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Comparando la España imperial con los EE.UU.: Una historia de dos Historias (Parte X)

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Comparando la España imperial con los EE.UU.: Una historia de dos Historias (Parte X)
Respondiendo nuevamente al argumento del señor James P. Pinkerton, autor y comentarista político de Fox News, de que "los españoles, víctimas de agresión en casa, se convirtieron en los victimarios (homicidas) en el extranjero", refiriéndose dicho autor al papel que España jugó en la conquista del Nuevo Mundo, deseo profundizar un poco más en las ideas religiosas que inspiraban a los anglosajones durante su conquista y ocupación de Norteamérica y en este sentido en la influencia ejercida por el Viejo Testamento de la Biblia. La cita que hago del señor Pinkerton aparece en su artículo titulado 'Yesterday’s Spain, Today’s America' ('La España de ayer, la América [EE.UU.] de hoy'), publicado en la revista estadounidense 'The American Conservative' ('El conservador americano').

Como he dicho en mi anterior blog, los conquistadores españoles llevaban a cabo sus conquistas esencialmente por afán de lucro, buscando metales preciosos para fines de beneficio económico propio, reservando la mitad del botín para el rey, rebajándose esta proporción más tarde con la minería de oro y plata al quinto real, la quinta parte, y a veces para promover la minería a solo la décima parte de lo ganado para la Corona. Durante la conquista de los territorios continentales americanos en el siglo XVI, las muertes de indios a manos de los conquistadores se producían generalmente en la guerra de conquista durante combates y no como una política sistemática de exterminio y genocidio de poblaciones o de masacres cometidas para dar un ejemplo que disuadiese a la resistencia. Como se ha visto en mi anterior blog, los incas sí llevaban a cabo masacres punitivas de poblaciones matando decenas de miles de personas según las crónicas, siendo ejemplos de ello las masacres de Yahuarcocha por el Inca Huayna Cápac y la de Tomebamba por el Inca Atahualpa, hijo del anterior, masacres estas que ocurrieron en territorio del actual Ecuador.

Los colonos ingleses en sus 13 colonias de la costa este de Norteamérica, por el contrario, cometieron en la mayor parte de los casos una política de genocidio y exterminio, de esclavitud y limpieza étnica de los indios. Esta política de genocidio y exterminio se veía grandemente influenciada por las ideas religiosas de los colonos ingleses protestantes, según las cuales estos, inspirados por el Viejo Testamento de la Biblia y así por las masacres y genocidios cometidos por los antiguos israelitas contra los pueblos cananeos y vecinos, se veían a sí mismos también como el pueblo elegido y a los indios como paganos seguidores del diablo que podían ser todos aniquilados, hombres, mujeres, niños y ancianos, para desocupar sus tierras que pretendían colonizar.

También los colonos ingleses de las 13 colonias de Norteamérica exterminaban o expulsaban a los indios de sus tierras por motivos de xenofobia y racismo contra los indígenas, por ser de cultura y raza distintas. Tanto el fanatismo religioso bíblico del Antiguo Testamento como la xenofobia y el racismo de los anglosajones se combinaron en una fatídica mezcla genocida que influenció la idiosincrasia de los angloamericanos en sus tratos con las naciones y tribus de indios, como colonos de su majestad británica y después como ciudadanos de los Estados Unidos de América. Un ejemplo de la influencia del Antiguo Testamento interpretado por los colonos ingleses para justificar su política genocida contra los indios se vio en la masacre de los indios pequotes cometida por los protestantes puritanos en el principal pueblo pequot cerca del actual río Mystic (Místico) en Connecticut el 26 de mayo de 1637.

El capitán inglés John Underhill, que participó en la masacre, cuenta en su relación de los hechos cómo algunos jóvenes soldados ingleses que no habían estado en la guerra antes estaban impactados al ver a tantos indios pequotes muertos o moribundos en el suelo de su pueblo, tantos cuerpos unos encima de otros que, según Underhill, con dificultad se podía pasar. Los jóvenes soldados ingleses le preguntaban al capitán Underhill: "¿por qué estaba tan furioso... no deberían los cristianos tener más misericordia y compasión?", según las palabras de Underhill. Ante lo cual Underhill respondió en su relación: "Pero yo les referiría a la guerra de David (el rey David bíblico) cuando un pueblo se crece a tal altura de sangre y peca contra Dios y el hombre, y todos se confederan en la acción, ahí Él no tiene respeto a las personas, pero las destroza, y las corta, y las pasa a cuchillo, y la más terrible muerte que puede haber: a veces la Escritura declara que mujeres y niños deben morir con sus padres; a veces el caso cambia: pero no vamos a disputar esto ahora. Tenemos suficiente luz de la Palabra de Dios para nuestras acciones".

Representación de la primera masacre inglesa de indios norteamericanos en 1637 en el pueblo pequot del río Mystic, Connecticut. Al menos uno de los capitanes ingleses participantes se inspiró en las masacres cometidas por el rey David descritas en el Antiguo Testamento para justificar y ejecutar la matanza de hombres, mujeres y niños pequotes.


El problema era que mientras que la Iglesia católica se ha basado más en el Nuevo Testamento y en las enseñanzas y el mensaje de Jesucristo como lo recopilaron y testimoniaron sus apóstoles, tras la Reforma Protestante muchos protestantes y en particular los pertenecientes a sectas evangélicas y fundamentalistas religiosas, además de interpretar la Biblia y el Antiguo Testamento a su manera, muchos de ellos han solido seguir más los mensajes contenidos en el Antiguo Testamento, dándole más énfasis sobre el Nuevo Testamento.

Originalmente este énfasis en el Antiguo Testamento sobre las enseñanzas de Jesucristo habría sido producto de un afán de denominaciones protestantes de tratar de ser más "bíblicas" que los católicos según su interpretación de las cosas y así distanciarse y diferenciarse de la Iglesia católica. Esta como la Iglesia ortodoxa desde sus orígenes se ha centrado en el mensaje cristiano contenido en el Nuevo Testamento, a la vez que ha recordado sin omisión lo que ha interpretado como profecías contenidas en el Antiguo Testamento que anunciaban la venida del Mesías, reconociendo siempre su importancia.

