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Vivir en los árboles para luchar contra el sistema: La 'batalla' de los activistas alemanes (VIDEO)

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Son jóvenes de todas partes del mundo que, desde 2012, viven entre la arboleda del Hambach y la represión policial. Quieren evitar que una empresa siga deforestando para ampliar su mina de lignito a cielo abierto. Una pelea por el medio ambiente que critica al capitalismo y da en un punto central: el problema de la política energética.
Vivir en los árboles para luchar contra el sistema: La 'batalla' de los activistas alemanes (VIDEO)

Alrededor de unas ramas secas flamea un fuego y sobre eso, una tortilla se calienta, digamos que se quema, digamos que se crocantea. La tortilla originalmente supo estar dentro de un envoltorio, que ahora está vacío y que nadie nunca compró: a ese paquete lo encontraron en el tacho de basura de un supermercado alemán. Y fueron estos mismos jóvenes, que ahora se calientan las manos y los pies con la llama, los que rescataron lo que había dentro para quitarle el mote de desecho y devolverle su status de alimento.

Muchos de los chicos y chicas que ahora cenan en el bosque lo que otro desperdició en la ciudad son en su mayoría freeganos (llevan una vida lo más anticonsumista posible en un país que tira 11 millones de toneladas de alimentos por año). Otros, veganos (no ingieren productos de origen animal). Pero más allá de las posturas alimenticias, comparten el estar en contra del sistema capitalista y –lógico– de sus consecuencias. Entre ellas, la destrucción del medio ambiente.

Más específicamente, quieren impedir que el segundo consorcio energético más grande del país (RWE) siga avanzando en la deforestación del bosque Hambach para ampliar la mina a cielo abierto de la que extraen lignito.

El 'agujero de Europa' –como algunos llaman a la excavación– está a escasos metros de esta fogata. Sólo un caminito de tierra lo separan de este barrio, que se llama Lluna (luna en catalán) y que es tan sólo uno de los que pueblan el bosque.

Los y las activistas viven en casas que ellos mismos construyeron sobre las copas de los árboles, a unos 20, 25 ó 30 metros de altura. Su oficio en desarrollo, el de carpinteros. Su cotidianeidad, escalar. Sus vidas por fuera, no se sabe.

Clandestinxs

Aquí nadie conoce la verdadera identidad del otro ni su edad, clase social, nivel educativo, nada. El objetivo de ese secretismo es el de evitar que se creen jerarquías, además de hacerle más difícil el trabajo a la policía.

Por estos lares cada cual se mueve con su nombre del bosque. Eso lo relata 'Fluss' (río, en alemán). Dudó, cuenta, entre si ponerse viento o ponerse río pero al final eligió el agua, que siempre fluye. Ella vive en una ciudad, estudia una carrera universitaria, viene cada tanto y se queda semanas. Acá aprendió a escalar y construir, cosa que hace la mayor parte del tiempo.

Un rato antes otro de ellos nos había relatado más técnicas de clandestinidad: bajó del monoambiente de madera y mostró su habilidad para borrarse las huellas digitales con una cuchilla, pegamento y tierra. "Demora al menos un mes en volver a crecer, así que si te detuvieron y te largan antes de eso, no te quedan antecedentes", contó.

Estaba enredado en arneses, tenía un buzo negro, pantalón verde militar, zapatillas de montaña, capucha puesta, cara tapada. "Hambach Forest nació como resistencia en el bosque y en contra de la mina de carbón pero al mismo tiempo es resistencia en contra del capitalismo, del gobierno y del sistema. También engloba liberación animal y feminismo", explicó.

Sus compañeros y compañeras coinciden. Sobre eso es que debaten casi siempre. "Como no hablamos de nuestra vida de afuera, no existe el 'small talk'", agregó Fluss.

Cada barrio tiene su propio modo de funcionamiento consensuado entre sus integrantes. Los hay que son más punkis, en algunos las drogas no van, otros son más fiesteros y están a punto de inaugurar uno LGBTQ para 'les identidades que no se sientan cómodes durmiendo con varones cis'.

