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Una victoria conmovedora

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Una victoria conmovedora

“Lo recuerdo como si fuera ayer…”. Probablemente esta frase sea uno de los mayores “lugares comunes” mediante el cual una persona puede dar a entender que una situación le causó hondo impacto y que su memoria sigue tan vívida que le da la impresión de –otro lugar común- estar de nuevo “en el lugar de los hechos” en donde otra vez es protagonista de aquella -tercer y último “lugar común”- “profunda emoción”.

Pues bien, a continuación, no haré sino que reivindicar aquel manido lugar común.

Lo que viene ahora es un acercamiento personal (eso lo subrayo) a la revelación que me embargó en cuanto extranjero (e hispanoparlante) al enterarme de la real magnitud de la valentía y entrega del ejército y el pueblo ruso, las que permitieron derrotar definitivamente a las potencias del Eje durante la II Guerra Mundial y, en concreto, anular de modo total la amenaza nazi-fascista que se cernía sobre el mundo. Porque no fue sino hasta llegar a Rusia que pude conocer realmente cómo habían sido aquellos sucesos. Es que en Latinoamérica, a veces, la Historia se nos cuenta de una manera particular… Probablemente ello se deba a la “cercanía” que tenemos con Estados Unidos, pero como estamos en 2010… mejor dejaré de lado aquellas ironías un tanto anacrónicas.

En todo caso –y para disipar cualquier duda- conviene recordar un sólo hecho esencial, pero que, a veces, se pasa por alto o no cuenta con todo el crédito que merece:

Adolf Hitler se suicidó el 30 de abril de 1945 al saber que la derrota total del III Reich era inminente y que Berlín estaba a punto de ser capturada por el ejército enemigo. Pues bien, aquel ejercito enemigo que conquistó la capital de Alemania y logró la capitulación nazi… fue el Ejército Rojo. 


Gigantografía instalada en un edificio comercial cercano a la estación de metro “Arbatskaya”
en el centro de Moscú. Dice: “Victoria. 1941.1945”

¿Más categórico? Imposible.

Escribo esta nota a pocos días de que en toda la Federación Rusa se conmemoraran los 65 años del Día de la Victoria contra los nazis (9 de mayo de 1945), fecha que recuerda el fin de un dramático y sobrecogedor período nacional denominado Gran Guerra Patria. Sobre este tema existe abundante información en la web, entre la que se incluye la publicada por RT en español en un exhaustivo y contundente especial que puede consultarse en: //actualidad.rt.com/actualidad/rusia/victoria)

Como si fuera ayer…

Fue al comienzo de mi estadía en Moscú. Finales de noviembre o comienzos de diciembre de 2009. La misión, por aquellos días, era tratar de superar el asombro y el pasmo inicial de caminar sobre un continente desconocido con la extraña sensación de ser un colonizador lunar… para, de una vez por todas, poner “los pies sobre la tierra”. Tierra rusa, valga la precisión.

Entonces, la lógica era buscar algo que pudiera mostrarme –aunque fuera de manera global- algo de la historia y la idiosincrasia rusa. La solución vino de parte de Borís Z., un gentil colega ruso quien le preguntó a un amigo de quien esto redacta si conocía el Museo de las Fuerzas Armadas Rusas. Luego de tal diálogo –y tras ser invitado a formar parte del trío que protagonizaría tal expedición- Borís (Борис, en ruso), el periodista chileno Andrés Sotomayor y quien suscribe se dirigieron al…

Museo Central de las Fuerzas Armadas

(Página oficial: http://www.cmaf.ru/

Wikipedia (en inglés): http://en.wikipedia.org/wiki/Central_Armed_Forces_Museum

Información en español: http://www.bestrussiantour.com/es/military/museo_central_de_las_fuerzas_armadas)

Era un día sábado y Borís manejaba su auto con tranquilidad parsimoniosa. De vez en cuando, articulaba una sonrisa disimulada cada vez que oía preguntas del tipo “¿Y qué dice ahí?” o “¿Porqué uno ve en tantas partes escrito “24 часа”. ¿Eso se traduce como 24 horas? Es decir ¿aquí hay tantas y tantas farmacias abiertas las 24 horas?” o “¿Queda muy lejos el Museo? ¿Tan grande es Moscú…?”. Es decir: la “genialidad” misma del extranjero hispanoparlante en una tierra en donde no entiende nada… y en estado puro y concentrado.