Dicho esto, la Biblia es un libro histórico invaluable y sin parangón, relatando la historia de una familia, la de Abraham y sus descendientes. Así el Antiguo Testamento contiene referencias a las guerras de conquista por parte de los antiguos israelitas de la tierra de Canaán y de los pueblos vecinos. Estas guerras se han caracterizado por sus campañas militares genocidas con masacres, saqueos, exterminio o esclavitud de los pueblos que no eran israelitas y que ocupaban lo que según ellos era su "tierra prometida", tierra que ya era el hogar de los cananeos y de otros pueblos de origen semita.

Mientras que los españoles al conquistar a los indios tenían la obligación por ley de la Corona española de evangelizarlos y así cristianizarlos, por considerarlos hijos de Dios que según los cristianos había que convertir y preservar para abrirles el camino a la salvación y vida eterna, los antiguos israelitas masacraban y aniquilaban a muchos de los pueblos cananeos y vecinos que conquistaban, arrasando, saqueando y quemando sus ciudades, matando a veces incluso hasta los animales domésticos de sus víctimas para no dejar nada vivo.

Este genocidio y holocausto de los cananeos a manos de los israelitas era producto del extremismo y fanatismo religioso y de la barbarie propia de los pueblos incivilizados, que junto con el concepto de ser pueblo elegido de Dios hacía que los antiguos israelitas considerasen tener el derecho a matar y expulsar a los habitantes de la tierra que a sangre y fuego conquistaban. Por ello le invito al señor Pinkerton y a los llamados conservadores fundamentalistas religiosos estadounidenses angloamericanos que reconozcan, antes de hablar mal de los españoles y basándose en los textos bíblicos, que "los israelitas, supuestamente víctimas de opresión en Egipto (según la versión de los israelitas, no la de los egipcios que eran mucho más civilizados), se convirtieron en los victimarios (homicidas) en el extranjero", en la tierra de Canaán.

Mientras que los españoles conquistaban, cristianizaban, integraban y se mezclaban con los indios, dando lugar a nuestro mestizaje hispanoamericano y a su cristianismo, los antiguos israelitas del Éxodo y de tiempos del rey David exterminaban, destruían, saqueaban y violaban mujeres israelitas, eliminando toda traza y pista de los pueblos que conquistaban por su mezcla de fanatismo religioso extremo y xenofobia genocida. Todos estos crímenes lo justificaban los israelitas al cometerlos -y lo justificaban y siguen justificando angloamericanos estadounidenses fundamentalistas religiosos- como voluntad de Dios, según su opinión, cuando realmente desde un punto de vista humano fueron crímenes de lesa humanidad.

Este mal ejemplo fue seguido por los colonos ingleses en su colonización de la costa este de Norteamérica, como vimos en los actos y palabras del capitán Underhill con respecto a los indios pequotes, mal ejemplo seguido por sus descendientes estadounidenses angloamericanos en su manera de tratar a las poblaciones nativas no anglosajonas durante su expansión hacia el oeste norteamericano y después en su sometimiento de las Islas Filipinas tras la Guerra Hispano-Americana de 1898. Aun con todos los abusos que hubo, los españoles no fueron así, pues los hispanoamericanos no estaríamos aquí leyendo esto.

Veamos ahora ejemplos de los crímenes de guerra de los israelitas según sus propios textos sagrados que forman el Antiguo Testamento de la Biblia. Así, Moisés dirigió a los israelitas bajo su mando contra Sijón, el amorreo rey de Jesbón, quien no quería permitir que los israelitas pasaran por su territorio en camino a su llamada "tierra prometida", la tierra de Canaán. Según el libro del Deuteronomio, por ello Dios le dio a Moisés el derecho a conquistar el reino de Sijón. Citando a la 'Nueva Biblia Latinoamericana' católica: "Salió, pues, Sijón con toda su gente a presentarnos batalla en Jasa y Yavé, nuestro Dios, nos lo entregó y lo derrotamos a él junto con sus hijos y a toda su gente. En ese tiempo tomamos todas sus ciudades y las consagramos en anatema matando a sus habitantes, hombres, mujeres y niños, sin perdonar vida alguna, salvo la de los animales que fueron parte del botín como los despojos de las ciudades que ocupamos. Desde Aroer, ciudad situada sobre la orilla del torrente Arnón, hasta Galaad no hubo aldea ni ciudad que no tomáramos…" (Deuteronomio 2, 32-36). A modo de comentario aclaratorio, el anatema según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española es: "En el Antiguo Testamento, condena al exterminio de las personas o cosas afectadas por la maldición atribuida a Dios".

Después de la muerte del rey Sijón y del exterminio de sus súbditos, procedieron Moisés y sus israelitas a invadir Basán cuyo rey era Og. Dice la Escritura: "Entregó Yavé a Og, rey de Basán, con todo su pueblo, en nuestras manos, y a todos los pasamos a cuchillo sin dejar a nadie con vida. Nos adueñamos de todas sus ciudades, no hubo población que se nos escapara; nos apoderamos de sesenta ciudades: toda la comarca de Argob, del reino de Og en Basán. Todas eran ciudades fortificadas con muros altos, con puertas y trancas, sin contar los pueblos del campo que eran innumerables. Los consagramos en anatema exterminando aquellas gentes, como lo habíamos hecho con Sijón, rey de Jesbón: acabando con todas las ciudades, hombres, mujeres y niños. Solamente guardamos como botín todo el ganado y los despojos de las ciudades: Nos hicimos dueños de la tierra ocupada por los dos reyes amorreos, el país de Trasjordania (sic), desde el torrente de Arnón hasta el monte Hernón… Y tomamos todas las ciudades de la meseta y toda la tierra de Galaad y de Basán hasta Selca y Edreí, ciudades del reino de Og, en Basán" (Deuteronomio 3, 3-10).

