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Esperanza o incertidumbre, la realidad a ambos lados de las rejas

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Los reclusos de una de las cárceles más grandes de El Salvador han pasado una semana sin comer, alimentándose con carne y huesos de ratones luego de que algunos cayeron desmayados. ¿Es la realidad o son exageraciones de aquellos que esperan una mejora en las condiciones de vida de este reclusorio c

Los reclusos de una de las cárceles más grandes de El Salvador han pasado una semana sin comer, alimentándose con carne y huesos de ratones luego de que algunos cayeron desmayados. ¿Es la realidad o son exageraciones de aquellos que esperan una mejora en las condiciones de vida de este reclusorio considerado inhumano?

Noticias sobre múltiples reclusos incomunicados, masacres  y túneles por donde muchos pretendían fugarse son de las pocas informaciones que han logrado traspasar las paredes de la Penitenciaría Central La Esperanza. Familiares de los reos disponen siempre de menos noticias al querer indagar el destino de los internos, incluso si no los han visto durante dos o más años.

La realidad es que esta cárcel, con capacidad para 800 personas, tiene 5,000 presos viviendo hacinados, mientras del otro lado de las rejas los familiares tratan desesperadamente de conseguir una visita para sus seres queridos, la cual puede tardar años. Privados de su libertad por la ley, además deben soportar la arbitrariedad de las autoridades que niegan a sus familias el acceso. Los pretextos en cada ocasión son diferentes, pero siempre de tipo burocrático: carecer de un documento complementario o de una firma o de un sello.

El contagio de SIDA y hepatitis, el hambre, los asesinatos y torturas son escenas cotidianas en este centro penal, al igual que las extorsiones de funcionarios corruptos que exigen prebendas a los visitantes antes de dar un permiso o conceder una entrevista. Ante esta situación, la felicidad  se logra a cuentagotas. Aquí los reos "más felices" son aquellos que son llevados al pabellón de rehabilitación "por buena conducta". Para muchos de ellos trabajar durante el día en los talleres es como estar en el cielo y regresar por la noche a los pabellones es como descender de nuevo al infierno.

Esto cuenta José Hernández,uno de los "felices reos":

"Hemos pasado una semana sin comer, hemos caído desmayados, comido gatos y ratones. Nunca creí que llegaría a hacer eso."

Cientos de organizaciones de derechos humanos internacionales continúan denunciando los abusos, las pésimas condiciones del lugar y la violencia que padecen los prisioneros en este pequeño país centroamericano. Pero dentro de las murallas de La Esperanza los derechos humanos son desconocidos.

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