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The Wall 2011: la experiencia total

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The Wall 2011: la experiencia total

Hace sólo algunos días se oficializó que el exlíder de Pink Floyd, Roger Waters, realizará dos mega conciertos en Chile en marzo de 2012 como parte de su tour The Wall, el que por esos días le llevaría igualmente a Argentina y Brasil.

De esta manera, se concretaría la visita –no contemplada originalmente en un tour que comenzó en septiembre de 2010 en Toronto, Canadá- de uno de los compositores claves de la historia del rock. Y también llevaría a tierras sudamericanas uno de los shows más sorprendentes montado en los últimos años.

Cabe destacar que en el ámbito hispanoamericano, Waters ya se ha presentado con este show sólo en dos naciones: España y México.

A continuación, algunas impresiones referidas al espectáculo que realizó en Moscú a fines de abril de este año, como un preámbulo descriptivo de los eventos que tendrán lugar en las tres naciones sudamericanas mencionadas.

Incluimos también más de 40 capturas de imágenes de video correspondientes a momentos del espectáculo.

“Se trata de uno de los mejores conciertos al que he asistido en mi vida”, asegura el autor de estas notas. “Si no, el mejor…”, precisa.

Moscú, Rusia,

 junio de 2011.

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Es muy probable que el concierto brindado hace algunas semanas por Roger Waters en el estadio Olimpiski de Moscú haya sido uno de los mejores del año en Rusia. Ello, por la sencilla razón de que debe ser uno de los mejores que se han presentando este año en el mundo.

Intenso, conmovedor, alucinante: tales son los adjetivos que vienen al recordar este espectáculo por parte de quienes han tenido la fortuna de verlo.

A estas alturas parece casi innecesario señalar el reconocimiento crítico universal a la calidad y el aporte de Waters a la música popular de la segunda mitad del siglo XX.

Como solista y fundamentalmente en su paso como líder de los míticos Pink Floyd, Waters ha entregado una propuesta maciza y contundente caracterizada por pasajes arriesgados y a menudo de gran profundidad y espesor intelectual.

Por estos días, Roger Waters vuelve por lo suyo y rueda con un The Wall“recargado” que despliega de manera sorprendente todo un amplio abanico de recursos tecnológicos que no existían al momento de aparecer esta obra clave del rock en 1979.

Este The Wall 2011 -por muy “tecnologizado” que pueda creerse el espectador- conmueve de principio a fin. No se trata de una muestra veleidosa de fuegos de artificio. Por el contrario, aquí todo, hasta el más mínimo detalle, tiene una razón de ser, una lógica dentro de la fabulosa arquitectura del espectáculo.

Aquí asistimos a una poética de la imagen ultra condensada, pero que se dispara en infinitas direcciones. El juego resulta a momentos muy entrañable; en otros, de una dureza total.

Se requiere de concentración completa para apreciar en su total magnitud lo que propone Waters por estos días. Entonces, este nuevo show de The Wall parece como listo para “tocar” con las manos…

Esto va más allá del clásico 'guitarra, bajo, batería'. Se trata de una suerte de 'experimento científico': sin quererlo, usted se convierte en un 'ratón de laboratorio' sometido a un constante bombardeo auditivo-visual que no cesa durante dos horas. Mientras tanto, desde las alturas, una gigantesca marioneta de un sarcástico profesor le observa con interés.

Para los fanáticos de Pink Floyd este tour es un sueño cumplido.

En esta oportunidad, Waters toca sólo el disco The Wall. De principio a fin, yendo así más allá de los clásicos Another Brick on The Wall, Run Like Hell y Confortable Numb que constituyeron parte estable de la planilla en vivo de los Floyd. Y este no es un dato irrelevante: The Wall no es un disco de singles o 'grandes éxitos': se trata de un todo armónico, un universo que bien podría pasar por novela existencialista. El orden sí altera el producto. Al menos aquí.

Hay un atractivo añadido. Hace tres décadas el disco fue presentado en vivo con un montaje grandioso para la época. Su registro sonoro es Is There Anybody Out There? The Wall Live 1980-1981. Igualmente cualquier fanático de Pink Floyd conoce el video de las presentaciones realizadas en el centro de exhibiciones Earls Court de Londres. A comienzos de los 80, toda aquella propuesta resultaba alucinante. Pero el proyecto fue de tal magnitud que sólo se puso en escena 31 veces… en cuatro ciudades del mundo: Los Angeles, Nueva York, Dortmund y Londres. Es decir, muchos se lo perdieron.