Mapa de una ruta que los israelitas pudieron haber tomado para llegar hasta la tierra de Canaán tras su salida de Egipto:
 
 

Pero estas matanzas y destrucciones no fueron suficientes para Moisés, quien le dio así órdenes a su lugarteniente Josué a que en adelante repitiera las mismas masacres y reino de terror que había practicado, masacres cometidas por sus israelitas pero que él decía eran obra de Dios: "A Josué también le di la orden siguiente: 'Con tus propios ojos has visto lo que Yavé ha hecho con estos dos reyes: así lo harás con todos los reinos que has de pasar; …" (Deuteronomio 3, 21). Moisés sabía que estas matanzas estaban destinadas a sembrar el terror y atemorizar a sus futuras víctimas, desmoralizándolas y así afectando su voluntad de resistir a los invasores israelitas. Así, según el Deuteronomio Dios le dijo a Moisés antes de conquistar y masacrar al reino de Jesbón: "por mi parte, comienzo a infundir terror y miedo de ti entre todos los pueblos que hay debajo del cielo. Al oír tu nombre temblarán como las mujeres que están de parto y se desmayarán ante ti" (Deuteronomio 2, 25). Ciertamente que Moisés, Josué y sus israelitas practicaban también una estrategia de terrorismo de la Edad del Bronce.

El ataque y destrucción genocida más famoso cometido por los israelitas fue el de la ciudad de Jericó, siendo su destrucción y la masacre de sus habitantes ordenada por Josué. Así dice en la Biblia el libro de Josué sobre los israelitas al conquistar Jericó, la ciudad mártir: "Se apoderaron de Jericó. Y espada en mano mataron a todos los hombres y mujeres, jóvenes y viejos; incluso a los bueyes, ovejas y burros, y los entregaron como anatema, o sea los sacrificaron a Dios" (Josué 6, 21). Sigue el relato: "Después quemaron la ciudad y todo lo que había en ella, dejando la plata, el oro y los objetos de bronce y de hierro, que depositaron entre las cosas preciosas del Santuario de Yavé" (Josué 6, 24).

Basado en este y en los testimonios mencionados arriba, los israelitas bajo Moisés y Josué habían consagrado en anatema a las poblaciones que masacraban, en los reinos de Jesbón y Basán y en la ciudad de Jericó. Esto implica que los israelitas cometían sacrificios humanos colectivos pasando a cuchillo a poblaciones enteras no israelitas que conquistaban, ofreciéndoselas a Yavé. Por practicar sacrificios humanos a Dios los israelitas seguían la práctica de los pueblos semitas de la región de Canaán y Siria de sacrificar vidas humanas a sus dioses. Por esta costumbre así Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac a Yavé.

Los fenicios del Líbano posteriormente también practicaban sacrificios humanos a Baal como también lo hicieron los cartagineses, cuya ciudad de Cartago en el actual Túnez había sido una fundación fenicia. Y los minoicos, pueblo semita que ocupó la Isla de Creta y que dio lugar a la leyenda del Minotauro también practicaban sacrificios humanos al toro. Los antiguos griegos aqueos, pueblo indoeuropeo que conquistó a los minoicos y absorbió su civilización, al parecer aprendieron de estos la práctica de los sacrificios humanos, practicados por los aqueos como lo relata 'La Ilíada' con respecto a la Guerra de Troya del siglo XIII antes de Cristo.

Son interesantes las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo por el eminente arqueólogo y estudioso estadounidense Cyrus H. Gordon, quien examinando escritos de la Edad del Bronce de la antigua Siria halló que los pueblos semitas del Levante Mediterráneo rendían culto al dios Tor, el toro, y que el hijo mayor del dios padre Tor era el dios Baal y un hijo menor de Tor y por ello hermano menor de Baal era Yavé. Cabe añadir como paréntesis que las corridas de toros españolas serían la expresión moderna -aunque solo sean una manifestación secular de la tradición y cultura popular nacional española- de un antiquísimo culto al toro, animal al que también se le rendía un culto religioso tanto en la península ibérica prerromana como en los territorios insulares mediterráneos de las Baleares y Cerdeña durante la Edad del Bronce.

'La Toma de Jericó', pintura de James Tissot de fines del siglo XIX o comienzos del XX:



Pero los israelitas también masacraban a su gente. Un ejemplo es el caso de Acán el israelita tras la destrucción de Jericó. Josué había ordenado que todo el botín de oro, plata, bronce y hierro saqueado de Jericó se consagrase por anatema a Yavé y se depositase en su santuario. Esto realmente habría sido una forma de Josué de acumular por codicia personal metales preciosos o de gran utilidad como el bronce y hierro bajo su supervisión y control (el bronce y el hierro se podían fundir luego para hacer más armas), depositados en un solo lugar que podía ser guardado mejor, en el santuario bajo la excusa que eran ofrendas a Dios. Igualmente los incas en América acumulaban oro en sus templos al Sol como ofrendas, siendo a su vez un individuo, el Inca, quien controlaba todas estas riquezas. Acán había guardado para sí plata, oro y una capa que halló en la conquistada Jericó. Según el Antiguo Testamento Acán dijo: "Encontré entre los despojos una rica capa, de Senaar, doscientos siclos de plata y una barra de oro de cincuenta siclos. Movido por la codicia la tomé y escondí en un hoyo en medio de mi tienda y enterré la plata debajo" (Josué 7, 21). Al descubrirse que Acán no había entregado estos tesoros a Josué, para el santuario de Yavé según la versión israelita de la historia, se condenó a muerte a Acán y a su familia. Dice la Escritura: "Entonces Josué tomó a Acán, junto con la plata, la capa y el oro, con sus hijos y también sus hijas, sus bueyes, burros y ovejas, su tienda y todo cuanto tenía. Todo Israel lo acompañaba y los llevaron al valle de Acor. Allí Josué le dijo: 'Ya que tú nos trajiste la desgracia, que Yavé te traiga la desgracia en este día'. Todo el pueblo lo apedreó. De los suyos, unos fueron machacados, otros quemados" (Josué 7, 24-25).

