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El paraíso de la usura legal

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El paraíso de la usura legal

“Una gran masa de ciudadanos trabajando obediente al servicio de una pequeña cúpula de privilegiados. La tan publicitada globalización no es más que la estrategia general para conducir al mundo hacia ese propósito: una nueva y oscura Edad Media de proporciones planetarias y esta vez sin la posibilidad de un nuevo Renacimiento, ya que los nuevos siervos no reconocen su condición de esclavos”. Duras pero reveladoras palabras de Paul Koch escritas en su libro La historia oculta de la humanidad. Al fin de cuentas es lo que somos: esclavos. ¿Por qué aún no vemos los barrotes de nuestra celda? Aunque ya lo expliqué en un artículo anterior, se me ocurren un par de posibilidades. Primero, que no haya tenido el efecto necesario para despertar las suficientes conciencias en cuanto a la falacia del dinero y la estafa mundial y segundo, que la información aún esté muy restringida culturalmente hablando, es decir, que no sea lo suficientemente clara y sencilla de entender y aceptar. Pues bien, el australiano Larry Hannigan publicó en 1971 un interesante artículo en idioma inglés titulado The earth plus 5%. En él relata la historia del dinero desde su creación, pasando por la banca y llegando hasta nuestros días. “Este relato es una fábula”, dice Hannigan. "Si las personas que lean el presente artículo encuentran que es muy parecida a nuestra situación actual o van más allá y opinan que es exactamente igual, pues es solo su opinión", sentencia. Para entender cómo comenzar a construir nuestra revolución y crear una humanidad de personas simples y libres, es necesario comprender la problemática del dinero pero de una manera sencilla, casi didáctica. Aunque la historia es larga, no me pareció justo segmentarla en dos por respeto y en honor a la naturaleza del impactante contenido. Como decía en el artículo anterior, tenemos la oportunidad única en la historia de la humanidad de unirnos como una sola nación y una sola voz, pero cuidado: no de la manera en que el nuevo orden mundial pregona, menos al estilo egoísta y materialista de las sociedades secretas, en particular de la masonería con su lema de igualdad, fraternidad y libertad. Por el contrario, muy por el contrario, aplicando una formula simple: amar a los demás como a ti mismo, hacer a los demás todo aquello que quisiéramos para nosotros mismos y amar a Dios sobre todas las cosas… palabras no mías sino de Jesús de Nazaret. A continuación, la fábula Quiero la tierra más el 5%.

Fabián vive en un mundo poblado por tribus, cada una de las cuales cuenta con un gobierno simple elegido por democracia directa: a mano alzada por el resto de sus vecinos. Es un lugar primitivo, ya que todavía se utiliza el trueque sencillo como relación comercial. Cada persona está especializada en un oficio o vive del pastoreo o la agricultura y lo que sobra lo intercambia el día del mercado con lo que otras personas producen. El único problema de éste sistema es que no se tiene muy claro el valor de las cosas. ¿Cuánto vale una vaca? ¿Dos sacos de trigo o tal vez tres? Tampoco es rara la ocasión en que una persona no encuentra a nadie a quien le interese su producto sobrante o tal vez es ella misma quien no encuentra ninguno ajeno que le convenga. Si esto ocurre, debe volver a casa con un producto que tal vez se deteriore hasta el siguiente día del mercado. Fabián es orfebre y como tal, trabaja metales preciosos. Cierto día aprovecha una de esas jornadas especiales en las que se reúne toda su comunidad para proponer a sus vecinos la solución que se le ha ocurrido para resolver los problemas comerciales. Su sistema es el dinero. Él podría transformar el oro en pequeñas piezas iguales: un número limitado de monedas con un valor concreto, cuyo uso facilitaría el intercambio de productos y mejoraría la vida de todos. Por supuesto, surgieron dudas. Uno de los vecinos preguntó qué ocurriría si alguien descubriera una mina de oro y confeccionara monedas por su cuenta, aumentando su propia riqueza de manera ilegal. Fabián le responde que para evitar situaciones de este tipo, el gobierno diseñará un sello que estampará en cada una de las monedas y que guardará bajo siete llaves en su caja fuerte bajo su propia responsabilidad y con la ayuda de algunos guerreros del gobierno. Una a una va contestando a todas las interrogantes y al final convence a todos para poner en marcha su plan. Entonces se presenta otro obstáculo: ¿cuántas monedas debe tener cada miembro de la comunidad? Uno de los vecinos, un albañil, exige ser quien más reciba porque para eso construye las casas donde viven. Luego el agricultor dice que él tiene más derechos porque cultiva las plantas y el grano que alimenta a todos. El pastor interviene para pedir aún más que los otros porque sus animales no sólo producen comida sino también piel y lana que permiten confeccionar vestidos y telas. Mientras que el guerrero, -a gritos- pide más que todos ya que si él no les defiende, serán atacados y podrían morir a manos de guerreros de la tribu vecina. Con tono moderado, Fabián interrumpe la discusión y propone que cada cual pida el número de monedas que desee, que él las fabricará todas, puesto que calculó que existe suficiente oro para ello. El único límite a la hora de pedir prestado será la necesidad de devolver anualmente la cantidad de monedas solicitada. A cambio del servicio que ofrece a la comunidad fabricando el dinero y prestándolo, Fabián solo pide un salario del 5%: por cada 100 monedas que entregue a alguien, esa persona tendrá que devolverle al año siguiente 105. Esas cinco monedas por cada cien serán su modesto pago, su INTERÉS. A todas las personas les parece un salario justo y, en consecuencia, recibe luz verde. Sin embargo, esas mismas cinco monedas arruinaron al mundo, porque no podrían ser devueltas jamás. Veremos por qué.

