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La historia de un "esclavo disimulado" que ahora es guía del Panteón de los Héroes en Venezuela

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Después de casi treinta años de arrastrar un carrito de helados por las empinadas calles de Caracas, José González ha llegado a este lugar que alberga a personajes ilustres y que conoce mejor que muchos.
La historia de un "esclavo disimulado" que ahora es guía del Panteón de los Héroes en Venezuela

José González podría caminar con los ojos cerrados dentro del Panteón Nacional, lugar donde reposan personajes ilustres de Venezuela, y no perderse. Son casi 30 años de recorrer sus pisos marmolados: primero como vendedor de helados y ahora como guía.

Nacido hace 60 años en Guama, estado Yaracuy, en el centro-norte del país suramericano, tuvo que transitar un largo camino de 26 años como heladero ambulante, antes de ser absorbido como un trabajador de la antigua iglesia de la Santísima Trinidad, que alberga los restos físicos y simbólicos de 147 hombres y mujeres insignes de Venezuela.

De esos casi 30 años de experiencia en la venta de paletas de sabores afrutados, vasos con mantecado y barquillas, 23 estuvo con su carrito de helados a solo unos metros del Panteón, bajo la sombra de un frondoso árbol.

Heladero agridulce

Los helados, deleites cremosos de los niños y sus abuelos, suelen ser una pausa azucarada en una tarde calurosa. Sin embargo, para quienes trabajan en las compañías que los producen y distribuyen, el sabor pierde su dulzura.

Desde 1986 hasta 2012, José estuvo en dos de las principales empresas de venta de helados en Venezuela. Durante esos años se familiarizó con lo que hay detrás de ese tipo de empleos donde se fabrica la ficción achocolatada de "ser independiente".

Deudas adquiridas que eran imposibles de amortizar o jornadas extenuantes para vender los helados y así cubrir los gastos del día. "Si no trabajas, no produces", recuerda. Los pagos semanales se derretían al ser confrontados con los adelantos hechos para adquirir mercancía.

Esclavitud de vainilla

Este grupo de tercerizados laboraba sin beneficios de ley y con deudas inmensas que podían significar amenazas de muerte, por parte de los encargados, o la cárcel. Además, según explica, parte del personal era captado en el extranjero y llevado a Venezuela, donde tenía un estatus de inmigrante ilegal que lo hacía vulnerable ante sus empleadores.

"Hay un juego del depositario: 'si no me das el dinero que te presté para comprar los helados, te denuncio'", recuerda.

"Había una explotación bárbara. Éramos esclavos disimulados", afirma. Entre los otros obstáculos se encontraba el ser un vendedor itinerante, lo que significaba persecución policial y decomiso de los carritos de helados, que debían ser cancelados a la empresa, junto con la mercancía que había dentro en caso de pérdida.

José sobrevivió a esta realidad que hiela los huesos. Fue testigo del alcoholismo en el que cayeron algunos compañeros víctimas de la explotación y de las deudas. En su diario caminar, hizo una clientela a la que podía venderle cientos de helados al día.

La salvación de los libros

Un hombre que se cobija bajo la sombra de un árbol todos los días tiene mucho tiempo libre. Así, tal vez emulando a Andrés Bello y su pupilo, Simón Bolívar, que leían y conversaban bajo el Samán de la Trinidad, árbol histórico sembrado en 1753, a unos 100 metros del Panteón, José comenzó a leer mientras esperaba que se acercara algún cliente.

"Uno llega a un sitio y te llevas un libro para pasar el tiempo", explica. El principal tema era la historia de su país. Movido por el influjo de un "sitio emblemático" con una importante carga simbólica relacionada con los próceres independentistas, expresidentes, escritores, poetas, políticos, fue interesándose por el Panteón.

Su conocimiento sobre la estructura, los personajes que allí se encuentran y los alrededores lo compartió con los oyentes que se acercaban con más frecuencia para comer helados y dar un paseo por el Panteón.

Así, sin mucho pensarlo, fue haciéndose guía 'ad honorem' de la estructura. Pasaron años hasta que en 2008 una periodista le hizo una entrevista que fue publicada. Ese trozo de periódico, que colgó en su carrito de ventas, se lo mostró años después al entonces ministro de Interior y Justicia, Néstor Reverol, quien luego de una conversación le propuso formar parte de ese organismo estatal al que pertenece el Panteón. 