Claro está, no fue Yavé quien le trajo la desgracia a Acán y sus hijos sino Josué y sus israelitas, quienes quemaron vivos a algunos de sus hijos e hijas. ¡Quemados vivos unos muchachos, muchachas, niños o niñas inocentes! Y tan solo por ser hijos e hijas de su padre, condenado por haberse quedado con parte del botín que Josué realmente codiciaba para sí, justificándose al decir que era voluntad de Dios. ¡Que no me vengan angloamericanos conservadores fundamentalistas religiosos de EE.UU. a hablar de manera farisaica de los autos de fe de la Inquisición española –a la que precisamente denuncia el señor Pinkerton en su artículo– mientras glorifican como palabra del Altísimo los crímenes de los antiguos israelitas como los cometidos con hogueras por Josué y su gente!

Lapidación de Acán, de parte de sus hijos y de sus animales, que murieron "machacados":



Condenables son los autos de fe de la Inquisición, sin duda, en que eran quemados vivos aquellos acusados de ser herejes protestantes o de ser conversos reincidentes en el hebraísmo, pero ya que son condenables, no menos condenables son las muertes en la hoguera -verdaderos holocaustos a Dios por los israelitas- o por lapidación y la espada de su propia gente inocente o de otros pueblos no israelitas tan solo culpables de estar vivos y vivir en medio del camino de conquista y colonización de quienes se autoproclamaban "pueblo elegido", quienes mataban a sus víctimas bajo el pretexto de que era la voluntad de Dios. Así que antes de condenar a los españoles por su conquista de América o su Inquisición, que condenen los conservadores angloamericanos estadounidenses primero a los antiguos israelitas por sus crímenes y matanzas que hacían en nombre de Dios. Si es que tienen el valor de hacerlo.

Sigamos con la historia de terror bíblico. Otra ciudad llamada Hay se resistía a sucumbir a Josué y sus israelitas. Tras una estratagema de Josué, los israelitas la capturaron. Dice la Escritura: "…los israelitas que estaban escondidos surgieron de sus puestos. Corriendo, penetraron en la ciudad, se apoderaron de ella y la incendiaron". Prosigue el relato: "Los israelitas pelearon hasta que no quedó sobreviviente ni fugitivo. Solamente tomaron vivo al rey de Hay y lo llevaron a Josué. Los israelitas acabaron con los habitantes de Hay que estaban en el campo o que habían huido al desierto; los mataron a todos. Después volvieron a la ciudad y acabaron con toda la población, hombres y mujeres. El total de los muertos fue de doce mil. Josué no dejó de matar hasta exterminar a todos los habitantes de Hay, sacrificándolos a Yavé. Los israelitas se repartieron solo el ganado y los despojos de la ciudad, según la orden que Yavé dio a Josué. Josué incendió la ciudad y no dejó sino ruinas: la ciudad ha quedado así hasta hoy. En cuanto al rey de Hay, lo ahorcó en un árbol, dejándolo allí hasta la tarde" (Josué 8, 19, 22-29). ¿Qué los españoles en la conquista de América fueron peores que los israelitas en la conquista de Canaán o los anglosajones en la conquista de Norteamérica? Para nada y de ninguna manera. Los españoles eran monaguillos comparados con todos esos.

Veamos más 'méritos' de los antiguos israelitas, tan reverenciados por los conservadores angloamericanos estadounidenses que son fundamentalistas religiosos, los mismos que después de manera farisaica condenan a los españoles por su labor en América, ignorando no solo los crímenes de los antiguos israelitas sino también los crímenes genocidas cometidos contra los indios por los mismos estadounidenses y sus ancestros ingleses, en ocasiones en imitación a los israelitas del Antiguo Testamento.

'Josué quema la ciudad de Hay' por Gustave Doré, de 1866.



Según el libro de Josué, había una ciudad al oeste del río Jordán, Gabaón, cuyos habitantes temían ser masacrados y destruidos por los israelitas de Josué. Idearon un ardid para salvarse del destino de las ciudades antes mencionadas, destruidas sin misericordia por los israelitas. Habitantes de Gabaón visitaron a los israelitas ofreciéndose a estos como sus servidores a cambio de su vida y hacienda, aparentando que vinieron de muy lejos y que no eran realmente vecinos de los israelitas, quienes de haberlo sabido los habrían exterminado para quedarse con Gabaón y su tierra, que era parte de la llamada "tierra prometida" de los israelitas. Josué y estos juraron ante Yavé no matar a los habitantes de Gabaón e hicieron alianza con ellos, sin saber que Gabaón estaba en su "tierra prometida". Cuando se enteraron los israelitas de que eran vecinos: "Ese tercer día los israelitas partieron y entraron a sus ciudades: Gabaón, Carifá, Beriot y Cariatiarim. Les perdonaron la vida en vista de que los jefes del pueblo les habían prestado juramento en nombre de Yavé, pero toda la gente criticó a los jefes. Estos les respondieron: 'Nosotros hemos jurado en nombre de Yavé y por lo tanto no podemos matarlos. Sin embargo, haremos esto: los dejaremos vivir para no atraernos el enojo de Yavé, pero servirán como leñadores y acarreadores de agua al servicio de la comunidad de Israel'. Entonces Josué reunió a los gabaonitas y les dijo según lo decidido por los jefes: '¿Por qué han mentido y nos han dicho que vienen de muy lejos cuando viven en medio de nosotros? En adelante serán malditos y siempre permanecerán como cortadores de leña y acarreadores de agua para la casa de mi Dios'. Los gabaonitas respondieron: 'Supimos que Yavé había mandado a Moisés destruir a todos los habitantes de la tierra que él les entregaba. Tuvimos miedo y optamos por esta medida'" (Josué  9, 17-25).

De esto escrito por los mismos israelitas se puede decir que el pueblo israelita quería matar a sus vecinos gabaonitas presumiblemente por fanatismo religioso, por una insaciable sed de sangre, por un deseo de destruir y por la codicia de hacer más botín saqueando y robando las ciudades de sus víctimas. Al final los hacen básicamente esclavos, siervos de los israelitas. Josué y los que escribieron el relato lo cuentan como si toda la destrucción y muerte que cometían en la tierra de Canaán al oeste del río Jordán fuera voluntad de Dios, cuando racional y realmente habría sido todo por lujuria de sangre y botín y por la xenofobia de no querer convivir con otros pueblos distintos para no tener que compartir la tierra con otros.

