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Colombia: una guerra por la paz

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La paz es una apuesta por el futuro lastrada por las violencias del pasado. Y cuando ese pasado son más de 50 años de guerra, su peso es capaz de hundir hasta la aspiración más noble. En Colombia lo saben bien: las muertes o el narcotráfico invitan a dar la espalda al porvenir y vivir en buenos términos con el infierno.
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Tras más de 220.000 víctimas en más de medio siglo de conflicto armado, Colombia se asoma a la paz: el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) sobrevivieron años de negociaciones y un reciente rechazo popular para finalmente llegar a un pacto. Pero la paz todavía tiene más forma de ilusión que de realidad, según describe nuestro corresponsal Francisco Guaita desde tierras colombianas.

Las verdaderas víctimas

8 de cada 10 víctimas de este conflicto armado han sido civiles y las zonas rurales han sido los principales testigos de las masacres: "Aquí estamos hablando de un genocidio en contra del campesinado colombiano", lamenta Ricardo Alexánder, defensor de los derechos humanos. La inequidad, principalmente en esas zonas, es la raíz del problema: Colombia es el segundo país de América Latina más desigual solo por detrás de Honduras. Esto desemboca en el cultivo de drogas ilícitas por parte de los campesinos para buscar el sustento a sus hogares ante la inacción del Gobierno.


"Nosotros sí queremos cambiar lo ilícito por lo lícito. Nosotros no queremos la coca".
Carmen Rodríguez, cocalera


"Nosotros sí queremos cambiar lo ilícito por lo lícito. Nosotros no queremos la coca", aseguró la cocalera Carmen Rodríguez. Colombia ha aumentado sus cultivos de esta planta hasta tal punto que ello se ha vuelto a convertir en el principal productor de coca en el mundo y muchos aseguran que las FARC se encuentran detrás de toda la logística de la droga al coercionar a los campesinos dentro de este sistema. Pero la guerrilla desmiente las acusaciones.

"Las FARC no tienen absolutamente nada que ver con el narcotráfico", asevera Ricardo Téllez, miembro del secretariado de la organización, que desvía el foco de atención hacia el conflicto por las tierras: más de 6 millones de personas han sido forzosamente desplazadas de sus terrenos, lo que equivale a 70.000 kilómetros cuadrados y casi el 60% de los hogares rurales. Este es precisamente el primer punto en el acuerdo de paz.

Hacia una vida sin armas

"Quedamos como desnudos", admite Miguel Ángel Pascuas, miembro fundador de las FARC, ante la acordada deposición de las armas. Al igual que Pascuas, muchos de los guerrilleros han vivido toda su vida cargando un fusil y ahora se sienten vulnerables con las posibles repercusiones de la incursión en la vida civil: sectores sociales y políticos claman para que los guerrilleros paguen por sus crímenes de lesa humanidad. "Si nos toca volver a lo de antes con bombas, dinamita... Volveremos a conseguir algo", afirmó Pascuas expresando más miedo que amenaza.

Históricamente, las FARC han dado la espalda a las víctimas o simplemente ni las han mirado, pero en los últimos años han reconocido el dolor que han causado en ciertas masacres. "Se nos fue la mano en algunas acciones y sin querer perjudicamos a mucha gente a la que hemos pedido perdón", admitió Ricardo Téllez.


"Aquí en Colombia, los criminales, los grandes violadores de derechos humanos, son premiados".
Jorge Molano, defensor de derechos humanos


Un 15% de los colombianos se ha visto afectado por este conflicto y gracias a su valentía se vislumbran soluciones. Ellos han tenido el coraje para tender puentes e intentar cerrar las heridas a pesar de lo sufrido, pero sin dejar de denunciar y condenar las injusticias cometidas no solo por la guerrilla, sino también por el Estado, que ha sido acusado de salirse del marco del conflicto para apoyar a paramilitares y asesinar civiles.

"Aquí en Colombia, los criminales, los grandes violadores de derechos humanos, son premiados", lamenta Jorge Molano, activista. Este nuevo pacto entre el Gobierno y las FARC también es imperfecto y está rodeado de dudas. Pero más allá de todo ello, construir la paz exige desterrar las raíces de odio en Colombia, nación en la que, en palabras de un nativo, "hasta luchar por la paz es una guerra".

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