Caminando entre próceres

En 2012 comenzó a trabajar oficialmente en el Panteón y dejó la venta de helado. Estar allí aún lo emociona, pues nunca se imaginó dentro. Habla de su compromiso por la investigación y se refiere al "privilegio de estar allí" y a la necesidad del conocimiento histórico.

"Mientras uno los recuerde, están vivos. La gente muere cuando la olvidan", reflexiona.

En los últimos años, el Gobierno venezolano ha llevado al Panteón los restos simbólicos de hombres y mujeres como los pintores Armando Reverón y César Rengifo; el político y poeta Argimiro Gabaldón; el periodista y luchador social Fabricio Ojeda; la independentista quiteña y compañera del Libertador, Manuela Sáenz; la patriota Josefa Camejo; Matea e Hipólita Bolívar, esclavas que participaron en la crianza de Bolívar, y la líder indígena Apacuana, entre otros.

José se refiere a la necesidad de "bajar a las estatuas de sus pedestales" y hacer que los héroes de la independencia sean "hombres y mujeres de carne y hueso".

"Me gusta investigar, verlos desde otro punto de vista, no solo aprender las fechas patrias, analizarlos en su entorno, pensarlos en tu tiempo. ¿Si no los conocemos, cómo vamos a quererlos?".

Lamenta que algunos venezolanos aún no hayan visitado el Panteón, que no conozcan el pensamiento de los libertadores del país suramericano: "Si se pierde nuestra historia, se pierde nuestra identidad".

Sentir el lugar

La descripción que hace José de cada rincón del Panteón es tan detallada que podrían cerrarse los ojos y caminar. "Me gusta que la persona sienta el lugar". Se refiere a las esculturas que están en la nave derecha e izquierda de la edificación y a las pinturas del maestro Tito Salas.

"Ser guía me exige siempre estar al pie del cañón. Me siento comprometido con mi trabajo". En este punto de la conversación saca una hoja de su billetera y la lee. En el documento oficial, lleno de dobleces, están las felicitaciones de la embajadora de Vietnam en Venezuela, que destaca su "gran labor y magnífica atención".

Se refiere con detalle a la preparación y dedicación que debe tener un guía para atender bien al público. En sus recorridos nunca se toma menos de una hora para mostrar el sitio y responder las preguntas de los visitantes.

En esta edificación, ubicada en la parroquia Altagracia, en el norte de la capital venezolana, hay cuatro guías y trabajan unas 56 personas, entre seguridad, mantenimiento y guardias patrimoniales. Al día reciben entre 800 y 1.500 personas, de sábado a domingo.

¿A dónde ir en Caracas?

José, de caminar pausado, se va caminando a su casa cada tarde al salir de su trabajo. Vive relativamente cerca del Panteón. En su recorrido pasa por lugares, que forman parte del casco histórico de la capital venezolana, que recomienda visitar. "Debemos querer el sitio donde estamos", agrega.

Recomienda empezar el trayecto en el Panteón Nacional, sentarse bajo la sombra del Samán de la Trinidad, visitar la Biblioteca Nacional, que está en frente. Luego, cuadras hacia el sur, están las casas de Nuestra América José Martí y de las Primeras Letras, escuela donde Simón Rodríguez impartía clases al Libertador. En la cuadrícula central, donde se planeó la primera Caracas colonial, se encuentra la Plaza Bolívar, las casas natal del Libertador y del Vínculo, donde vivió con su esposa y el Museo Bolivariano.

José, como si el tiempo no hubiera pasado, dice aún con incredulidad que nunca pensó en estar dentro del Panteón: "Nunca vine a pedir trabajo porque quién se lo iba a dar a un heladero. No esperaba esta oportunidad". Su turno se ha terminado por este día. Los próceres deberán esperar para que se cuelen los rayos de luz cuando se abra el portón de la centenaria edificación, en cuya parte posterior se encuentra la moderna estructura del Mausoleo del Libertador Simón Bolívar.

Nathali Gómez

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