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La entrega y el sacrificio vence al miedo a la radiación en Fukushima

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Pese a la persistente amenaza nuclear y un futuro incierto, son muchos los japoneses que decidieron quedarse en sus pueblos tras el terrible desastre. Son voluntarios que arriesgan sus vidas por reconstruir las ciudades y ayudar a los que más lo necesitan. Por otra parte, los que se marcharon ate

Pese a la persistente amenaza nuclear y un futuro incierto, son muchos los japoneses que decidieron quedarse en sus pueblos tras el terrible desastre. Son voluntarios que arriesgan sus vidas por reconstruir las ciudades y ayudar a los que más lo necesitan. Por otra parte, los que se marcharon atemorizados de sus tierras a veces son criticados por falta de patriotismo.

Seiji Kanari pertenece a ese tipo especial de personas que surgen detrás de toda catástrofe. Cada mañana sale a reclutar voluntarios para reconstruir su ciudad y ofrecer ayuda a los ancianos. Su vida personal ha pasado a un segundo plano. Su solidaridad no ha cedido ante la alta radiación a la que está sometido Iwaki, un lugar situado a poco más de 20 minutos de la central de Fukushima.

"El hijo de mi hermana nació justamente cinco días antes del desastre. Desde entonces, solo pienso en la manera en la que puedo ayudar a los niños y a los ancianos que se encuentran aquí. Todo lo que se hace en estos momentos es poco", explica Seiji.

Pero la catástrofe en el noroeste de Japón no solo ha dejado demostraciones de coraje. El tsunami y el terremoto también han traído agrias sensaciones. Ahora las críticas no sólo arrecian contra TEPCO, la operadora de la planta de Fukushima, sino también contra las personas que decidieron abandonar las ciudades cercanas a la central.

Sato es una de las muchas ciudadanas que salieron de Iwaki. Ahora vive en un centro de refugiados en Tokio. Pasados tres meses desde  aquel fatídico 11 de marzo, esta japonesa tiene sentimientos encontrados. Entiende el motivo por el que se han marchado cientos de familias, pero a su vez, se siente culpable de haber huido de su pueblo en los momentos más difíciles.“Es muy duro cuando la gente de nuestra tierra nos dice: no nos abandonéis y nos pregunta, ¿por qué os marchasteis?” señala la mujer.

En concreto, los extranjeros que escaparon de Japón tras la debacle son calificados despectivamente como “los que se esfumaron”. Sin embargo, en casos como el de Oleg Gúsev, científico ruso que vive en Tokio, esta desgracia ha servido para hacerle sentir como uno más en este país y además ser aceptado como un local.“Sin duda, estoy preocupado por mi salud, pero en Japón no tenemos muchas opciones de contribuir al progreso de esta nación, ya que los extranjeros siempre somos tratados como invitados. Por eso estoy cerca de la central, porque durante muchos años este país me ha cuidado excepcionalmente,” cuenta Oleg.

Entretanto, en las calles de pequeños pueblos cercanos a la planta nuclear, los vecinos van volviendo a la rutina aunque con el temor de no saber cómo estarán reaccionando sus cuerpos ante la radiación.

La falta de certeza sobre los riesgos de la crisis nuclear ha provocado que numerosas personas estén pidiendo al Gobierno la evacuación en muchas ciudades periféricas a la central.

Así, Komae Hokosama, científico de la Universidad de Kioto, asegura que: “los que se han marchado se han convertido, en cierta medida, en unos traidores de Fukushima. Durante estos meses, ha crecido un fuerte nacionalismo y no hay espacio para la gente que pide la evacuación, ya que se siente excluida”.

Esta es una de las resacas que deja el tsunami y la radiactividad en Fukushima. No sólo una región devastada que aún espera la reconstrucción, ni una crisis nuclear que atajar, sino además un puzzle de sentimientos que habrá que volver a recolocar con el paso del tiempo.

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