Egipto, un recorrido por los acontecimientos de la última semana
El Gobierno egipcio sigue en jaque, pero su jefe de Estado, Hosni Mubarak, no abandona el poder. Ni la dimisión de la cúpula de su partido, ni la marcha de un millón de personas este pasado viernes, ni la huelga indefinida de los trabajadores han provocado la renuncia del mandatario.
Sin embargo, miles de manifestantes siguen sin dar su brazo a torcer. Para ellos no hay otro camino. Mubarak debe renunciar. El manifestante de Alejandría Ayman Ramadan dice que "el Gobierno nos hizo muchas promesas, pero todas eran mentira… y nosotros queremos que él abandone el poder con la ayuda de Dios".
El clamor de las calles egipcias ya dura 13 días. A principios de semana, Mubarak conformó un nuevo gobierno en un intento de calmar las aguas. Pero no funcionó. La tensión creció y las manifestaciones pacíficas se convirtieron en crudos enfrentamientos entre los opositores y quienes respaldan a Mubarak. Las Fuerzas de Seguridad actuaron brutalmente. A pesar de todo, la población hizo una demostración de los mejores valores. La residente de El Cairo Diana Calvo contó a RT que "la dignidad que hay dentro de la plaza es algo que tiene que salir a la luz. En el sentido de que los médicos se han organizado, han abierto un hospital porque nadie atendía a los heridos… y los han metido en la mezquita".
El martes, el jefe de Estado anunciaba que no se presentará a las próximas elecciones, y para el sábado dimitía como presidente de su partido. "Estoy absolutamente convencido de terminar mi trabajo en los meses que me quedan de mandato con el objetivo de asegurar un traspaso de poder pacífico", anunció Mubarak. Sin embargo, la oposición esperaba otro tipo de mensaje.
El principal opositor del jefe de Estado, Mohamed El Baradei, respondió que no se puede "generar confianza en dos semanas, tras más de 30 años en el gobierno". "Por eso, le invitaría al presidente a que escuche la clara voz que proviene del pueblo… y abandone el poder con dignidad", dijo.
Precisamente, la gente común y corriente es la que ha asumido las peores consecuencias de la crisis en Egipto. La economía está paralizada, hay falta de alimentos y, según datos de Naciones Unidas, alrededor de 300 personas han muerto desde el inicio de las revueltas. Asimismo, también los periodistas han sufrido la intimidación y la represión policial.
La corresponsal de RT Paula Siler cuenta que en estos días sintió mayor peligro en comparación con los días anteriores, "ya que los disturbios se producen fuera de la plaza central. Por eso, voy sin portátil y sin bolígrafo, para que las patrullas tengan la menor información de mí. Cuando me paran los soldados, digo que soy turista. Me han aconsejado que no revele que soy periodista".
Con el paso de los días, Mubarak no solo se va quedando sin aliados dentro del país, sino también fuera de él. Durante los últimos 30 años, Israel, Estados Unidos o la propia Europa han colaborado con el presidente egipcio, pero paradójicamente ahora la comunidad internacional le ha dado la espalda.
La canciller alemana, Ángela Merkel, solicitó al mandatario egipcio que empezara el diálogo. "En los últimos días, millones de egipcios elevaron su voz, ocuparon las calles y nadie puede pensar ahora que las cosas pueden seguir sin cambiar", dijo.
Egipto sigue en el ojo del huracán, con un futuro lleno de incertidumbres. Hace dos semanas el Gobierno de Ben Ali en Túnez cayó, y ahora algunos países de África del Norte y otros de Oriente Medio contemplan de reojo las revueltas preguntándose: ¿quién será el próximo?