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En Caracas una familia siembra hortalizas y cría peces para evitar la guerra económica

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En mil metros de tierra una familia siembra para vivir y ayudar a la comunidad. Integran un sistema de trueque con otros productores para abastecerse. Todo ocurre en pleno corazón de la capital venezolana.
En Caracas una familia siembra hortalizas y cría peces para evitar la guerra económica

-¿Con esta siembra, ustedes se abastecen o deben caer en manos de los bachaqueros?

Ella piensa que la pregunta es broma. Mira a su familia y se ríe con compasión...

Detrás de una humareda donde se cocinan unos pescados, ella parece controlarlo todo: las brasas, los invitados, la siembra y a la cámara fotográfica.

Responde a la par que ordena. Tiene la firmeza de sus 42 años y todo el temple de quien se ha labrado la vida con las manos, encerrado en un metro sesenta centímetros de altura. Esta tarde de agosto, nos muestra el pedazo de tierra donde produce todo lo necesario para alimentar y alimentarse. Y lo muestra con orgullo.

Ella y su familia bien podrían ser unos superhéroes en tiempos de guerra económica en Venezuela.

A las dos de la tarde, Orailene Macarri Díaz, no es la misma que se levantó a las cinco de la mañana. Como cuando 'superwoman' se esconde la capa de volar (o de sembrar) dentro de un traje de taller; salió de la cama (aún sin despuntar el sol) se calzó unas botas de goma y se cubrió la cabeza con un sombrero de paja. Atravesó el patio de su casa sembrado de frutas, hortalizas y peces, para regar, alimentar y recoger todo lo que permite que su familia llene los platos a la hora de comer.

Avanza entre la siembra con soltura de bailarina de ballet. Conoce cada montículo de tierra lo mismo que los secretos de cada planta y de cada pez que cría en su patio. Es la vida que se sabe de memoria desde que nació en los llanos de Venezuela, en 1973.

Escapando de la guerra

Al igual que miles de europeos, el padre de Orailene dejó su Italia natal, buscando escapar de los horrores de la Segunda Guerra Mundial.

En conversación con RT, dijo: "Préstame atención. Mi padre nos crío, eso me di cuenta con el paso de los años, en el espíritu de una economía de guerra. Acá en Venezuela hizo una nueva vida, hizo su familia, se sintió en paz, pero el único miedo del que jamás se libró, fue del miedo a quedarse sin comida".

Todos los que subieron a un barco para huir de las guerras europeas, saben con exacta medida de ese temor que, a los Macarri, les acompañó y les acompaña.

Ella misma dice que ese temor es congénito en su familia. Cuando se dejó la casa familiar y se vino a Caracas, buscando terminar su carrera de abogada, invertía horas y horas mirando pedazos de tierra vacíos, imaginando que allí podía sembrar algo: "Aquí caben como 200 matas de lechoza (papaya)", calculaba con solo posar la vista.

Pero antes que a un pedazo de tierra, Orailene se encontró con Alan Clavijo y cuando lo tomó de las manos, como si fuese quiromante, supo que tenían en común algo más importante que un título universitario: "él también sembraba", recuerda.

Se mudaron a la avenida principal de 'El Algodonal', al final de la calle 2, en el oeste de la capital. Ocuparon un terreno de los padres de su esposo y allí germinaron las semillas de maíz y también sus hijos.

En esa tierra tiene una vida, que termina cerca del mediodía. Luego empieza otra. Terminada la faena campesina, se cambia las botas por zapatos de tacón y parte a los tribunales, donde entonces -para otra gente- ella es una elegante abogada penalista que defiende a pobres que no pueden -o no quieren- hipotecarse la vida pagando un bufete privado.

Libre de bachaqueo

Orailene Macarri habla con la paz que tiene aquella, que no vive presa de una interminable fila a las puertas de un supermercado, esperando que los dueños quieran vender algún producto regulado.

Eso ya es raro, porque estamos en la agitada capital de Venezuela, en pleno año 2016 (diríamos, el tercero de la guerra económica).

Una ciudad capital acostumbrada históricamente a ser servida, no a producir:

-La electricidad llega desde la Hidroeléctrica Simón Bolívar, a más de 672 kilómetros.

-El agua (extraída mayoritariamente del embalse de Camatagua) debe recorrer más de 120 kilómetros para entrar a Caracas.

-Frutas y Hortalizas (buena parte sacada de las faldas de las montañas andinas) son traídas por carretera desde una distancia que supera los 580 kilómetros.

Con razón o no, hay quienes afirman que Caracas solo produce burocracia.

Produciendo en la ciudad

La casa de los Clavijo Macarri no es solo el techo. Es una Unidad de Producción Agrícola (urbana) Socialista.

En mil metros de terreno siembran alimentos y mantienen 10 piscinas para la cría de peces. Con ello subsisten 7 familias (que ayudan con las tareas de cultivar y cosechar) y el resto lo venden a precios solidarios a otras familias. Vecinos que integran el ámbito de acción de su Consejo Comunal, que abarca a 250 viviendas.

¿Qué tanto pueden producir en esa porción de tierra? Orailene tiene las cuentas exactas:

"Pongo de ejemplo el mes de diciembre pasado. De este terreno, pequeño como lo ves, sacamos para la venta a la comunidad 200 kilos de cebollín y 100 kilos de pimentón. Solo te hablo de esos dos rubros. ¿Cómo es que hay personas que piensan que no podemos producir en la ciudad?".

Además siembran y cosechan: tomates, cebollas, lechugas, especias varias, frutas tropicales y flores.

Sus peces

Al hablar de los peces que cultivan en 10 tanques, Orailene Macarri considera que se trata de un esfuerzo titánico, "si se toma en cuenta que de las 40 unidades de piscicultura que el gobierno bolivariano impulsó en Caracas", solo sobrevive la de ella y su familia.

En sus tanques se crían peces conocidos como 'Cachamas', una especie que luego de tres años comienza a reproducirse y puede alcanzar hasta 15 kilogramos de peso.

También otra variedad de nombre 'Tilapias', una especie de origen africano, introducida al país en la década de 1980.

"Tiene unas extraordinarias cualidades", explica Orailene, "como un crecimiento acelerado, tolerancia a altas densidades poblacionales, se adaptan muy bien al cautiverio y a una amplia gama de alimentos. Son resistentes a enfermedades, ofrecen una carne blanca de buena calidad y de forma estimada, cada Tilapia puede parir más de 700 crías cada oportunidad".

De los tanques de esta unidad de producción agrícola, salen entre 80 y 100 kilogramos de pescado mensualmente.

Vida en colectivo

Pero todo aquello que Orailene Macarri y su familia no producen para alimentarse, lo obtienen mediante un sistema de trueque.

Una vez al mes, un nutrido grupo de productores agrícolas de varias zonas de la periferia caraqueña, se reúnen en la casa de alguno de ellos. Allí, llevan y comparten lo que producen.

"Nosotros le decimos juntadera de intercambio de saberes. Porque además de intercambiar alimentos, compartimos prácticas, procedimientos y nuestra manera de asumir la vida", dice.  

Con seguridad esa forma de colectivizar el trabajo y lo que cosechan, podría tener cualquier nombre. Solo que en este caso los une la conciencia: sembrar para ser libres. Si usted quiere, libres (en principio) de las inmensas filas de personas que genera la guerra económica.

 

Ernesto J. Navarro

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