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Realidades y fantasmas de Occidente sobre Rusia

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Realidades y fantasmas de Occidente sobre Rusia

Es habitual leer análisis relativos a que la guerra fría, que rigió la política internacional por casi medio siglo e incluso, según el autor que se consulte, predominó durante casi todo el siglo XX, todavía no terminó. El deterioro de las relaciones rusoestadounidenses en los últimos años, particularmente desde que se inició la crisis en Ucrania, ha llevado a replantear la cuestión respecto a que, más allá de la desaparición de una de las partes, la pugna entre el Oeste y el Este se mantiene.

Según algunos especialistas, como el exdiplomático Valentin Falin, la guerra fría no terminó, puesto que la causa primaria, el temor casi obsesivo de Occidente a Rusia, se mantiene.

Por su parte, Jeremy Friedman, profesor en la Universidad de Yale y autor del libro recientemente publicado libro 'Shadow Cold War' ('La sombra de la guerra', en inglés), considera que el problema para Occidente no es tanto Rusia, sino Putin, que ha erigido un sistema de poder que requiere de la confrontación y de la propaganda —en este segmento habría bastante de guerra fría por ambas partes— para construir consenso y mantenerse en el poder. En otros términos, sin 'putinismo', es decir, si llegara al poder alguna fuerza opuesta a este régimen conocido también como 'consenso Putin', se desactivaría la tensión con Occidente.

Desde la perspectiva de Serguéi Karaganov, experto en política exterior, la guerra fría no terminó porque nunca existió tratado alguno que así lo dispusiera, y continúa rigiendo un 'choque de modelos' entre Occidente y Rusia. Karaganov piensa que hace falta una conferencia internacional mayor, tal vez en 2019, cuando se cumplan cien años del Tratado de Versalles, que permita sentar acuerdos estratégicos y así se logre poner fin a la competencia.

Pero otros autorizados analistas consideran que la guerra fría terminó: según Tobi T. Gatti, exdirectora del departamento de Rusia y Eurasia del Consejo de Seguridad Nacional en tiempos de la presidencia de Clinton, actualmente no se encuentra en juego la pugna por el predominio del mundo, a diferencia de en los tiempos de bipolaridad internacional.

Casi en iguales términos se pronuncia el profesor de la Universidad de Georgetown, Charles Kupcham, para quien la guerra fría implicaba bloques geoestratégicos, confrontación ideológica, esferas de influencia, etc.

Finalmente, podríamos decir que existen posiciones intermedias: Robert Levgold, profesor en la Universidad de Columbia, observa que hay una nueva guerra fría, en el sentido relativo a que existen algunos patrones de relación en las relaciones actuales entre Rusia y Occidente.

Más allá de este atrayente debate, hay varias cuestiones que nos permitirían sostener que la competencia y el conflicto entre Occidente y Rusia difícilmente concluirá, aun si se llegaran a superar situaciones casi de punto muerto que concurren hoy entre ambos.

Comenzando desde afuera, la dinámica propia de las relaciones interestatales se funda en una lógica centrada en 'la seguridad primero'. Esto implica que los estados continuarán desplegando políticas que los preserven y los favorezcan en relación con la afirmación, proyección y promoción de sus intereses nacionales. Ello independientemente del buen estado (lo que no sucede actualmente) en que se puedan encontrar dichas relaciones: ante todo, las relaciones internacionales son relaciones de fuerza y no hay, por ahora ni más adelante, razones para pensar que este patrón se alterará.

Existen diferentes 'técnicas de poder' que desarrollan los actores preeminentes del orden interestatal y que, finalmente, determinan la configuración de dicho orden: mientras algunas corrientes postulan el equilibrio de poder como principal modelo de estabilidad y seguridad entre estados, otras consideran que solo la hegemonía, es decir, 'la predominancia de un estado sobre todos los demás del sistema', para expresarlo en los mismos términos de John Mearsheimer, proporciona seguridad.

