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Opinión

I ♥ Nescafé (I parte )

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I ♥ Nescafé (I parte )

   La verdad es que no recuerdo cuantas veces escuché eso de que “el consumismo degrada el alma” o que “sólo la gente vacía se interesa por la ropa ´de estilo’ y comprar en tiendas caras y exclusivas” o que “eso de fijarse en las `marcas´ es de esnobs y arribistas y, por lo mismo, demuestra mal gusto”.  

   Cuando vivía en Chile aquello no me parecía descabellado. Es más: lo advertía muy, muy coherente. Es que había algo muy concreto que me llevaba a comulgar con tal hipótesis. Giraba en torno a uno de los mayores flagelos que recorren actualmente América Latina aunque -seamos sinceros- no es privativo del “Tercer Mundo”: al presente es un mal epidémico a nivel mundial. Me refiero a la delincuencia.

Intermedio (casi…) sociológico

   Pues bien, lo que yo advertí –y cualquier ciudadano normal podía llegar a idéntica conclusión- es que una de la particularidades del mundo delincuencial es que sus protagonistas muestran una singular predilección por acceder a productos “de marca”, y mientras más costosos, mejor. ¿Por qué? Elemental: para así congratularse con sus colegas y conseguir visado de ingreso en el sacrosanto imperio de los delincuentes de cierta “alcurnia”.

   Para ilustrarlo tomemos incluso a un delincuente de poca monta –ya sea “carterista” o micro narcotraficante-. Si este individuo puede ostentar, digamos, unas zapatillas carísimas y de marca reconocida -Nike, Adidas, Puma, etc.-, de modelo “aerodinámico” y ostentosas igualmente… aquello deja de manifiesto que le va bien en su singular mundo de “negocios”, tanto que no le resulta importante gastar dinero con tal de estar a la moda. Bueno, a la “moda” según los particulares conceptos de su gremio. 

   Lo anterior es sólo la base de la pirámide. Si esto se extrapola a la vestimenta del sujeto, los productos tecnológicos y los automóviles a que aspira… aquel delincuente puede que deje de parecer un vulgar ladrón callejero y pase a encarnar el papel de antisocial con “clase”. Eso, por supuesto, en el mundo de las apariencias. Ciertamente que no se trata más que de ilusión y simulacro, pero en la mente delincuencial –y no sólo en ella- rige aquello del “cómo te ven, te tratan”.

El consumismo: una realidad que nos envuelve apenas nacer. Imagen en  www.cancunforos.com

 

   Pues bien, a medida que nuestro hombre en el reinado de los bajos fondos sube por la escala del delito, comienza a anhelar más firmemente ser respetado como “señor” y “capo” del rubro. ¿Acaso es casualidad que una de las películas fetiche del pequeño, mediano –e incluso gran- narcotraficante hispano parlante sea “Scarface” (Cara Cortada), el famoso remake (1983) de Brian de Palma del filme que en los años `30 dirigiera Howard Hawks?

   Ahora un espacio para la cultura pop:

   En el filme “Tony” Montana (Al Pacino), un delincuente y homicida cubano refugiado en los Estados Unidos, asciende de modo vertiginoso de lavaplatos en un local de comida ambulante a convertirse en una suerte de “rey” de la cocaína. Todo ello, sustentado en un código personal basado en un odio absoluto a la miseria y una búsqueda de venganza ante las discriminaciones del pasado. Dado el estatus que consigue, “Tony” accede a la riqueza y el estilo, las mujeres bellas y el derroche, la vida lujosa, las discotecas y los clubes de renombre… y, por cierto, el respeto de sus pares.

“Tony” Montana en la cúspide de su poder toma un baño de “relajación” en su mansión. A su lado, su fiel amigo Manny Rivera. A sus espaldas, sentada y maquillándose, Elvira Hancock (Michelle Pfeiffer), su esposa y ex novia de su antiguo jefe, Frank López. Al Pacino caracterizando a su personaje con todo el glamour que amerita.

 

 

   No obstante, al llegar a la cúspide de su poder, es alcanzado por un abrupto y violento fin: morir -en su propia mansión- de manera fulminante producto de un certero escopetazo por la espalda, luego –era que no- de enfrentar una incesante ráfaga de balas provenientes de una horda de matones hispano parlantes que le eliminan por orden de “Sosa”, uno de sus ex socios, quien se siente traicionado por el cubano.

   Célebre es la imagen con que concluye el filme. Muestra como el cuerpo de “Tony” cae sobre una fuente ubicada en el vestíbulo de la mansión y queda flotando frente a una estatua en cuya cúspide se ve una representación de la Tierra acompañada del lema "The world is yours". (El mundo es tuyo).

   Pese a tal trágico desenlace, estamos en presencia de una suerte de apoteosis de la consagración delincuencial, una en la que el consumismo es una arista esencial pues se convierte en causa y consecuencia (y mutatis mutandis) del círculo vicioso del “dinero sucio”. Un consumismo que tiene mucho que ver con las

   En bases a tales consideraciones, un ciudadano cuyo propósito es ser considerado digno y respetable –excepción hecha, claro está, de los jóvenes, quienes visten según lógicas individualistas- se guarda muy bien de parecer vistoso. “Es una muestra de mal gusto, tu sabes…”. Y el concepto sobrepasa la mera preocupación estética: el consumismo contumaz arroja un manto de duda sobre el ciudadano común. La razón es más o menos obvia: es que si pertenece a la llamada “clase media”, o “estrato medio” y de un día a otro aparece por la plaza engalanado con prendas ultra estilosas y caras, ello no puede sino que hacerle merecedor de comentarios maledicientes, aunque siempre solapados…: “ese está metido en las drogas”, “de seguro es narco”, “no puede sino que andar en malos pasos”, “esa camisa no fue comprada con dinero de buena procedencia”. Etc., etc., etc., etc.

Fin del intermedio (casi…) sociológico

   Me imagino que si algún(a) lector(a) ha tenido la paciencia de leer esta columna hasta este punto puede que se pregunte: “¿Y a qué viene todo esto en un blog que se llama “Una odisea en Rusia”?

   ¿La respuesta? Conózcala en I ♥Nescafé II y III.

 

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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