¡Qué no hablen los conservadores angloamericanos estadounidenses de las encomiendas de indios por los españoles tras la conquista de América, cuando sus glorificados israelitas del Antiguo Testamento maldijeron en nombre de Dios a gente que quería la paz y vivir, así haciéndolos siervos y esclavos de los israelitas de por vida y para siempre, de generación en generación. Con todos sus defectos e injusticias, la encomienda de indios no fue como lo que hicieron los israelitas con los habitantes de las tierras que conquistaron, o como el trato dado por los angloamericanos estadounidenses a los indios y por sus ancestros, los colonos ingleses, que también esclavizaban a los indios.

Por ley España no esclavizaba a los indios que se sometían a la obediencia del rey, siendo protegidos por ser súbditos de su majestad católica, protección que desapareció con la independencia americana de España al abusar los criollos (los hispanoamericanos de origen europeo) de los indios, sin protección ya de la Corona. Estos abusos contra los indios por parte de los criollos independizados de España se cometieron desde México hasta el Cono Sur. Pero aún todos los abusos que hicieron los españoles no se comparan al trato dado por los antiguos israelitas a los habitantes de las tierras que conquistaban o al trato dado por los colonos ingleses y después por EE.UU. y los estadounidenses a los indios, muchas veces imitando a los antiguos israelitas y al trato que estos le daban a los pueblos cananeos -que masacraban- en la tierra de Canaán.   

Al sentirse amenazados de ser no ya conquistados sino exterminados por Josué y los israelitas, los reyes de ciudades-estado de la tierra de Canaán decidieron unirse para enfrentar esta bárbara y salvaje amenaza: "Adonisedec, rey de Jerusalén, supo que Josué había conquistado y arrasado a Hay, tratándola junto con su rey del mismo modo que trató a Jericó y a su rey. Supo también que los gabaonitas se habían aliado con Israel. Temió mucho, porque Gabaón era una ciudad muy importante, una ciudad real, mayor que Hay, y sus soldados eran muy valientes. En vista de esto, Adonisedec envió a decir a Oham, rey de Hebrón; a Faram, rey de Jerimot; a Jafia, rey de Laquis, y a Dabir, rey de Eglón: 'Vengan a mí y ayúdenme a conquistar a Gabaón, porque ha hecho pacto con Josué y los israelitas'" (Josué 10, 1-4). Así se llegan a enfrentar los cinco reyes cananeos con sus ejércitos contra Josué y los israelitas. Sigue la Escritura: "Josué y los israelitas los derrotaron y acabaron con ellos. Solo algunos sobrevivientes se refugiaron en ciudades fortificadas, mientras que todo Israel volvió ileso al campamento junto a Josué" (Josué 10, 20-21). Josué ordenó a sus guerreros que le trajesen los cinco reyes cananeos, que habían sido capturados por los israelitas. Sigue el relato: "Josué reunió a todo Israel y dijo a los capitanes de las tropas: 'Acérquense y pongan sus pies sobre el cuello de esos reyes'. Se acercaron, pues, y pusieron sus pies sobre el cuello de los reyes... Enseguida, Josué les dio muerte y les hizo colgar de cinco árboles, quedando de esta manera hasta la tarde" (Josué 10, 24, 26).

Sigue el relato de la campaña de exterminio de las ciudades-estado cananeas por Josué y sus israelitas: "Ese mismo día, Josué se apoderó de Maquedá. Pasó a cuchillo a su rey y a sus habitantes. La consagró en anatema a Yavé con todos los que estaban en ella, sin perdonar a ninguno. El rey sufrió la misma suerte que el de Jericó. Luego Josué con todo Israel fue a atacar a Libna. Yavé la entregó con su rey a los israelitas, que la pasaron a cuchillo con todos sus habitantes sin perdonar a nadie. El rey sufrió la misma suerte que el de Jericó. De Libna pasó a Laquis, la asedió y la atacó. Yavé también le entregó esta ciudad con su rey y habitantes, que sufrieron la misma suerte de Libna. Entonces Horam, rey de Gazer, subió para socorrer a Laquis, pero Josué lo derrotó y a todo su pueblo y no dejó a nadie con vida".

"De Laquis pasó a Eglón, la sitió y la conquistó el mismo día. El rey y los habitantes de Eglón también fueron acuchillados; la consagraron en anatema como habían hecho con Laquis. De Eglón pasaron a Hebrón, la conquistó junto con todos los pueblos que dependían de ella, pasó a cuchillo a su rey y habitantes, sin dejar ningún sobreviviente. Lo hizo tal como trató a Hebrón: la consagró en anatema. Josué y todo Israel con él se volvió contra Dabir y la atacó. La tomó, así como a todos los pueblos que dependían de ella. Pasó a cuchillo a su rey y habitantes, consagrándolos en anatema, sin perdonar a nadie. Dabir y su rey recibieron el mismo castigo que Hebrón y Libna".

Foto de 1915 de los cuerpos de mujeres y niños armenios víctimas del genocidio cometido por los turcos otomanos contra la nación armenia. Así amontonados habrían estado los cuerpos de mujeres y niños cananeos masacrados por Josué y sus israelitas en las ciudades densamente pobladas que estos aniquilaron y destruyeron



"De esta forma Josué conquistó toda la parte de los cerros, el desierto de Negueb, el llano y las vertientes con sus reyes. No dejó ningún sobreviviente, ya que consagró en anatema a todos los seres vivientes, según Yavé lo había ordenado. Josué los derrotó desde Cadésbarne hasta Gaza y desde Gosén hasta Gabaón. Josué venció a todos estos reyes y se apoderó de todas estas tierras en una sola vez..." (Josué 10, 28-42).