De todas formas y mientras escuchábamos alegres canciones pop a cargo de interpretes rusas cuyas sensuales voces no me costaba mucho vincular a la belleza misma encarnada en una mujer, en aquellos momentos, Borís Z., A. S., y quien suscribe eran testigos de cómo el “invierno ruso” se estaba extendiendo sobre Moscú.

Un imponente misterio

Las calles quedaban atrás vertiginosamente mientras el parabrisas se veía invadido de partículas de nieve cuyo grácil danzar tenía como anfiteatro todo lo que estaba a nuestro alrededor. Así, de a poco, la capital de la Federación Rusa se iba cubriendo de blanco. Era tan extraño ver todo aquello: yo estaba  acostumbrado a los inviernos lluviosos, pero muy, muy rara vez con temperaturas bajo 0. Al tiempo que meditaba en ello, probablemente fuera del auto se registraban unos -5 grados y corría un viento muy frío. En todo caso y protegidos por el aire acondicionado, a los sudamericanos que iban en aquel vehículo ello poco les importaba en aquel instante… pero ya les comenzaría a importar.

Pasados unos 20 minutos, llegamos a destino. “¿Bajamos?”, preguntó Borís.

Con sólo descender del vehículo, advertí la pétrea y casi ancestral grandiosidad de la fachada del Museo. “¿Qué es esto?”, me pregunté asombrado. “¿No se supone que un Museo es un espacio para recrear la mente y el espíritu, mientras que este se asemeja más a un colosal edificio de gobierno?” “¡Qué extraño!” “¿Qué habrá al interior de esta imponente estructura?”

Borís Z., en su calidad de improvisado guía- conversó algunas palabras con la mujer de la boletería. Tras ello pagó –gentilmente- nuestras entradas e, incluso, el dinero extra para obtener el correspondiente pase para sacar fotografías.  

Si su propósito era que conociéramos la hospitalidad rusa… lo había conseguido.

Volviendo al pasado

Y entramos.

Inmediatamente, quedé boquiabierto al penetrar en aquel universo repleto de objetos simbólicos consagrados al mundo de las armas, la estrategia militar y, por extensión, al de la guerra. Hasta donde sabía no existía nada parecido -en amplitud, pero, a la vez, en detalle- en Latinoamérica. ¿Y en España? Lo ignoraba. En todo caso y mientras escuchaba aquellas palabras tan extrañas que los visitantes pronunciaban en su idioma natal… me fui sintiendo arrebatado por un vértigo profundo y un mareo inexplicable.


La Patria te llama”, célebre afiche del artista ruso Irakli Toidze
creado en julio de 1941 e impreso en miles de ejemplares,
los que permitieron potenciar la convocatoria de las fuerzas
populares que dieron la ya histórica lucha a los nazis ante su
intento de invadir la URSS durante la Gran Guerra Patria.

Incluso, insólitamente, fui advirtiendo como si mi cuerpo se estuviera disolviendo y pasara a formar parte misma de aquel decorado histórico. Era casi como si me estuviera despersonalizando ante tanta épica y grandiosidad.

Lo anterior, además, acompañado de singulares apreciaciones intelectuales: a medida que me iba desplazando por las galerías del Museo… F.R., se imaginaba “respirando” en un mundo insólito. Así y pese a provenir de un continente lejano, en aquellos segundos se creía tal y como si estuviera “participando” en la II Guerra Mundial y, por lo tanto, en la Historia rusa, europea… y mundial.

Al mismo tiempo, el estímulo visual era enorme: ante sus ojos, desfilaba una infinidad de objetos, documentos e imágenes que le dejaban más que claro que aquello… sí había sucedido.

