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150 años después de la Guerra de Secesión los estadounidenses siguen divididos

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"El pasado no está muerto. Ni siquiera es pasado"

 "El pasado no está muerto. Ni siquiera es pasado"

(William Faulkner)

El 12 de abril de 1861 en EE. UU. empezó una guerra civil, la Guerra de Secesión: los Estados Confederados del Sur asaltaron a la guarnición de Fort Sumter en Charleston, Carolina del Sur. En los cuatro años posteriores tuvieron lugar más de 2.000 enfrentamientos bélicos entre las fuerzas confederadas y los Estados del Norte. Dejaron un saldo de más de 620.000 muertos. Si se compara con la Segunda Guerra Mundial, en esta EE. UU. perdió un 15% menos, 416.837 efectivos fallecidos y desaparecidos, más 1.704 civiles muertos.

150 años después de estallar la oposición armada entre el Sur y el Norte, los norteamericanos siguen divididos. Según la encuesta realizada por Opinion Research Corporation por encargo de la cadena CNN, el 42% de los estadounidenses considera que la esclavitud no fue la razón principal de la separación de los Estados Confederados. Holland Keating, director de sondeos de CNN, comenta que la diferencia -de tan solo un 12%- entre el 42% que opina que la esclavitud no fue la primera causa de la Guerra Civil estadounidense y el 54% que cree que sí lo fue testimonia que "todavía existen divisiones raciales, políticas y geográficas sobre la Guerra". La encuesta reveló, además, que uno de cada cuatro estadounidenses simpatiza más con los Confederados que con la Unión.

Adam Goodheart, director del centro de Estudios de la Experiencia estadounidense en Washington College, comenta a la National Public Radio de EE. UU. que hoy en día los norteamericanos suelen atribuir la Guerra Civil a los derechos de los estados. Acentúa: "Desde luego, es difícil para algunos estadounidenses sureños aceptar que sus antecedentes habían luchado en una guerra para defender la esclavitud. Y creo que los del Norte –a causa de reconciliación nacional– decidieron ponerlo aparte, decidieron aceptar las negaciones de los sureños".

Peter Roff, miembro investigador supremo del Instituto para la Libertad comentó a Fox News que hoy en día la cuestión de los derechos de un estado en la sociedad estadounidense es todavía un tema de los más cruciales. La ambición de limitar las autoridades del Gobierno central sigue siendo un problema común. Según el experto, el crecimiento actual del poder del estado federal –en cuanto a materia de regulaciones, sus ambiciones hacia los impuestos y el modo extravagante de gastar dinero– ha resucitado la idea de que este pueda imponer control sobre el Gobierno central.

Entre las sugerencias principales que se dan en la actualidad están la abolición de la elección directa de senadores, lo que habría restaurado la importancia de los estados como entidades políticas en el sistema federal y el derecho para los estados de invalidar medidas tomadas por el Gobierno central, en caso de ser así la decisión de la mayoría de ellos. Comenta que hoy en día los debates siguen siendo vigorosos y robustos.

Hoy en día muchos expertos acentúan que en realidad la abolición de la esclavitud como tal fue una causa de la guerra adoptada solo por una minoría en el Norte. Los trabajadores no veían a los esclavos con compasión, sino que los consideraban sus rivales económicos. Para la economía del Sur los esclavos tenían un papel clave: eran el mayor activo financiero del país, en 1860 su precio llegó a un total de 3.500 millones de dólares.

Los historiadores coinciden en que a la hora de estallar la Guerra Cilvil las discrepancias económicas entre el Sur agrícola y el Norte industrial llegaron a un punto máximo. En los estados de la futura Unión se concentró el 90% de la maquinaria nacional, mientras que los Estados Confederados producían 4,5 millones de pacas de algodón anuales, lo que equivalía a dos tercios de fabricación mundial y a más de la mitad de todas las exportaciones del país.

A pesar de que la industria del Norte seguía estando orientada al Sur y estaba representada en una gran parte por molinos textiles que dependían de la materia prima sureña, y el Sur necesitaba el equipamiento que se suministraba en el Norte, sus intereses en cuanto a las políticas de importaciones eran completamente distintos. El Norte quería poner impuestos sobre los productos importados los más altos posibles para proteger a la industria propia, mientras que el Sur estaba interesado en el comercio libre. Al proclamar Abraham Lincoln que todos los territorios nuevos que EE. UU. se fuera anexionando -en aquel momento aún no eran 50 estados- recibirían el estatuto de libres, se debilitaron las posiciones políticas de los estados sureños aún más. Significaba que serían una minoría y que ya no podrían defender sus intereses legislativos en el Congreso.

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