El siguiente paso de Fabián fue pedir al gobierno que diseñara su sello y que interviniera y acaparara todo el oro de la comunidad, junto con el resto de metales preciosos que pudieran usarse para piezas de menor valor. Esto con el fin de controlar la cantidad inicial que sería fragmentada en monedas. Para ello trabajó día y noche hasta que acuñó todas las monedas solicitadas por los vecinos. Cuando terminó, el gobierno comprobó que había cumplido lo prometido y comenzó el préstamo de monedas. Al principio todo funcionó impecablemente. La gente compraba y vendía como si fuera un juego, al tiempo que disfrutaban de la sencillez de un sistema que por primera vez permitió regular el precio de las cosas, entendiendo como tal la cantidad de trabajo que se necesitaba para la producción de un artículo concreto: a más trabajo, mayor precio y por ende, más monedas había que entregar a cambio. Por ejemplo, el único pastelero de la tribu vendía su deliciosa repostería a un precio elevado porque nadie más tenía sus conocimientos sobre dulces ni el horno necesario para prepararlos ni su paciencia infinita para decorarlos con tanta gracia. Pero resulta que cierto día, otro hombre comenzó a hacer pasteles también y los ofreció por menos monedas para conseguir su propia clientela. El primer pastelero se vio obligado a rebajar su precio para no perder el negocio. Fue así como se produjo un fenómeno desconocido hasta ese entonces: LA LIBRE COMPETENCIA. A partir de ese momento, ambos pasteleros, y los que llegaron más tarde, tuvieron que esforzarse para dar la mejor calidad al precio más bajo. Lo mismo ocurrió con el resto de profesionales: todos ellos trabajaron como nunca en beneficio de los demás. Sin impuestos, sin licencias ni aranceles de ningún tipo, la calidad de vida de la comunidad mejoró de forma espectacular y hasta se generó un movimiento ciudadano que se planteaba la idea de erigir una estatua en honor de Fabián por su maravilloso invento. Y así pasó un año. El orfebre visitó a todos los vecinos de la comunidad para cobrarles su parte: las 5 monedas por cada 100. Algunos de ellos habían prosperado de forma extraordinaria y tenían de sobra respecto a las recibidas originalmente. La comunidad pagó con gusto y después volvieron a pedir prestada una nueva cantidad para utilizar durante el ejercicio siguiente, convencidas de que conseguirían nuevas ganancias. Pero el hecho de que algunas personas tuvieran más monedas significaba como es lógico, que otras tenían menos, ya que la cantidad de piezas en circulación era limitada. Así que Fabián se encontró con gente que, por falta de esfuerzo, de ingenio o de fortuna, había perdido dinero en aquellos 12 meses. Gente que, por primera vez, descubría el significado de esa horrible palabra asociada al interés: DEUDA.

La comunidad estaba compuesta por gente sencilla y honesta que no rehuía su responsabilidad, por lo que aquellos que no tenían para pagar se deshicieron en excusas y se comprometieron a abonárselo a Fabián un año más tarde. De paso también siguieron pidiendo prestado para vivir. Él lo aceptó, previa firma de un documento que establece la hipoteca sobre algunos de sus bienes: una casa, tal vez un terreno, algo de ganado, en fin… “Si no me pagas el año que viene, tendré que quedarme con todo lo hipotecado para compensar”, decía, ante la avergonzada y ansiosa mirada del deudor. Transcurrió otro año, en el que la inocencia original se había perdido porque todos eran ya conscientes de que necesitaban ganar lo suficiente como para devolver el 5% del dinero adelantado y vivir con sus cuentas saneadas, sin comprender que el dinero que se les exigiría al final del ejercicio o año fiscal, en realidad no existía físicamente ni existiría nunca: alguien tendría que perderlo para generarlo. Pues aunque en un momento dado todo el mundo reembolsara todas las monedas en curso a Fabián, aún seguirían faltando las cinco monedas extra por cada cien (el interés) que jamás fueron prestadas porque jamás fueron fabricadas. Una vez puesto en marcha el sistema, siempre habría alguien endeudado. Al final del segundo ejercicio, Fabián pudo ejecutar algunas de las hipotecas de los que no habían logrado equilibrar la relación entre el debe y el haber. Y todos los vecinos entendían que lo hiciera: era justo que cobrara por su trabajo, después de todo. A medida que fueron pasando los años, Fabián vio cómo aumentaba su patrimonio gradualmente y se frotó las manos satisfecho: "¡Pronto podré dedicarme a vivir de las rentas!", pensaba.