La destrucción y exterminio de las ciudades-estado mencionadas representaban la conquista del sur de la tierra de Canaán. El siguiente relato es la conquista del norte de Canaán por Josué y sus israelitas: "Cuando Jabín, rey de Jasor, supo todo esto, envió embajadores a Jobad, rey de Madom, al rey de Simerón, al rey de Acsaf, a los reyes que ocupaban las montañas del norte, las estepas al sur de Queneret, la llanura y las alturas de Dor al occidente, a los cananeos del este y del oeste, a los amorreos, heteos, fereceos y jebuseos de las montañas, también a los jeveos que vivían en las faldas del monte Hermón, en la región de Masfá" (Josué 11, 1-3). La ciudad cananea de Jasor se estima por excavaciones arqueológicas que llegó a tener una población de 40.000 habitantes. Los reyes cananeos según la Biblia juntaron un gran ejército para parar la amenaza genocida de Josué y sus israelitas, que se les venía encima.

Sigue el relato bíblico: "Josué, entonces, y con él todos los hombres armados, se trasladaron hasta Merom y los atacaron por sorpresa. Yavé se los entregó, de manera que los israelitas los derrotaron y los persiguieron hasta Sidón la Grande y Misrefot y, por el este, hasta Masfá, sin dejar a nadie con vida. Josué ejecutó también lo ordenado por Yavé de cortar los jarretes a los caballos y quemar los carros [de guerra enemigos]. Enseguida, Josué dio vuelta y conquistó a Jasor, matando a su rey. En aquel tiempo Jasor era la capital de todos esos reinos. En esta capital pasó a cuchillo a todos sus habitantes, consagrándolos en anatema. Nadie quedó con vida, y enseguida quemaron la ciudad. Josué tomó todas las ciudades de estos reyes y a todos sus reyes y los consagró en anatema, según se lo había ordenado Moisés, servidor de Yavé. Israel incendió todas las ciudades, menos aquellas ubicadas en las pendientes y alturas; de estas, sólo Jasor fue incendiada por Josué. Los israelitas se repartieron los despojos y el ganado de estas ciudades, pero pasaron a cuchillo a toda la población sin dejar a nadie con vida... Josué conquistó, pues, todo ese país: los cerros, el Negueb, el Gosén, la llanura, la estepa y los cerros de Israel con sus llanuras. Desde la parte de la cordillera que sube hacia Seir, hasta Baal Gad en el valle del Líbano, a los pies del monte Hermón, derrotó a todos sus reyes a quienes venció y dio muerte" (Josué 11, 7-14, 16-17).

Cuerpos de hombres y mujeres de la nación tutsi masacrados por miembros de la nación hutu en el genocidio de Ruanda de 1994. Igualmente habrían quedado tendidos cerca los unos de los otros los cuerpos de hombres, mujeres y niños cananeos tras ser masacrados en sus poblaciones por Josué y sus israelitas



Los autores israelitas de este relato, buscando una justificación por sus actos, atribuyen a Dios las guerras y masacres realmente provocadas y cometidas por Josué y sus israelitas por su propia voluntad. Refiriéndose a las ciudades-estado cananeas: "Yavé les dio ánimo a todos ellos para que pelearan contra Israel, con el fin de que fueran consagrados en anatema y destruidos sin misericordia, como Yavé lo tenía ordenado a Moisés. En aquel tiempo, Josué atacó y desbarató a los enaceos de los cerros, de Hebrón, Dabir, Anab, de todos los cerros de Judá y de Israel; ellos y sus ciudades fueron entregados en anatema. No quedaron enaceos en el país de Israel, excepto en Gaza, Gat y Azoto. Josué se apoderó de todo el país..." (Josué 11, 20-23). Los israelitas contabilizaron 31 reyes (Josué 12), con sus ciudades-estado y pueblos, que fueron conquistados por Josué y sus israelitas, y que fueron exterminados todos para permitir que sus tierras fuesen colonizadas por los invasores israelitas sin tener que compartirla con sus legítimos habitantes. Calculando que la ciudad de Jasor tenía una población de hasta 40.000 habitantes y que la ciudad de Hay según la Biblia tenía al menos 12.000 habitantes, si estimamos que 30 de las ciudades-estado cananeas conquistadas podrían haber tenido una población promedio de 12.000 habitantes -incluyendo la población extramuros e incluyendo o sin incluir pueblos dependientes-, Josué y sus israelitas habrían cometido un genocidio y holocausto sacrificial contra la población cananea de la tierra de Canaán de unas 400.000 personas, si incluimos 40.000 habitantes de la ciudad de Jasor.

Por la forma horrenda en la que los antiguos israelitas tomaron control de la tierra de Canaán, su autoproclamado derecho a la "tierra prometida" tenía solo la legitimidad del conquistador y su estancia solo era válida mientras tuviesen la fuerza militar para mantener control sobre el territorio que ocupaban. De la misma forma como llegaron los israelitas a la Tierra Santa a sangre y fuego, manteniéndose allí de igual manera, así mismo fueron sus descendientes también a sangre y fuego reprimidos por Roma en el siglo I después de Cristo bajo el general y futuro emperador Tito, y a sangre y fuego expulsados en el siglo II d. C. bajo el emperador Adriano, nacido en Hispania, la España romana.

Josué matando a sus enemigos



Como he descrito antes los israelitas no solo masacraban a no judíos como los cananeos, sino también a su gente. Un caso significativo es lo que le pasó a la tribu de Benjamín. Este era el más joven de los hijos de Jacob, quien fue hijo de Isaac y nieto de Abraham. Ya establecidos en la tierra de Canaán, los israelitas todavía no tenían un rey y estaban divididos en 12 tribus, cada una de las cuales correspondía a uno de los hijos varones de Jacob, quien según el libro del Génesis recibió del mismo Dios el nombre de Israel tras luchar físicamente con Él. En el drama a relatar aquí, un levita, miembro de la tribu de Leví, uno de los hijos de Jacob, viajaba por tierras de la tribu de Benjamín junto con su concubina. Habiendo recibido hospedaje con su mujer en una casa de la ciudad de Guibea de la tribu de Benjamín, locales benjaminitas calificados por la Biblia como "gente malvada" (Jueces 19, 22) rodearon la casa demandando al dueño que entregase al levita para abusar de él sexualmente. El levita en vez de defender a su mujer la entregó a los benjaminitas para que abusasen de ella en su lugar para así salvarse, yéndose a dormir como si nada. Esto dice la Biblia: "Entonces el hombre tomó a su concubina y se la sacó fuera. Ellos la violaron, la maltrataron toda la noche y hasta la mañana, y la dejaron al amanecer" (Jueces 19, 25).