Las combinaciones son infinitas porque las reglas no son fijas y por supuesto no existe autoridad que obligue a cumplirlas.

"Anarquismo no es el destino final al que tenemos que llegar, sino el camino a encontrar un sistema que sea más justo para todo el mundo, que incluya todos los géneros y todas las clases sociales del mundo", siguió relatando el joven en un muy buen español que, dirá, es tan sólo uno de los cinco idiomas que habla.

La vida en el bosque es dinámica: la gente va y viene, nunca se sabe cuándo llegará la policía, cuántos objetos o herramientas se llevará, si alguien quedará detenido.

En episodios puntuales, los oficiales alegaron que ingresaban en busca de molotov porque unos 'enmascarados' habían atentado contra el campamento de seguridad de RWE o que habían encontrado un explosivo en una estación de bombeo.

Desde septiembre de 2018 la policía hizo más fuertes sus operativos. Se inició con el avance de más de 3.000 efectivos antidisturbios, vehículos con agua a presión, reflectores. Hubo detenidos y derribaron casi todas las casas.

Incluso murió un periodista, al caer de un árbol en pleno operativo. Según el comunicado de prensa de la policía local, "en ese momento no había ninguna acción policial cerca del lugar del accidente y la casa del árbol mencionada".

Pero los activistas cuentan que el nerviosismo era mucho y que por eso el periodista no ató bien las sogas. Lo cierto es que para muchos, ese día fue un punto de inflexión.

"La policía se dio cuenta de que hacer desahucios completos es peligroso para ellos porque crea una imagen muy mala. Tienes que pensar que la imagen es 'todos estos hippies' y la policía viene con antidisturbios, con escopetas, a sacarnos del bosque sólo porque no queremos que corten los árboles, es una locura", recordó el activista sin nombre.

Actualmente la porción del bosque que sobrevive lo hace reposando delicadamente sobre un mar de vacíos legales, normas y contra normas: la empresa tiene la concesión, la Comisión del Carbón recomienda terminar con la energía del carbón para 2038 y el Tribunal Administrativo Superior de Münster detuvo provisoriamente el desmonte mientras se investiga si lo habita una especie de murciélago protegida.

Mientras tanto, los habitantes alegan que es absolutamente legal circular por el bosque y el gobierno, que las casas que construyen no cumplen con las normas ni los registros y entonces las pueden desalojar. Dicen –por ejemplo– que les falta un matafuego y los activistas festejan porque de ahí se deduce que las aceptan como "viviendas". Y así sucesivamente.

La noche es calma y no pasa casi nada. No hay luz eléctrica, así que el fuego hace las veces. Además, la mayoría tienen linternitas individuales de esas que se enroscan en la cabeza. Hay una chica que lee un libro en inglés. Y otros dos que juegan al ajedrez.

Casi todos se sientan sobre algún retazo de madera porque sino la humedad del piso penetra y todavía la primavera está tímida, no sobran los grados centígrados.

Casi en ningún momento usan el celular. Pero mientras pienso en eso, suena una llamada. Una chica busca el aparato entre varias capas de abrigo hasta que da con el bolsillo indicado y lo atiende. Dice "aló" varias veces pero no escucha nada del otro lado y corta. Alcanzo a ver que no es un smartphone, es un modelo de esos en los que el SMS era el rey. La joven se indigna, repasa los mensajitos y guarda el aparato.

- Tenía 10 euros de crédito y la llamada me comió 6. Encima no tengo dinero, me queda un euro, no puedo recargar...

- No te preocupes: estás en el mejor lugar del mundo para no tener dinero –le responde otro joven, veloz, despierto, canchero–.

La fogata sigue, la sobremesa sin mesa también. Uno de los chicos se sirve por tercera vez comida y otro le avisa, de buen modo, que algunos todavía no cenaron. El chico agradece, se detiene, ordena un poco los cacharros como gesto para compensar.

Esa noche el termómetro llegó a cero grados. No había triple pantalón térmico, bolsa de dormir o construcción sobre el suelo que alcanzara. No había solución artificial a mano: la única alternativa era esperar a que amaneciera, cosa que –por fortuna– sucede todos los días.