 

El caso es que las personas que ganaron más dinero con el sistema de Fabián pensaron que su caja fuerte (en la que tenía el oro no utilizado para fabricar monedas y que estaba protegida por los guerreros facilitados por el gobierno) podría ser el lugar más seguro para guardar sus ganancias y al mismo tiempo, evitar que se las robaran. Pidieron entonces al orfebre que los dejara meter allí ese dinero a cambio de una pequeña cuota, variable según el tiempo y la cantidad a proteger. Fabián les extendía un recibo que certificaba la operación, pidiendo que no lo perdieran porque, si no, no les devolvería el dinero, pues tampoco podía recordar los datos de todo el mundo. Fue así como nació LA BANCA. Con el tiempo, todos los miembros de la tribu [sociedad] llegaron a conocer los recibos. Confiaban tanto en ellos que a alguien se le ocurrió comprar y pagar con uno, ya que era equivalente a su oro guardado en la caja fuerte. No pasó mucho tiempo sin que todo el mundo empezara a hacer lo mismo: usar los recibos como si fueran monedas, ya que resultaban más cómodos de llevar y guardar. Así apareció el papel moneda. Fabián decidió ir un paso más allá: no volvería a fabricar más monedas físicas, sino que usaría las que tenía guardadas la próxima vez que alguien le pidiera efectivo, aunque fueran de algún depositario. Al fin y al cabo, nadie diferenciaba una moneda de otra. Y empezó a prestar dinero “inexistente”, ya que las piezas entregadas en realidad no eran nuevas. Sin embargo, siguió cobrando igual, con lo que sus beneficios [el famoso 5%] crecieron aún más sin arriesgar nada a cambio, excepto la posibilidad de que alguien le descubriera, lo que era prácticamente imposible porque a estas alturas todo el mundo confiaba en él. Era un respetado miembro de la comunidad, eje fundamental del sistema económico y el único que comprendía sus complejas cuentas.

Extractos de la película El concursante. Tal vez una de las pocas películas con real sentido y que explica de manera trágica para el protagonista, la estafa del crédito creado por los banqueros mundiales.

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Cierta ocasión, uno de los vecinos solicitó un préstamo enorme. Le había ido muy bien en su negocio y quería comprar un gran barco para comerciar con sus productos en otros lugares, pero el proyecto era costoso y debía pagar a varios proveedores. Sabiendo Fabián el uso que se hacía de sus recibos como papel moneda, le sugirió al solicitante que abriera un depósito formal a su nombre y que, en lugar de las monedas, recibiera varios recibos por el valor correspondiente en oro. El activo empresario aceptó y se fue a pagar a cada proveedor con su recibo. El orfebre estaba eufórico: ya no necesitaba ni siquiera facilitar las monedas de oro para luego guardar el sobrante, le bastaba con firmar un papel que atestiguara la existencia del préstamo. De hecho, poco después los vecinos empezaron a guardar también sus recibos en su caja fuerte… El siguiente paso lo dio el mismo empresario del barco. Tenía que abonar una cantidad a un último proveedor, pero estaba demasiado ocupado cargando la nave para partir aprovechando la marea, así que envió una corta nota a Fabián pidiéndole que transfiriera parte del dinero que tenía en su cuenta a la cuenta del proveedor, a fin de saldar la deuda. El orfebre encontró el procedimiento un poco irregular, pero en seguida vislumbró sus posibilidades. Borrar una cifra de una cuenta y anotarla en otra le llevaba apenas unos minutos y podía cobrar otro pequeño extra por el servicio. Cuandoesta nueva variante de pago llegó a oídos de los demás vecinos, seguida se puso de moda. Estas notas cortas se llamaron CHEQUES.

