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Los Indeseables: Una reflexión crítica sobre el tatuaje como memoria de la vida en México

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"El tatuaje es un oficio y no es arte", afirma tajante Gisela Muciño, integrante del proyecto Los Indeseables, un grupo de tatuadores que reflexionan sobre su trabajo y sobre cómo el tatuaje ha sido utilizado como un elemento de clasificación criminal, de discriminación y de racismo en la conservadora sociedad mexicana.
Los Indeseables: Una reflexión crítica sobre el tatuaje como memoria de la vida en México

Las cárceles son uno de los escenarios con mayor presencia de tatuajes, cárceles de hombres y también cárceles de mujeres. Las personas que viven su vida en reclusión utilizan su piel para generar una suerte de memoria que recopile experiencias, sentimientos, lazos familiares y sobre todo una esperanza en que su situación cambiará algún día a pesar de lo corrupto del sistema judicial mexicano y de las largas sentencias que se tienen.

Desde finales del siglo XIX, Francisco Martínez Baca realizó una compilación fotográfica de los tatuajes de personas –en su mayoría hombres– en situación de cárcel. A pesar de que el catálogo no presenta un análisis profundo de criminalística, años después, poco tiempo antes de la revolución de 1910, una corriente de los estudios de criminología aseguró que a partir de ciertos rasgos y ciertos tatuajes era posible hacer una categorización de los tipos de criminales existentes.

El estigma de la escritura y el dibujo en la piel adquirió entonces, además de una relación complicada con el crimen, un prejuicio que perdura aún en ciertos sectores de la sociedad mexicana. De hecho, en los centros penitenciarios se ha tratado de motivar a la población para que no se tatúe y para que no promueva este oficio, sin embargo, esfuerzos y reflexiones como los del colectivo Los Indeseables han sido importantes para desmitificar al tatuaje y comprender la justa dimensión de la memoria gráfica grabada en la piel de hombres y mujeres.

Con alrededor de diez años de trabajo conjunto, Los Indeseables han puesto la voz en alto para hablar del tatuaje y del oficio de tatuar, precisamente como algo sencillo y no como una pose artística. "Expusimos –continúa Muciño– obra de tatuadores de todas partes del país, mandaron su obra y expusimos en algunos museos, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, nos vinculamos a festivales de diversidad sexual, a pesar de que, al principio, cuando planteamos el tema del tatuaje, nos cerraron las puertas".

Tras pasar un proceso, el tatuaje, como tema y como reflexión, se convirtió en un mecanismo de acercamiento para lo más prejuiciado de la sociedad: las y los presos que se tatúan dentro de la cárcel. A pesar de que reina una mirada enfocada –casi hasta el morbo– en los tatuajes usados por miembros de pandillas y organizaciones criminales, Los Indeseables han optado por poner el dedo en la llaga y afirmar que, en palabras de Muciño, "no todos son tatuajes de pandillas, el tatuaje americano plantea otra cosa diferente y el tatuaje japonés otra".

En los pasillos del Reclusorio Preventivo Varonil Norte, en una de las zonas más densamente pobladas de la Ciudad de México, Los Indeseables comenzaron a investigar esta veta de su amplia reflexión sobre el tatuaje. A través de talleres pudieron darse cuenta de que no sólo la perspectiva del tatuaje había cambiado, sino que el cambio era radical. Los dibujos no eran solamente nombres, fechas, referencias religiosas o amorosas; ahora los trazos se habían complejizado y la memoria de la cárcel era cada vez más rica.

Fue el punto decisivo tras el cual surge un material que recopila el resultado de cientos de entrevistas a tatuadores, las conclusiones luego de revisar los estilos con mayor presencia en las escenas del tatuaje y finalmente, la utilización del cuerpo humano como un registro de la memoria. Por todo ello, el libro producido por Los Indeseables y coordinado por Gisela Muciño se llama 'Memorias corporales. Diálogos con la historia: tatuaje y tatuadores'.

La reciente aparición de este volumen es la muestra de que existe un mundo por conocer respecto al tatuaje y que su uso no está relacionado con los índices de criminalidad o con la posible –y errada– visión de una lista de categorías raciales. Tal pareciera que poco a poco, el tatuaje deja de ser sinónimo de delincuencia, pero falta mucho camino por recorrer.

Tatuadores como Dr. Lakra, Russo, Danny Wakantanka, Piraña, el Zorro y muchos más han hecho, con su trabajo, que el tatuaje se convierta cada vez más en un oficio reconocido y al tatuaje en un asunto subjetivo que responde a necesidades de identidad, de memoria, de registro. Sin embargo, Los Indeseables alertan que ha sido el visto bueno de las clases adineradas el que permitió un giro en cómo se recibe socialmente el tatuaje, tanto que se corre el riesgo de que se convierta en una moda y nada más.

Actualmente, Los Indeseables ha concluido una serie de talleres en otra cárcel mexicana, el Centro Femenil de Readaptación Social de Santa Martha Acatitla. Rodeados de mujeres y ya en un espacio más adecuado para tallerear, el tatuaje se convirtió en un mecanismo para procesar muchas reflexiones que las mujeres que habitan al interior se habían guardado o no habían expresado del todo. La memoria corporal resultó no un identificativo de la pertenencia a una organización criminal, sino que se definió como una suerte de mapa de vida.

Gisela, de piel morena e incontables tatuajes, afirma tras concluir con las sesiones del taller en la cárcel de mujeres y luego de la publicación del libro que, sin embargo, México aún mantiene un carácter racista y discriminatorio: "Yo, en los ámbitos sociales es en donde he tenido más problemas. Por ejemplo, si voy a un supermercado en una zona rica, el vigilante del lugar me va a seguir y al yo terminar mi compra me va a pedir mi ticket para ver si lo que llevo en la bolsa coincide con la nota; eso le pasa a la gente morena y con tatuajes".

Heriberto Paredes

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