraba en un estado de gran depresión nerviosa, agotado por el trabajo excesivo, enfermo y cargado de deudas. Contempló al mensajero y llegó a pensar que era la muerte que lo visitaba personalmente.
Debido a su vinculación con la francmasonería, el músico era especialmente sensible a lo sobrenatural y esta visita lo inquietó mucho.
-"¿Habrá llegado mi hora? ¿Será que moriré a los treinta y cinco años de edad?"
-Tenga la amabilidad de decirme el precio, señor. -La voz del desconocido le sonó a Mozart como si viniese de ultratumba-
Mozart sabía que el precio sería su propia vida, estaba convencido de eso.

Aparte de la crisis nerviosa que lo agobiaba, el gran músico se encontraba con las deudas hasta el cuello y necesitaba el dinero desesperadamente. Debía al tendero, debía en la taberna y debía al casero. También soñaba con enviar a su amada Constanze a la ciudad de Baden, hace tiempo que ella necesitaba unas vacaciones.
En un momento de lucidez se dio cuenta de que estaba fatigado, exhausto y que veía fantasmas donde no había.
Dirigiéndose al visitante, dijo con voz firme:
-El precio de la obra será de cincuenta ducados y necesitaré un mes para terminarla.
El desconocido aceptó y abriendo una pequeña bolsa de cuero, contó el dinero sobre la mesa. Luego se dirigió lentamente a la puerta, prometió volver en el tiempo estipulado y desapareció.

Transcurrió el mes y Mozart no había terminado el encargo. Frecuentes desmayos e hinchazón de sus piernas y manos le impedían la necesaria concentración. Tuvo que pedir al desconocido un nuevo plazo de cuatro semanas.
Perseguido por funestos pensamientos, atormentado y traumado porque coincidencialmente tuvo una recaída en su salud, Mozart escribió una página tras otra. El "Requiem Aeternam", el "Dies Irae" el "Kyrie", el "Domine Jesu" y toda la gigantesca visión del Juicio Universal, sin duda algo de lo más sublime que en música haya jamás concebido la mente humana.

En la tarde del domingo 4 de diciembre de 1791, llamó a algunos amigos junto a su lecho; repartió las partituras vocales de la nueva obra, que fue cantada y tocada mientras Mozart, con fatigado gesto, dirigía. Cuando llegaron al "Lacrimosa" Mozart lloró convulsivamente. Luego habló con Süssmayer, su alumno predilecto, a quien le dio instrucciones para completar la partitura. A medianoche perdió el conocimiento. En pleno delirio, intentaba cantar frases del Réquiem; cerca de la una de la madrugada abrió los ojos un momento, sonrió débilmente y murió.
Varios amigos de Mozart visitaron a la viuda y le aconsejaron no despilfarrar el dinero cobrado por el Réquiem en un fastuoso entierro -como quería Constanze-, así que el genio fue sepultado en una modesta tumba.

Aproximadamente veinte años después, un tipo llamado Leutgeb, habitante del pueblo de Stuppach, confesó poco antes de morir que en una ocasión, estando al servicio del Conde de Walsegg, había sido enviado a Viena por su amo para entregar una carta al compositor Wolfgang Amadeus Mozart. El conde, aficionado a la música y extraordinariamente rico, ya había utilizado a Leutgeb en muchas otras ocasiones para entrar en contacto con compositores renombrados y encargarles la composición de nuevas obras. Cuando las partituras terminadas le llegaban, el Conde solía copiarlas de su propio puño y letra y luego las hacía publicar y ejecutar bajo su supuesta autoria. Así, en 1791 había muerto la mujer del conde y éste decidió encargar a Mozart que escribiera un Réquiem. Hacía mucho tiempo que admiraba el trabajo de Mozart, pero no fue hasta enterarse que el músico estaba en bancarrota, que le propuso la creación del famoso Réquiem. Así fue como envió a Leutgeb a Viena para negociar con Mozart.
Después de la muerte de éste fue a ver a su viuda, quien le entregó la partitura del Réquiem.


El conde, como de costumbre, copió cuidadosamente la obra y escribió en su primera página: "Réquiem compuesto por el conde Walsegg"
Dos años más tarde hizo ejecutar la obra en la ciudad de Wiener Neustadt bajo su supuesta autoría, mientras que Constanze Mozart organizó al mismo tiempo una ejecución del Réquiem en Viena, bajo el nombre de su verdadero compositor.
El Conde inició un pleito contra la viuda de Mozart, pero la causa fue sobreseída y Walsegg, disgustado y desilusionado, salió del desagradable asunto vencido y humillado, pero fue él quien provocó la composición de una de las más grandes obras maestras de la música.

Como vemos, no hubo nada de sobrenatural o misterioso en el episodio que llevó a la creación de su última obra. Fue la conjunción de raras circunstancias lo que le dio su toque siniestro al asunto.

Un blog de actualidad, historia y curiosidades desde la Mitad del Mundo, Ecuador creado por el autor de Sentado frente al Mundo .

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