Como el comercio marchaba muy bien en líneas generales, la petición de dinero era cada vez mayor. Fabián acabó prestando varias veces la misma cantidad de oro [en forma de papel moneda o de cheques] a distintas personas gracias a su técnica de limitarse a anotar y borrar las cifras de una cuenta a otra. Mas él dormía tranquilo: todo funcionaría bien mientras disfrutara de la confianza de la sociedad y a los dueños reales de las monedas en la caja fuerte no se les ocurriera ir a todos juntos a retirar su dinero. Nadie en la comunidad pensaba que los estuviera estafando, habida cuenta que gracias a él la sociedad había mejorado mucho. La fama de Fabián creció tanto que otras comunidades solicitaron a sus respectivos orfebres que pusieran en práctica la misma estrategia para prosperar. Estos orfebres se presentaron en su casa y de inmediato Fabián les ofreció explicarles su plan para que pudieran hacer lo mismo en sus respectivas tribus, porque se había dado cuenta de que necesitaba asociados. Todo estaba funcionando bien, pero el sistema crecía a una velocidad que amenazaba con írsele de las manos y si algún día tenía problemas, por ejemplo, falta de liquidez, le vendría bien contar con aliados que le pudieran echar una mano. Fabián propuso al resto de orfebres, y estos aceptaron, elaborar un pacto para repartirse las zonas de influencia sin hacerse competencia directa, ayudarse en el desarrollo de la estrategia, transferir fondos reales en caso de urgencia, reconocer los recibos de los demás cuando llegaran a su tribu y reunirse periódicamente para evaluar los resultados obtenidos. Después, cada cual puso en marcha su propia actividad.

La expansión del sistema catapultó aún más el prestigio de Fabián y sus socios, que fueron alabados por su esfuerzo a favor del entendimiento de distintas tribus, pero también les generó el primer quebradero de cabeza serio al aparecer los falsificadores: personas que habían descubierto por su cuenta lo sencillo que resultaba engañar a la gente común y corriente si conseguían fabricar unas copias lo bastante buenas del papel moneda o los cheques para comerciar de forma ilegal. Semejante amenaza llevó a los orfebres a solicitar una reunión con los gobiernos de sus respectivas tribus, a los que presentaron el problema y una posible solución con dos puntos básicos. El primero consistía en que fuera el gobierno de cada comunidad el que se responsabilizara de imprimir billetes de diverso valor para sustituir los recibos de valor fijo emitidos por los orfebres. Los nuevos billetes serían confeccionados con un papel muy difícil de falsificar y el gobierno les daría el visto bueno incluyendo su firma y su garantía en cada uno. Y, por supuesto, se encargaría de perseguir a quien osara falsificarlos. Eso sí, Fabián y los suyos seguirían controlando los flujos monetarios y decidiendo cuántos billetes se emitían. El segundo punto obligaba a controlar las minas y nuevas explotaciones de oro y otros metales preciosos utilizados en la fabricación de monedas para evitar que alguien elaborara su propio dinero imitando los sellos oficiales. Cualquier persona que encontrara pepitas [de oro o cualquier otra piedra preciosa y/o mineral] debería ser obligada a entregarlas al gobierno a cambio de billetes controlados. Los gobiernos aceptaron la propuesta y actuaron en consecuencia. Y el intercambio de dinero se animó de nuevo, pues todos querían probar los nuevos billetes, que además permitirían nuevas combinaciones para la compra y la venta. Con el tiempo se demostró, sin embargo, que el noventa por ciento de los negocios seguían haciéndose a través de cheques o transferencias.

La ambición de Fabián y sus socios carecía ya de límite alguno y se juramentaron para controlar por completo el mundo en el que vivían. Un mundo que nadie imaginaba ya sin la existencia del dinero. Planearon una pequeña revolución para incrementar el volumen de sus fondos. Hasta el momento, la gente les pagaba por guardar sus monedas de oro y sus billetes en la caja fuerte, ahora empezaron a ofrecer una pequeña gratificación del tres por ciento a aquellas personas que depositaran su dinero en sus cuentas. Los vecinos respondieron con entusiasmo, pues era la primera vez que cobraban por sus cuotas, seguramente porque ya eran muy ricos. Y es que la mayoría de las personas pensaron que la ganancia de Fabián y los otros se había reducido al dos por ciento: la diferencia del cinco inicial menos el tres por ciento que ahora pagaban a los depositarios. ¡Error! La realidad es que el volumen del dinero entregado en la caja fuerte creció y, con él, la posibilidad de prestar aún más. Los orfebres prestaban doscientas, quinientas… hasta novecientas monedas por cada cien reales [monedas] que poseían en caja. La prudencia les forzaba a no exceder esta proporción de nueva a uno porque las estadísticas mostraban que una persona de cada diez acababa exigiendo que le devolvieran su oro metálico. Ahora, atención al cálculo: sobre las novecientas prestadas, o apuntadas en la cuenta como si hubieran sido entregadas en forma de monedas reales, Fabián y sus socios seguían exigiendo el cinco por ciento de interés, es decir, 45. Cuando el préstamo y los intereses [las 945] eran reembolsados se limitaban a borrar la cifra de novecientas de sus anotaciones como débitos y se guardaban como beneficio personal el resto. Podemos comprender que no los preocupara pagar un tres por ciento de interés por las cien monedas depositadas realmente y que nunca habían llegado a abandonar la caja: en pocas palabras, los vecinos pensaban que los orfebres tenían un dos por ciento de interés o ganancias por cada cien monedas cuando lo cierto es que se estaban embolsando un 42 por ciento sin arriesgar siquiera el oro que tenían en su caja fuerte. El éxito del plan creó una nueva casta de ricos y poderosos en la sombra, pero también propició la aparición de personas de pensamiento independiente que descubrieron por su cuenta la falla del cinco por ciento original y se presentaron ante Fabián y sus socios para plantearla. Eran recibidos con amabilidad y cortesía, y despedidos luego con grandes sonrisas y una palmadita en la espalda tras insistirles en la complejidad del sistema financiero y la dificultad para entenderlo a no ser que uno fuera un profesional muy preparado y con conocimientos de orfebrería. Algunos no quedaron convencidos por la actitud conciliadora e hicieron públicos sus temores entre sus familiares y amigos y más tarde entre grupos más grandes de ciudadanos. Sin embargo, no obtuvieron el apoyo deseado. Nadie compartía su perplejidad por las cinco monedas de más, teniendo en cuenta la indiscutible mejora en la calidad de vida de la población. Al fin, los allegados empleaban una de esas frases trágicas que han servido siempre para encadenar las posibilidades del ser humano: “vas a saber tú más que los expertos…”

