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Opinión

Como México no hay dos (2 parte)

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Como México no hay dos (2 parte)

La primera parte se puede leer aquí

La historia de México en el siglo XIX es muy específica. A nuestro modo de ver, desde el punto de vista histórico podemos considerar que el siglo XIX mexicano se prolongó hasta 1917, cuando se terminó la revolución democrático-burguesa, que al mismo tiempo puso fin al radicalismo y al carácter conflictivo del siglo XIX para adentrar al país en el siglo XX. Es una época marcada por la alternancia de los ciclos políticos (democracia — dictadura — democracia), por el combate frente a los golpes del exterior, por la solución de acuciantes problemas sociales y por los intentos de adquirir identidad propia. La dictadura del general Santa Anna y la pérdida de más de la mitad del territorio mexicano que fue anexado por los EE. UU. dejaron profunda impronta en el ulterior desarrollo del país.

La alternancia en el poder de puristas y moderados llevó finalmente a la proclamación de la Constitución democrática progresista de 1857. En lo sucesivo, la guerra civil en el marco de la cual se aprobaron las famosas “Leyes de Reforma” de Benito Juárez concluyó con la victoria de los liberales, pero ese período de extrema inestabilidad no terminó ahí, sino que por el contrario, resurgió en la forma de la intervención de tres potencias europeas: España, Inglaterra y Francia (1861—1867). La resistencia a esta agresión se tradujo de hecho en una nueva guerra civil, que concluyó con el triunfo de Juárez.

Luego, en la historia de México se inicia un nuevo ciclo con la llegada al poder de Porfirio Díaz y la instauración de su dictadura, el Porfiriato (1876—1911). Bajo Díaz, México se convirtió en un verdadero paraíso para los extranjeros. De este modo el Porfiriato había creado las premisas para la revolución de 1910—1917 y determinó involuntariamente los objetivos del movimiento revolucionario: luchar contra la dictadura y el capital extranjero, por la democracia, por la reforma agraria y soberanía nacional. Esa revolución constituye una brillante etapa de la historia de México. Limitémonos a constatar lo que distingue de tantas otras revoluciones a la de 1910—1917 que transformó todo México, abrió la primera página de su historia contemporánea y determinó su fisonomía en el siglo XX. La Constitución de 1917, la cual a diferencia de prácticamente todos los demás actos constitucionales que conoce la historia, no suponía la tradicional formalización legislativa de un proceso político anterior y ya concluso, sino que por el contrario  marcaba una línea general de desarrollo social orientada al futuro.

Los años de la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934—1940) fueron apoteósicos en cuanto a la realización de los artículos plasmados en esa Carta Magna: se realizó una profunda reforma agraria, se asestó un serio golpe al latifundismo, se nacionalizó el petróleo, se establecieron serias limitaciones al poderío del capital extranjero, se puso en práctica una amplia política social, se fortaleció el papel del Estado en calidad de árbitro supremo. En esos tiempos se formuló la llamada “teoría de la revolución permanente”, cuando las reformas de Cárdenas eran consideradas como una prolongación constructiva de las transformaciones revolucionarias iniciadas en 1910.

Al concluir estas palabras sobre el papel de la revolución mexicana, agreguemos también que ella puso de manifiesto el carácter complejo de las relaciones y la interacción entre: a) revolución y reformas; b) democracia y progreso social; c) los movimientos de masas populares con su espontaneidad inherente y las acciones de las fuerzas liberales con su aspiración a la estabilidad. Todo esto también fue manifestándose en lo sucesivo en la historia de los países latinoamericanos en el siglo XX, mismo que fue en la historia de México una página con características específicas.

La historia contemporánea de México plantea ante los estudiosos no pocas cuestiones: sobre la posibilidad de que en el régimen político democrático se den rasgos de autoritarismo; sobre las colisiones del mono y pluripartidismo en el contexto de un régimen democrático (la concepción del “partido—Estado”); sobre el lugar del Estado dentro del sisitema político y en las relaciones sociales; sobre la correlación entre estatismo/nacionalismo y neoliberalismo; sobre el papel de la sociedad civil; sobre los retos de la integración regional, etc.

La Dra. Okuneva es autora de varios estudios y libros sobre Latinoamérica. Uno de los últimos es “Brasil: las peculiaridades del proyecto democrático”, editado hace poco en Moscú. Por eso la académica tiene todo el derecho de hacer comparaciones del desarrollo de varios países latinoamericanos. Y con razón dice que México es extremamente especial en todas sus manifestaciones, sobre todo desde el punto de vista histórico.

Estoy de acuerdo: como México, no hay dos.

Y ustedes, ¿qué opinan?

Vladímir Travkin, e-mail: revistala@mtu-net.ru

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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