Esta última técnica es clave para comprender la actual situación de crisis entre Occidente y Rusia.

Para Occidente Rusia siempre será un problema, en tanto que sigue considerándola situada en un nivel de atraso cultural incompatible con el suyo. Por ello, siempre creará circunstancias de enfrentamiento. 

Dicha crisis se inició mucho antes de Ucrania y de otras discordias que vienen impactando en las relaciones ruso-occidentales; por caso, Georgia, Libia, Siria, Snowden, OTAN, etc. Pero dicha situación no implica continuación o regreso de la guerra fría, sino que se trata de una suerte de 'continuidad' propia del desenlace de la misma y de la predominancia de lo que los expertos denominan 'política internacional como de costumbre', es decir, la primacía de lógicas de rivalidad por sobre lógicas de cooperación internacional.

El final de la contienda bipolar no significó que Estados Unidos dejara de considerar a la Federación Rusa un eventual nuevo desafío a su supremacía; de allí que, continuando con la política de poder con la que logró finalmente imponerse a la URSS y aprovechando el estado de hegemonía internacional o 'geopolítica de uno' en el que se encontró, Washington desplegó políticas de poder con el fin de impedir que Rusia se convirtiera en una potencia preeminente y neoretadora. En este sentido, el presidente Yeltsin, sobre todo el primer Yeltsin (1992-1995), fue el dirigente menos amenazador y más funcional para los propósitos estratégicos de Occidente.

Pero, por otra parte, también existen continuidades que intervienen en la relación entre Occidente y Rusia: las percepciones del primero respecto del segundo, percepciones que son independientes del mandatario que se encuentre al frente de Rusia.

En primer lugar, lo que podríamos denominar 'el eco soviético'; esto es, el sentido de trascendencia que dejó en los rusos la condición de haber sido parte de una de las dos superpotencias del mundo. Todavía resuena la advertencia del excanciller Andréi Gromyko respecto a que "ningún problema internacional podía resolverse sin la participación de Moscú".

En segundo lugar, el 'factor geopolítico-histórico ruso', lo que en Occidente consideran una suerte de instinto de expansión de Rusia; es decir, una propensión que, más allá de definiciones o justificaciones relacionadas con la seguridad nacional, tras la victoria rusa de 1812 (que salvó a Europa de Napoleón) y el Congreso de Viena (1815) quedó asociada a una vocación mesiánica de Rusia que trascendió a las 'catástrofes' internacionales atravesadas por el país desde entonces: por ejemplo, la guerra de Crimea, a mediados del siglo XIX.

Desde Occidente se percibe que dicho llamamiento continúa basándose en que la predominancia y la mentalidad y cultura de Occidente sucumbirá en algún momento, cuando, según advertía el filósofo alemán Walter Schubart en su obra 'Europa y el alma del Este' (1938) —y hoy lo hace, entre otros, su colega ruso Dmitri Mijéyev—, quede al descubierto el contenido esencialmente darwiniano que habita en su esencia o interior, y una nueva y auténtica era 'post-heroica' la releve.

Por último, para Occidente Rusia siempre será un problema, en tanto que sigue considerándola situada en un nivel de atraso cultural incompatible con el suyo. Por ello, siempre creará circunstancias de enfrentamiento. En otros términos, lo que podemos denominar 'perspectiva Custine'; es decir, "el desencuentro protohistórico de Rusia con la civilización", según definió el marqués de Custine en 'Rusia en 1839', siempre impulsará controversias entre Occidente y Rusia.

En breve: la guerra fría terminó hace un cuarto de siglo, de ello no hay duda. Sin embargo, las fuerzas que desde siempre animan las relaciones internacionales, como asimismo las percepciones o 'fantasmas' de cuño geopolítico histórico y las renovadas rusofobias de Occidente, mantendrán las relaciones entre ambos en un estado de variable desencuentro.

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