El sistema funcionó durante años sin grandes problemas, pero al llevar dentro de sí el germen de la injusticia, empezaron a multiplicarse los insatisfechos que veían cómo cada día había que trabajar más y más para conseguir los mismos productos, mientras un grupo de gentes adineradas vivía sin agobios. Y es que para pagar el interés sobre las cada vez más elevadas sumas de dinero que se pedían prestadas [y en ocasiones también por pura codicia], fabricantes y comerciantes subían los precios. Los asalariados se quejaban de ganar poco y los patronos se negaban a subir sus sueldos mucho más para no acabar arruinados. Algunos servicios que hasta entonces eran de uso común adquirieron precios prohibitivos, como la atención de los médicos o la instrucción en las escuelas. Y apareció una nueva clase de personas: LOS INDIGENTES, ciudadanos que vivían de la caridad pública al margen del sistema porque habían perdido todo su dinero [y todos sus bienes, tras hipotecarse y fallar una vez más en la ardua tarea de conseguir las “cinco monedas extras”] y por distintos motivos no hallaban un trabajo nuevo o ni siquiera ya estaban en condiciones de trabajar. Para entonces, las tribus habían olvidado el gran secreto acerca de la RIQUEZA REAL: que ésta no se encuentra en los billetes, ni en los cheques, ni siquiera en el oro que todos deseaban acumular pensando que era la cumbre de su éxito personal y profesional, sino en los bienes tangibles [las tierras de cultivo, los minerales, el ganado…] de los que se habían desprendido por querer llevar una vida más moderna y a la moda y, por encima de cualquier otra cosa, en el talento personal y la capacidad de trabajo propia de cada ser humano. Los ciudadanos estaban ya convencidos de que debían sus ingresos al patrón que les pagaba, fuera éste el gobierno, un empresario o una industria cualquiera, cuando en realidad solo se los debían a sí mismos, al valor de su propio esfuerzo. Olvidaron que el dinero no es otra cosa que el medio a través del cual cobraban por ese esfuerzo, aunque ellos lo hubieran entronizado como su nuevo y falso dios.

Llegó un día en el que todo, incluso los productos de primera necesidad, parecía valer ya demasiado. Pero nadie cuestionó el sistema seriamente, ni siquiera cuando los antiguos disidentes desenterraron sus argumentos y fueron silenciados y censurados por sus propios amigos y familias, quienes les exigían ganar más dinero en lugar de perder el tiempo elucubrando teorías conspirativas. Alguno hubo que sí obtuvo cierto éxito con sus advertencias entre los miembros de su tribu, si bien su labor no duró mucho tiempo al ser víctima de un desgraciado accidente… Aparecieron entonces las primeras PROTESTAS PÚBLICAS en forma de manifestaciones que nunca se dirigieron hacia los orfebres [los auténticos amos del juego] sino hacia los patronos y el gobierno, por su incapacidad para gestionar una crisis cuyo origen tampoco ellos entendían. Acorralados por las circunstancias, los gobiernos inventaron programas de bienestar ciudadano, incluyendo la creación de empresas públicas para que los ciudadanos pudieran tener acceso de nuevo a un precio asequible a servicios como la medicina o las escuelas, aunque carecían del mismo nivel y los recursos que los profesionales del sistema privado. También emitieron por vez primera una ley que obliga a todas las personas de la comunidad a contribuir con una pequeña parte de su dinero al bienestar general: el primer IMPUESTO, con carácter de derrama específica para tapar un agujero puntual. Muchos ciudadanos protestaron por tener que pagar esta cantidad de dinero obligatoria: forzar a los trabajadores a los que les costaba tanto esfuerzo mantenerse en el sistema a pagar parte de lo suyo para ayudar a otros que lo habían logrado parecía un grave contrasentido e incluso se interpretó como un robo legal. No obstante, el gobierno contaba con guerreros [es decir, policías y soldados] que obligaban a cumplir esta recaudación y metían en la cárcel a todo aquel que se negara. Además, gracias al dinero extra comenzaron a actuar los programas de bienestar, que aliviaron la situación… durante un tiempo.