La pobre mujer solo pudo llegar hasta el umbral de la casa donde estaba el levita y cayó, muriendo probablemente desangrada por las lesiones sufridas por la violación en grupo. Por la mañana se levantó el levita, abrió la puerta y al ver a su concubina tendida en el suelo y que no se movía tras hablarle, puso el cuerpo sobre su burro y siguió su camino a su pueblo como si nada. Sigue el relato bíblico: "Llegado a su casa [el levita], tomó un cuchillo y tomando a su concubina la partió, miembro por miembro, en doce trozos y los mandó por todo el territorio de Israel" (Jueces 19, 29). Este acto de barbarie lo hizo para que las 12 tribus conociesen el crimen cometido por los benjaminitas. Como resultado se congregan los hombres de guerra de las tribus israelitas en un lugar llamado Masfá. Ante ellos relata el mismo levita: "Los vecinos de Guibea se presentaron con la intención de maltratarnos y rodearon por la noche la casa; estaban decididos a matarme a mí y abusaron tanto de mi concubina, que murió. La tomé entonces, la descuarticé y envié los trozos por todo el territorio de Israel, porque habían cometido una infamia en Israel" (Jueces 20, 5-6).

Al negarse a entregar a los culpables del crimen de Guibea a las otras tribus israelitas para que los castigasen con la muerte, los de la tribu de Benjamín fueron atacados. No hay que olvidar que los de la tribu de Benjamín eran también israelitas, incluyendo a los habitantes de Guibea. Dice la Biblia: "Los benjaminitas se vieron derrotados, pero los hombres de Israel habían cedido terreno a Benjamín porque contaban con la emboscada que pusieron contra Guibea. Los emboscados se lanzaron, desplegándose rápidamente, acometieron contra Guibea y pasaron a cuchillo a toda la ciudad" (Jueces 20, 36-37). Tras resistir finalmente los guerreros benjaminitas fueron derrotados en batalla. Dice el libro de los Jueces: "Cayeron de Benjamín dieciocho mil hombres, todos ellos valientes. Los sobrevivientes volvieron la espalda y huyeron hacia el desierto, hacia la peña de Rimmón. Pero hubo como cinco mil que fueron ejecutados en los caminos. Luego persiguieron a Benjamín hasta Guideón y mataron dos mil hombres. En total aquel día murieron veinticinco mil hombres de Benjamín que manejaban la espada, todos ellos valientes. De los que huyeron al desierto hacia la peña de Rimmón, seiscientos hombres escaparon. Allí se quedaron cuatro meses. Las tropas de Israel se volvieron contra los pueblos de Benjamín y los pasaron a cuchillo, tanto las poblaciones como el ganado y todo lo que había. Incendiaron también todas las ciudades que encontraron" (Jueces 20, 44-48).

Antes del crimen de Guibea, el israelita Abimelec, "... mató a sus hermanos, los hijos de Jerubaal (Gedeón), setenta hombres, a todos sobre una misma piedra" (Jueces 9, 5). Después de esto fue hecho rey, y por rebelarse la ciudad de Siquem a su tiranía, Abimelec "al tomarla, mató a todos sus habitantes, arrasó la ciudad y esparció sal sobre ella" (Jueces 9, 45) para que nada creciese en su suelo. Después mató a los habitantes de la torre de Siquem que se habían refugiado en un subterráneo, asfixiándolos con fuego y humo: "Así murieron todos los habitantes de la torre de Siquem, unos mil hombres y mujeres" (Jueces 9, 49). En la imagen, Abimelec sentado sobre la piedra donde mató a sus 70 hermanos israelitas, posiblemente como sacrificios humanos al dios Baal:



Pero el drama no se acabó así. Los israelitas de las otras tribus se lamentaron "llorando con grandes gemidos" (Jueces 21, 2) que tras masacrar a todas las mujeres y niñas de la tribu de Benjamín sus hombres supervivientes no podrían procrear, corriéndose el peligro de que la tribu de Benjamín -una de las doce de Israel- se extinguiese, ya que los de las otras tribus de Israel habían jurado en Masfá al estar allí congregados contra los de Benjamín que no darían sus hijas en matrimonio a los benjaminitas por el crimen de Guibea. La solución de los israelitas victoriosos en la guerra contra Benjamín fue masacrar a aquellos israelitas que no se congregaron en Masfá con los representantes y miembros de las tribus que atacaron y destruyeron a la tribu de Benjamín, para así capturar a sus mujeres vírgenes y dárselas a los 600 supervivientes de Benjamín para que estos las tomasen por la fuerza y violasen y así engendrasen su descendencia.

Dice la Biblia: "Entonces [los israelitas] se dijeron: '¿Cuál es la tribu de Israel que no subió ante Yavé en Masfá?'. Y vieron que nadie de Jabés de Galaad había venido al campamento para la asamblea. Habían hecho el censo y se dieron cuenta que no había nadie de Jabés de Galaad. Entonces la comunidad mandó allá doce mil hombres de los valientes con esta orden: 'vayan y pasen a cuchillo a los habitantes de Jabés de Galaad, incluidos las mujeres y niños. Esto es lo que harán: Maten a todo varón y a toda mujer que haya conocido varón, pero dejen con vida a las doncellas'. Así lo hicieron. Entre los habitantes de Jabés de Galaad encontraron cuatrocientas muchachas vírgenes que no habían conocido varón y las llevaron al campamento a Silo, que está en el país de Canaán" (Jueces 21, 10-12). Los israelitas les dieron las vírgenes a los benjaminitas para que las violasen y engendrasen hijos: "Les dieron las mujeres de Jabés de Galaad que habían quedado con vida, pero no hubo suficientes para todos" (Jueces 21, 14).