Aquellas antiguas imágenes –hoy un tanto “oscuras”, dada la tecnología actual- nos muestran a unos Pink Floyd orgullosos de su creación, pero también inmersos en la tensión que disolvería al grupo sólo tres años después. La puesta en escena lograba reproducir el ambiente claustrofóbico y demencial de la placa e incluso contenía fragmentos que después aparecerían en la película The Wall de Alan Parker. El concierto concluía con la estrepitosa caída de un gigantesco muro blanco construido en el escenario siguiendo la idea de Waters de establecer una “separación” concreta entre el grupo y los fans.

Los años no han pasado en vano y el mundo también cambió. El desarrollo tecnológico alcanzado en los últimos 30 años ha sido abismal. Impensado. Vertiginoso. Bestial... De todas formas, The Wall –como buena obra clásica que es- ha soportado bien el paso del tiempo gracias a su apuesta por un ingrediente que es estéticamente eterno: la emoción humana. Aunque, claro, no sólo de emociones vive el hombre. Y eso bien lo sabe Waters.

El espectáculo de la gira The Wall 2011 es tremendamente moderno y actual.

Roger Waters y su equipo la pensaron y bien. Advirtieron que usufructuar de la gloria del pasado –algo que muchos 'grandes' de antaño hacen hoy con un descaro impresentable- no era suficiente en este caso. No se podía presentar exactamente el The Wall como fue en los 80. Por eso, idearon un montaje distinto, con más similitud a un sueño 3D que a la ópera enloquecida que fue su desarrollo original.

El nuevo The Wall no es tan sólo una escenificación actualizada de aquella obra. Aquella crítica ochentera se hace cargo hoy de los fantasmas y dolores de la vida post Torres Gemelas. El orden internacional y los mismos conceptos de bien y mal adquirieron nuevas connotaciones después de ese hecho.

En todo caso y aunque a muchos pueda resultar molesto, aún Waters tiene pólvora para gastar. Y gritos en la garganta que aún no enmudecen.“You better stay home and do as you're told /get out of the road if you want to grow old”, escribió poco antes de The Wall. Rebelde empecinado, no se hace caso ni a él mismo.

Los cuestionamientos actuales del músico pueden parecer poco evidentes, pero son muy contundentes… cuando se los reconoce. Su posición parece ser ésta: presentar una serie de asociaciones en base a variadas facetas –muchas de ellas del tipo 'lacras'- de la sociedad de nuestros días mediante imágenes muy directas, aunque también  poéticas por momentos. ¿El resultado? Duro, preciso, acerado… Los martillos, hoy como ayer, siguen arrasando todo a su paso. Y Waters los muestra, en toda su crueldad. Hoy como ayer, hay cosas que no cambian. “¿Oíste, oíste, oíste las bombas cayendo?/ Las llamas se apagaron hace mucho tiempo/ pero el dolor se ha prolongado./ Adiós, cielo azul./ Adiós, cielo azul.” (Goodbye Blue Sky).

Cabe recordar que antes de esta gira, Waters sólo había interpretado The Wall con motivo de la caída del Muro de Berlín el 21 de julio de 1990 en la Puerta de Brandenburgo, evento en el que estuvo acompañado por variadas estrellas del pop internacional. Se calcula que asistieron al concierto más de 250.000 personas, sin contar a los auditores de los más de 50 países en que se transmitió en directo por televisión.

ENTRAMOS…

Pero antes, un poco de color local. Volvemos a este 23 de abril.

- Al parecer, todo está muy bien organizado: en las afueras del  Olimpiski se va reuniendo la gente, pero sin generarse aglomeraciones. Faltan unas dos horas para el recital. ¿O este orden y diligencia tiene que ver con un especial tipo de mentalidad?

- En las inmediaciones del recinto deportivo la ingesta y venta de alcohol está prohibida. Si al asistente se le ocurre preguntar en alguna tienda o kiosco callejero no es del todo lícito descartar recibir un categórico “Niet piva!” (No hay cerveza).

- Suficiente calor para una coca cola, un helado o un kvas (bebida típica rusa que podría asimilarse un poco a la malta).