Pronto fueron necesarios más recursos y más funcionarios para administrar la creciente máquina en construcción de un Estado en el que cada vez más actividades requerían ser controladas para evitar disfunciones. Eso significaba más préstamos, pero los gobiernos, que ya estaban endeudados también como institución, no querían incrementar el nivel de su débito y, angustiados, acudieron una vez más al infalible oráculo de Fabián y sus socios. Estos escucharon sus quejas con la tranquilidad del que contempla cómo un largo y meditado plan quema una etapa tras otra de acuerdo con lo previsto, y respondieron a los gobiernos desplegando ante ellos un brillante futuro si eran capaces de crear e imponer impuestos regulares para mantener diversos servicios. No se trataba ya de exigir una derrama o contribución excepcional para resolver un asunto concreto sino de introducir un sistema de tasación graduado, obligatorio y perenne para garantizar un flujo perpetuo de dinero a los gobiernos. Los gobiernos tendrían que ampliar su control sobre los ciudadanos, de forma que cada uno de ellos pasara a formar parte de una estadística elaborada en la que se describieran con detalle sus bienes, recursos y ganancias [su potencialidad económica], además de sus datos personales, para controlar el cobro y castigar a los rebeldes. Los que más tuvieran deberían aportar más de acuerdo con esta clasificación. El sistema debía ser muy bien explicado y promocionado a la sociedad para evitar una negativa generalizada, aunque lo más probable era que los gobiernos se aseguraran en seguida el apoyo de la mayoría [los que disponían de menores ingresos], que verían en la nueva regulación un reparto más justo y equitativo de la riqueza. Si aun así encontraban demasiada oposición, siempre podían echar mano de los guerreros para imponerlo por la fuerza.

Parecía la única salida razonable y, además, consecuente con el principio de que todos los miembros de la comunidad eran iguales ante la ley y debían contribuir al bienestar general en la medida de sus posibilidades [por supuesto y para evitar su propia y en extremo abultada contribución los orfebres, que eran los miembros más ricos de la sociedad, ya habían distribuido previamente sus propios y lujosos bienes a través de una telaraña de empresas y fundaciones de manera que, técnicamente, no les pertenecían, aunque eran los únicos que disfrutaban de ellos]. Los gobiernos se retiraron agradeciendo la perspicaz solución a Fabián y sus socios, aunque este, antes de irse, les recordó la importante suma de dinero que debían como instituciones y les anunció una nueva medida de gracia tomada por los orfebres: ante la delicada situación que atravesaban los gobiernos, de momento no les cobrarían más que los intereses, dejando el capital de la deuda para más adelante. Decididamente, pensaron los regidores, el primero de los orfebres era un gran hombre, un mecenas de la humanidad, e institucionalizaron los impuestos, que en el proceso de acción-reacción del sistema se multiplicaron más allá de lo imaginable. Se introdujeron impuestos sobre las nóminas de los trabajadores; sobre las infraestructuras de transporte; sobre la compra o construcción de una casa y, luego, por vivir en ella; sobre la adquisición de un vehículo, sobre su posesión, sobre el combustible utilizado, también por el hecho de conducirlo, sobre su acceso a determinadas zonas de las ciudades, sobre su estacionamiento y hasta por desprenderse de él para venderlo a otra persona; impuestos que alcanzaban incluso a los productos básicos para la subsistencia, como el agua o el pan. Impuesto y más impuestos sobre todo aquello que se pudiera vender o comprar, sin importar su tamaño, origen o precio. Todo el mundo pagaba impuestos continuamente porque cada vez que compraba cualquier cosa imaginable, una parte del precio se destinaba a la recaudación impuesta por los gobiernos y, al final de la cadena, al interés. Y cada año, Fabián y sus socios repetían el ritual acudiendo puntuales al cobro de los préstamos, aunque en el caso de los gobiernos seguían contentándose con cobrar los intereses por aquello de ayudar a la gobernabilidad general. Pese a lo cual, cada vez era preciso dedicar más dinero de los impuestos al pago de una deuda que nunca desapareció ya que periódicamente los gobiernos solicitaban extras, por ejemplo para pagar la construcción de infraestructuras necesarias, para hacer frente a una hambruna inesperada por malas cosechas, para hacer la guerra a otros gobiernos o por la simple corrupción de algunos de sus miembros.