No lo podía creer: aquella casi babilónica conjunción de materiales diversos –entre los que sobresalían en número e intensidad aquellos dedicados a la Gran Guerra Patria- le confirmaba que el conflicto bélico más sangrieto de la historia había golpeado de manera devastadora a este pueblo, aunque también a todas las demás naciones que estuvieron involucradas directa o indirectamente en esta desoladora conflagración. 

En pocas palabras: la agitación de su espíritu no tenía tregua y, por algunos segundos, F. R. se “sintió” transportado a aquella época y a esa guerra.  

¿Y que vió en el Museo?

Mucho:

- Los vestigios del dolor humano en su máxima dimensión.

- Desgarradoras imágenes tomadas en los frentes de batalla, los campos de concentración y otras que reflejaron la vida en las ciudades asoladas.

- Diarios de vida, manuscritos e incluso poemas redactados en medio del conflicto.

- Pinturas y también recreaciones tridimensionales de distintas batallas claves de la guerra en las que frente a contundentes panorámicas de motivo bélico se disponían fusiles, municiones, alambres de púas, granadas, escombros, etc., sobre el “concreto” suelo del Museo.

- Cuchillas, armas de fuego y granadas que daban paso a los tanques, aviones y helicópteros aposentados en la parte posterior del centro de exhibiciones.

- Portadas de algunos diarios y revistas que informaron de aquellos espeluznantes acontecimientos que conmocionaron al mundo.

- Variados afiches que mostraban la convincente, poderosa e impactante propaganda soviética utilizada para robustecer al pueblo en la defensa de su país.

- Numerosos  “trofeos de guerra” –entre ellos, banderas, uniformes, insignias, etc.- tomados por los soldados del Ejército Rojo a los nazis.

- Impactantes capturas fotográficas de la devastadora intensidad de las explosiones atómicas. 

- Instantáneas sobre la descarnada crudeza de la batalla, pero igualmente otras que reflejaban la poderosa fraternidad conseguida al final de la guerra.

Sin embargo, y en medio de todo lo anterior -casi como si fuera un exorcismo de toda aquella sangre, violencia y muerte inexplicables- F. vio de improviso un casco de soldado. A un costado, divisó –nitidamente- las perforaciones por las que penetraron las balas que pusieron fin a la vida de su portador.

Epílogo:

En medio de aquel maremagnum de impresiones, Borís dijo:

- ¿Ven eso?

Tanto Andrés Sotomayor como yo volvimos los ojos hacia el punto que nos indicaba el colega.

- Acerquémonos.

Sobre el piso del Museo yacía un ave enorme –probablemente de bronce- con las alas extendidas y en cuyo centro podía verse claramente la cruz esvástica. Sin saber muy bien porqué, me pareció recordar tal figura, pero ¿dónde? ¿En algún libro escolar que había leído unos 15 o 20 años atrás? No lo sabía con certeza. Lo que sí advertí fue que la escultura me causaba una sensación de desasosiego, incluso de angustia. ¿Què representaba?

- Esa es el águila imperial que estaba en la Cancilllería alemana cuando el Ejército Rojo entró en Berlín…

Entonces, tuve la revelación: comprendí que esa águila, que aquel particular trofeo de guerra que yacía sobre la tierra de este Museo ruso, constituía la muestra definitiva del fin del “sueño nazi”, el que se terminó por convertir en una horrorosa pesadilla que cobró millones y millones de vidas a lo largo de todo el orbe.

Y ahí estaba, frente a mí, aquel terrible símbolo del episodio más dramático y sangriento de la historia.

Aquel símbolo, aquella águila de bronce cuya captura sólo fue posible tras la entrega abnegada de cerca de 27 millones de hombres y mujeres rusos que perdieron la vida para proteger a su patria y ayudar a que el planeta pudiera seguir siendo un lugar vivible.

El resto… es sólo silencio.

Y respeto.

Más de 100 fotografías del Museo Central de las Fuerzas Armadas y del Museo Central de la Gran Guerra Patria en esta galería.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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