- No faltan los 'listos': venden fotos “autografiadas por Roger Waters” y también discos del The Wall a 300 rublos (piratas, eso se a ve a la milla).

- Cuando se abren las puertas, el público ingresa en filas disciplinadas.

- En los pasillos, puestos con poleras del tour en tres diseños y colores distintos. Discos de Roger Waters y alguno que otro de Pink Floyd, aunque, claro, el The Wall es omnipresente. Otros ofrecen refrescos, papas fritas y panecillos con jamón, queso y, agárrense… caviar, a sólo 100 rublos.

- Prohibido fumar. Salvo en un punto especialmente habilitado: la nube en el lugar está de cuidado.

- En general, público de 30 a 35 años. No están para bailar un mambo: conocen a Roger Waters y les gusta Pink Floyd.

- Por aquí y por allá, chicas guapas sacándose fotos unas a otras. Buscan inmortalizar su belleza y lozanía juvenil, pero no sólo eso. Su propósito inmediato es otro: subirlas a Facebook o Vkontakte (su paralelo ruso). Quieren contarle al mundo lo regias que están: tal moda causa furor por estos días entre las damas rusas, comentaron a este cronista fuentes femeninas de alta credibilidad y residencia en Moscú.

- En medio de todo este cuadro, Ellos y Ellas se ponen camisetas de The Wall. Desfile de martillos, profesores y capullos de flores hambrientas por doquier…

Ahora un breve repaso a lo que fue el concierto.

El debut con In The Flesh: apoteósico. La emoción de la audiencia es palpable (e irá in crescendo): los rusos, a menudo comedidos en estas cosas, se ven sorprendidos: es como si fueran una gigantesca escultura humana de rostros consternados. El desenlace, de fábula: en medio del estruendo que pone fin a la canción, casi desde la nada aparece un avión volando. 1, 2, 3, 4, 5 segundos… y se estrella estruendosamente contra la parte superior del muro frente al que se desarrolla la acción. La audiencia se levanta de sus asientos. Aplausos. Más aplausos. El entusiasmo se va difundiendo como una ola por el estadio.

Las canciones se suceden con precisión cronométrica, tal y como en el disco. Resulta de agradecer que Waters reproduzca con fidelidad los tiempos de la placa.

¿El sonido? Impecable. De una nitidez asombrosa.

Los asistentes caen en una especie de embeleso: se va generando un silencio respetuoso que deja algo en claro: el público fue a escuchar y ver The Wall, no a buscar pop desechable.

Goodbye cruel world y el muro queda completamente construido.

Waters se toma un receso y el público también. 15 minutos para bocados y cigarrillos.

La segunda parte comienza introspectiva. Así lo reflejan las imágenes y la iluminación: todo genera un ambiente íntimo. Pero se trata sólo de un intervalo. Pronto llega nuevamente In The Flesh y la furia se adueña del escenario, sobre todo al resonar aquellas líneas de “Run, run, run/ Run, run run….”. Poco después, el vaivén de Confortably numb. Se acerca el fin.

El climax llega con The Trial: luego de una vertiginosa sucesión de imágenes a alta velocidad e incluso superpuestas, parece que el latido de todos se detiende. ¡Están esperando algo! ¡Lo esperan! Y entonces, sucede: el mundo se viene abajo, el estruendo del vértigo, el fin de todo, la apoteosis… mezclándose con el sonido -que virtualmente demuele los oídos- comienzan a caer los ladrillos del muro: en pocos segundos ya está: frente al público, los despojos de la destrucción absoluta.

Y eso sería: poco después, con el melancólico bálsamo de Outside The Wall, Waters se despide con un “spasibo” (gracias) y abandona el escenario junto a sus músicos.

¿Qué más puede pedirse después de semejante desenlace?

La gente comienza a salir del estadio con esa tranquilidad propia que da la satisfacción. El show había alcanzado niveles incendiarios a ratos y eso todos lo habían advertido. Pero había que volver a casa y a la vida “cotidiana”.

Se había acabado.

Pero algo era cierto: más allá de lo sucedido en Olimpiski nadie de los presentes ignoraba que 'el Muro' seguiría construyéndose y cayendo… y volviendo a levantarse: tal como la vida de todos.

Dice el tango que 20 años no es nada y que febril la mirada. Lo mismo vale para los 30 años de The Wall: que no son nada y que febril sigue siendo hoy la mirada...

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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