La insatisfacción creciente generó un movimiento ciudadano que creó un grupo de personas dispuestas a llegar al poder y cambiar las cosas. Lo llamaron PARTIDO POLÍTICO y pidieron el apoyo de los ciudadanos para sustituir al gobierno vigente y arreglar la situación. Otras personas siguieron el ejemplo y fundaron nuevos partidos con propuestas distintas y el mismo objetivo, solicitando también el favor social. Hubo que convocar elecciones y, en efecto, los gobiernos tradicionales desaparecieron y fueron relevados por nuevos y carismáticos líderes… Pero las cosas mejoraron muy poco porque Fabián y sus socios seguían siendo los mismos: nadie había planteado sustituirlos y lo cierto es que solo aceptaban el relevo de personas muy próximas y formadas directamente por ellos para mantener el sistema tal cual. Además, habían infiltrado a algunos de sus más fieles siervos en todos los partidos políticos para tomar y hacerse con el control pero desde adentro. Estaban ya demasiado cerca de su objetivo de control completo de la sociedad para dejarse apartar a estas alturas. A través de sus instituciones legales poseían, directamente o a través de intermediarios, una parte importantísima de la riqueza real existente. Sin embargo, trabajaban ya contra reloj: empezaba a haber demasiada gente perjudicada por el sistema y era preciso silenciar sus quejas de que algún disidente tuviera mayor fortuna que sus predecesores y encontrara la forma de desmontar públicamente el gran tinglado.

Para acallar a sus críticos utilizaban las presiones financieras [todo el mundo necesitaba dinero para comer] y, en ocasiones puntuales, habían llegado a emplear métodos más brutales, pero necesitaban algo más. Fue así como Fabián y sus amigos fundaron y/o compraron los principales medios de comunicación [de todas las ideologías: de izquierda, centro y derecha, para hacer llegar a todo el mundo su visión dirigida y controlada de la realidad] y luego seleccionaron con mucho cuidado a sus responsables y luego seleccionaron con mucho cuidado a sus responsables para que fueran capaces de orientar a la opinión pública en la dirección deseada o bien para entretenerla con cuestiones sin importancia mientras ocultaban las informaciones decisivas. La mayoría de los profesionales que trabajaban en el sector no eran conscientes de hasta qué punto ellos mismos eran manipulados por sus propios jefes. Los que se dieron cuenta callaron por temor a perder su trabajo en un sector en el que primaba una extraña y anómala precariedad laboral en comparación con otras profesiones. Lo cierto es que ayudaron a que la sociedad entera girara alrededor de Fabián y sus socios, que cada día controlaban más empresas en general y más ciudadanos en particular, incluyendo entre estos últimos a políticos, jueces, científicos… e incluso a poderosos jefes de bandas criminales, pues sabían que las personas son muy frágiles cuando se pone la suficiente cantidad de billetes sobre la mesa [¿oro?; ¿quiñen se acordaba a estas alturas de las monedas de oro?] o mediante becas, grupos de estudio, fundaciones, organizaciones sociales y otros proyectos en apariencia benéfica. Todos trabajaban, queriéndolo o no, para mantener el sistema y para mantener la versión de que el sistema funcionaba a la perfección. Y si había disfunciones o errores, desde luego no se les podía achacar a los orfebres, que eran los que más duro trabajaban en beneficio de la sociedad entera, y por ello merecían todo tipo de honores, privilegios y galardones.


La última fase era la toma definitiva del poder. Fabián y sus socios poseían numerosas oficinas de préstamos, algunas de las cuales competían entre sí de puertas para afuera, aunque en realidad y desde que firmaran su alianza secreta, todos la habían mantenido fielmente. Existía, además, un severo protocolo para hundir de inmediato a quien la traicionara o para quitar de en medio a cualquier advenedizo que pudiera introducirse en la organización. El poder acumulado era tan inmenso que había llegado el momento de evitar tentaciones, y para ello diseñaron una nueva institución monetaria a la que llamaron centro de reserva o BANCO CENTRAL del continente, cuya función externa sería garantizar la estabilidad definitiva del sistema regulando el suministro del dinero a través del control gubernamental. De esta forma, los gobiernos dejarían de relacionarse técnicamente con los orfebres: se entenderían con este aséptico centro a la hora de pedir sus préstamos, ofreciendo como garantía los impuestos de años sucesivos o los bienes que le quedaran al Estado. Los ciudadanos pensaron que el centro de reserva era una institución gubernamental [y a partir de entonces ya no quedó duda alguna a la hora de relacionar el manejo del dinero con sus gobiernos], aunque en su anónima junta directiva solo se sentaban… orfebres. Con su constitución se garantizaba en todo caso que el gobierno comería ya para siempre de manos de Fabián y los demás porque era imposible detener ya el volumen de sus préstamos e intereses sin colapsar la sociedad entera.