Al día siguiente no está claro que sucedió primero: si un rayo de sol, el canto de un pájaro, el martillazo inaugural o el olor a rama quemada. Calentaron café y una avena con frutos secos recogida de una basura.

'Plutón' y dos compañeros emprendieron una caminata de unos veinte minutos para ir a buscar más madera. Y en el camino contaron que los domingos el bosque se llena de vecinos de todas partes de Alemania y el mundo que pasan a visitar. 

Una de las chicas, que conoce otras ocupaciones en el mundo, analizó: "No es fácil vivir lejos de la civilización: Hambach es un ejemplo para los movimientos en todo Europa".

También criticó: "Tenemos una forma de democracia que funciona sólo para los mismos que son elegidos para esa democracia. La idea es pensar una nueva manera de vivir en la que todos somos libres, en la que no haya gente que tenga que decidir si pagar la comida para los hijos o pagar para que la casa no esté fría: eso no es un sistema que funciona".

Pero mientras tanto, para los ojos del mundo, muchos dirán que Alemania sí funciona. Tiene el récord de desocupación más bajo desde 1990, un PBI de más de 3.000 billones de dólares, una economía que crece año a año, una seguridad social envidiable.

Mi villano favorito

Acá mismo, dentro del bosque, la complejidad es difícil de ver. Como si el malo de la película fuera demasiado obvio, a pocos metros avanza a pasos agigantados una excavadora única en su tipo. Como un monstruo. El Bagger 288 fue construido específicamente para eliminar escombros en esta mina de carbón y es uno de los vehículos más grandes del mundo: pesa 13.500 toneladas.

Según la empresa (RWE), a profundidades de hasta 470 metros hay unos 2,5 billones de toneladas de depósitos de lignito. Lo que se produce en el área minera de Rhenish genera aproximadamente el 40 por ciento de la energía de la zona Renania del Norte-Westfalia y el 13 por ciento de la de Alemania en general.

La contracara es que, explotándolo desde 1978, del antiguo bosque de Hambach (hay quienes calculan que tiene 12.000 años de antigüedad) sólo queda el 10 por ciento.

Reclamos verdes

Los alemanes (los europeos) cada vez le piden más a sus gobernantes por el planeta: con movilizaciones grandes medianas, pequeñas, rutinarias (como el 'friday for future'), con nuevos líderes como la sueca Greta Thunberg, nominada al Nobel de la Paz.

Pero también con el voto: en las elecciones alemanas, el poder que paulatinamente pierden los partidos tradicionales, los gana la ultra derecha y (quizá como antídoto) también los partidos verdes. El caso más representativo fue cuando en octubre de 2018, el Partido Verde obtuvo el segundo puesto con un 17,5 por ciento en las elecciones de Baviera.

En el medio, Alemania atraviesa el proceso de transición energética. Así como tras la explosión nuclear en Fukushima de 2011 el gobierno reevaluó su política nuclear y le puso fecha límite a la energía atómica en 2020, tras la crisis del bosque Hambach hizo lo mismo respecto a la energía que proviene del carbón.

En el medio, también sucedieron el Protocolo de Kyoto, el Acuerdo de París, la Ley de Energías renovables y un sinfín de planes como el de 'estrategia europea hacia 2020'.

Mientras tanto, la tensión se percibe en cada detalle del bosque. En los montículos de tierra que separan la mina de los barrios y en los que se supone que debería haber carteles de 'no pasar' pero que alguno de los siete enanitos se ocupa de eliminar. O también en las barricadas artesanales de ramas, troncos, plásticos, sillones, pedazos de metal que se ocupan de recordar que el conflicto está activo.

En los cuentos de antaño, el poblado era el lugar seguro y el bosque, el peligroso espacio en el que el lobo atacaba a Caperucita. Acá pareciera que el mundo funciona al revés: el único lugar en el que los y las activistas están a salvo es en medio de la arbolada sin nada de todo eso que la civilización dice tener para ofrecer.

Julia Muriel Dominzain

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