Entonces los jefes de los israelitas que masacraron a la población de Jabés de Galaad excepto a las 400 muchachas vírgenes le aconsejaron a los benjaminitas sobrevivientes que raptasen a muchachas israelitas y las violasen para que los padres de las jóvenes aceptasen que sus hijas fuesen mujeres de los benjaminitas. Así dice la Escritura: "Pero se dijeron: 'Es ahora la fiesta de Yavé, la que se celebra todos los años en Silo, al norte de Betel, al oriente de la calzada que sube de Betel a Siquem, y al sur de Leboná'. Aconsejaron, pues, a los benjaminitas: 'Vayan y preparen una emboscada entre las viñas. Estén alerta y cuando las muchachas de Silo vayan para danzar en coros, salgan de las viñas y que cada uno se rapte a una mujer y váyase a la tierra de Benjamín'" (Jueces 21, 19-21). Lo cual hicieron los benjaminitas. ¿Genocidio, violaciones masivas de muchachas (que muchas habrían sido menores de 18 años)? Los españoles no hacían esto ni durante la conquista ni durante los siglos de colonización de América, pero sí los antiguos israelitas en su llamada tierra prometida según su propia historia bíblica contenida en el Antiguo Testamento. Esto se lo vuelvo a recordar a los angloamericanos estadounidenses conservadores que son fundamentalistas religiosos cuando juzguen la labor civilizadora de España en América, que deben en dicho caso comparar con la labor destructora y exterminadora de los antiguos israelitas en la tierra de Canaán antes que a ello digan "Amén".

Desde un punto de vista humanitario, las masacres cometidas por los antiguos israelitas no fueron distintas a las carnicerías de tutsis cometidas con machetes en Ruanda y Burundi a fines del siglo pasado. El fanatismo religioso que llevaba a los israelitas a matar y destruir a diestra y siniestra en nombre de Dios no es distinto al fanatismo religioso visto en Afganistán o en Siria por los que combaten a los gobiernos de esos países, siendo aún peores los antiguos israelitas que masacraban a ciudades enteras sin misericordia. Justificar el genocidio con justificaciones religiosas sigue siendo justificación de genocidio. Le recuerdo a los conservadores angloamericanos que los españoles traían el cristianismo a los indios y su evangelización fue elemento fundacional y fundamental de su labor colonizadora en el Nuevo Mundo. Los antiguos israelitas que tanto reverencian los conservadores angloamericanos fundamentalistas religiosos de EE.UU. se caracterizaban al conquistar la tierra de Canaán tanto por su irracional fanatismo religioso, unido a un sentido de superioridad por considerarse el "pueblo elegido", como por su práctica del genocidio contra todos aquellos que no eran como ellos. Estas malas 'virtudes' sirvieron de inspiración a colonos ingleses y a estadounidenses en Norteamérica al tratar a los indios.

Le recuerdo también a los conservadores angloamericanos estadounidenses que son fundamentalistas religiosos evangélicos, como creyentes del cristianismo, que Jesús vino a reemplazar la violencia, matanzas, crímenes y espíritu de venganza de los antiguos israelitas, descritas en esa valiosísima fuente histórica que es el Antiguo Testamento. Pero si son creyentes cristianos, rechacen todos esos crímenes, condénenlos y más bien practiquen en su lugar el mensaje que Jesús enseñó. Si son creyentes, creerán que Jesús como el Hijo de Dios es el Alfa y la Omega, el principio y el fin, eterno como el Padre, sin comienzo ni fin. Por consiguiente, desde un punto de vista religioso para los que creen y quieran creer, el mensaje de amor y paz de Cristo fue la voluntad de Dios desde el principio, siendo eterno este mensaje como eterna es su misericordia. Así, Jesús el Hijo de Dios predicó: el que a hierro mata a hierro muere; haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti; ama a tu prójimo como a ti mismo; el corazón de Dios es misericordia, amor y compasión como aparece en la parábola del hijo pródigo; y que los mandamientos de la Ley de Dios para toda la humanidad incluyen el no matar, no robar y no codiciar los bienes ajenos. Todas estas enseñanzas eran válidas también para Moisés, Josué, el rey David y los antiguos israelitas pero, por su crueldad, maldad y dureza de corazón, fueron incapaces de entender y seguir.

Así que le recomiendo a los conservadores angloamericanos estadounidenses, y en particular a los fundamentalistas religiosos evangélicos, que dejen atrás e ignoren los crímenes de Moisés, Josué, el rey David y sus israelitas en el libro de historia que es el Antiguo Testamento. Que a dichos crímenes los tomen como un mal ejemplo a no seguir, y que más bien solo vivan y sigan el mensaje de Cristo del Nuevo Testamento como cristianos que pretenden ser, mensaje que los españoles introdujeron en América a los indios, predicándolo a todas las razas en el Nuevo Mundo, haciendo así la voluntad de Jesús a través de su Iglesia. Los que quieran entender que entiendan, que los cristianos deben de rechazar los crímenes y el inmisericorde mensaje de odio, violencia, homicidios y venganza del Antiguo Testamento y abrazar incondicionalmente y con fe el mensaje de paz y amor de Jesucristo del Nuevo Testamento. Los españoles abrazaban el Nuevo Testamento y lo inculcaron en América, mientras que muchos ingleses y angloamericanos estadounidenses protestantes han abrazado -y abrazan- erróneamente el Antiguo Testamento sobre el Nuevo Testamento. [Cabe decir como nota final que es preocupante que los modernos israelíes probablemente por orgullo bíblico hayan llamado Jericó-3 a su último misil balístico intercontinental estratégico armado con armas nucleares y con un alcance y capacidad para impactar y pulverizar no solo a ciudades como Moscú y San Petersburgo, sino también, como se ha estimado, a Washington DC y Nueva York].
El Dr. Lajos Szászdi es analista de asuntos de defensa, seguridad y relaciones internacionales, autor,  conferenciante y comentador en la televisión y la radio 

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