Solo quedaba por resolver un pequeño detalle: el diez por ciento del suministro total del dinero aun circulaba en forma de billetes y monedas, que los ciudadanos utilizaban para pequeñas compras. Había que suprimirlo para transformar definitivamente todo el dinero en un simple juego de anotaciones creadas y borradas por los orfebres. El creativo Fabián y sus eternos socios diseñaron y presentaron otra innovación: una pequeña tarjeta plástica con los datos de la persona, su fotografía y un número de identificación que podía conectarse con una computadora central donde se registraban las cuentas de todos los usuarios. La tarjeta de crédito era la solución final para abandonar la moneda en efectivo [y de paso, aumentar el control sobre los ciudadanos], ya que los comerciantes aceptarían el pago de sus productos con ella al eliminar la molestia de almacenar y custodiar dinero físico. La tarjeta fue recibida con gran éxito por una sociedad adicta a las novedades. Después de esto, los orfebres celebraron una reunión extraordinaria que llegó a las siguientes conclusiones:

a) Las empresas que controlaban [en casi todos los sectores] eran cada vez más grandes, pues crecían engullendo a otras y expulsando a las más débiles del mercado. Pronto existiría un monopolio de facto que llevaría a todo el mundo a trabajar para ellos de una u otra forma.

b) El gobierno estaba en manos, fuese cual fuese el partido político que llegara al poder, pues todos les habían solicitado préstamos para organizarse y pagar sus campañas y mítines. Además, todas las formaciones políticas estaban infiltradas por agentes de los orfebres.

c) La opinión pública nunca los criticaría gracias a la abnegada labor de los medios de comunicación que poseían y que se encargaban de repetir una y otra vez los mensajes favorables a sus planes, silenciando los contrarios.

d) Era cuestión de tiempo que todos los ciudadanos usaran sus tarjetas de plástico y abandonaran el dinero físico para siempre y, con él, la esperanza de al menos ralentizar el proceso. Uno de los orfebres advirtió que las tarjetas podían perderse, estropearse o falsificarse pero Fabián, siempre a la vanguardia, anunció su última idea: ya estaba redactando una nueva ley que aprobaría en el futuro el gobierno y que obligaría a que todas y cada una de las personas grabaran un número personal e intransferible sobre su propia piel o quizá insertado en alguna pequeña maravilla científica, un chip por ejemplo, que pudiera implantarse en el interior del cuerpo y ser leído desde afuera con la máquina adecuada. Este método permitiría prescindir de las tarjetas y tener a cada ciudadano bajo estricto control.

Contentos, los orfebres se pusieron en pie para brindar por su éxito. Un éxito que sería completo una vez consiguieran extender al resto del mundo el sistema que habían impuesto a buena parte de él. Si otras culturas no querían compartirlo, simplemente arreglarían las cosas para destruirlas forzando diversos conflictos bélicos de diversa intensidad. Ahora estaban convencidos de que el triunfo final sería suyo.

¡Y todo gracias a cinco monedas que nunca existieron!

******* FIN *******

¿Son posibles los cambios? ¡Por supuesto que sí! Quiero que entiendan una cosa: no estamos perdidos ni condenados… la humanidad NO ESTÁ PERDIDA. Solo si reunimos la suficiente voluntad, no la voluntad política ni religiosa, simplemente la voluntad de querer, podremos remover la ilusión de las pesadas montañas que los criminales de cuello y corbata, los banqueros internacionales y su legión de lacayos conformados por la clase política de todos los sectores ha forjado en nuestra mente y corazones. ¡Vamos! Envíenme sus ideas, sus proyectos y compartámoslo con la gente del mundo. Hagamos nuestras propias redes, hagamos nuestra revolución silenciosa. Hagamos desaparecer a toda esta ralea de tiranos, criminales y sicópatas de nuestras vidas. Aprendamos de Islandia. Su población dijo NO MÁS al pago de la deuda externa contraída con los usureros de los bancos ingleses y holandeses. Fue exactamente después de esta importante decisión que el pequeño país soportó la peor catástrofe de su historia cuando el volcán Eyjafjallajökull entró en erupción el pasado 14 de abril de 2010. Probablemente fue el arma meteorológica HAARP, usada para disuadir a los países a favor de rendir sus economías en manos de los banqueros criminales del mundo como ocurrió con Japón y el terremoto. ¿Por qué no se han enterado en sus respectivos noticieros de esta importante información, sin precedentes del pueblo islandés? Estoy seguro que la respuesta la saben. ¿Qué estamos esperando para seguir su ejemplo?

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