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Siria: ¿Pugna de intereses o intereses convergentes?

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Siria: ¿Pugna de intereses o intereses convergentes?
No pocos análisis anteponen los múltiples intereses en liza al momento de exponer las razones de la parálisis de la comunidad internacional ante la violencia extrema que asuela al pueblo sirio (según datos del Observatorio Sirio de Derechos Humanos y del Alto Comisionado de la ONU, desde que se inició el conflicto, a mediados de marzo de 2011, más de 80.000 personas han muerto, en su mayoría civiles).

Se argumenta que las divergentes visiones de los poderes preeminentes, como asimismo de las potencias medias y los actores regionales, son la causa del fracaso de la aplicación del principio de responsabilidad de proteger, surgido del seno del orden institucional, no del orden interestatal (diferencia no siempre apreciada que merece tenerse en cuenta).



Sin duda que existen discordias entre los actores. Desde antes del conflicto, Rusia y China han advertido sobre las consecuencias de un mundo en el que uno de sus actores tiende a transformar su derecho interno en una alternativa al derecho internacional. La contundente reafirmación del principio de soberanía nacional e integridad territorial, sobre todo por parte de Rusia, obedece en buena medida a una percepción que asocia la intervención multilateral con un nuevo ejercicio de colonialismo o predominancia que se sirve de concepciones irrefutables como la de protección humanitaria.

Por otra parte, sin duda que existen reparos de los actores preeminentes en función de lógicas de cuño geoeconómico y geopolítico que obstaculizan acuerdos; por caso, en relación a lo que en Rusia denominan cuestiones cuasi soviéticas, es decir, venta de armas, plaza naval, vínculos económicos, etc., cuestiones que, de suceder un cambio de régimen en Damasco, podrían verse afectadas, colocando a Rusia ante otra dura instancia de derrota, repliegue y humillación.

Dichos posicionamientos no solamente contrastan con los de Occidente, es decir, con los de la comunidad internacional, que no es la comunidad global (otra diferencia no siempre considerada), sino que se los señalan como (ir)responsabilidades internacionales mayores que menoscaban la paz y la seguridad.

En otros términos, mientras hay actores que acompañan y fomentan un nuevo orden internacional cuyo alcance comprende el amparo de los derechos de los pueblos, es decir, un orden inclusivo, lo que significa favorecer a los denominados golpes de la calle y la caída del tirano (asumir la posición correcta, según el especialista Fiodor Lukyanov); hay otros que anteponen sus intereses nacionales y su seguridad nacional, con lo cual impugnan ese orden emergente, con las secuelas que ello implica.

Ahora bien, ¿han cambiado verdaderamente los cimientos de la política internacional como para considerar que lo que oportunamente Brzezinski denominara despertar político global, es decir, el levantamiento generalizado de pueblos sojuzgados, conduzca a actores preeminentes y menores a desmontar o contener su visión y práctica internacional fundada tradicionalmente en previsiones e intereses con el fin de apoyarlos?


Sin duda que no. Claro que existe una mayor conciencia en relación a los problemas globales y a retos que desafían el accionar internacional no colectivo; pero ello no implica cambios mayores o de sustancia en la política internacional.

Desde estos términos, quizá no existan demasiadas diferencias interestatales en torno al conflicto intraestatal de Siria. A las viejas cuestiones relativas a la estabilidad en la región, se suman otras nuevas que refuerzan el hecho relativo a que frente a la guerra en Siria acaso existan más convergencias que divergencias entre los actores extrazonales y zonales.

Las viejas cuestiones implican el factor Asad, es decir, la importancia de esta dinastía al frente del poder político sirio como pieza clave de regulación y estabilidad de Oriente Próximo. Esta compleja región requiere como condición para su estabilidad gobiernos que no adopten decisiones que impliquen fugas hacia delante, es decir, decisiones que alteren el statu quo arrastrándola hacia la confrontación. Vale aclarar que, dado el carácter prácticamente irreductible de los problemas que separan a los actores de la región, en Oriente Próximo statu quo significa alcanzar, en términos próximos de Kissinger, un balance deinsatisfacciones, una instancia o extraña pauta de seguridad de muy difícil consecución.

Si bien es cierto que Siria es uno de los acérrimos enemigos de Israel, la lógica de intereses que caracteriza a la diplomacia siria no ha dejado de ser algunas veces funcional para los intereses de Israel, por caso, cuando el régimen alawita de Damasco (una rama del chiísmo) se ocupó (y ocupa) de gestionar los desbalances de fuerzas en el seno del mundo árabe, por ejemplo, atenuando en su momento regímenes como el jordano o el iraquí o interviniendo en las compulsas inter-confesionales en el Líbano, dondeSiria supo no confrontar demasiado con los israelíes mientras mantuvo en ese tutelado país 40.000 efectivos.

Más todavía, su visión y práctica centrada en losintereses primero puede hacer de Siria un próximo país árabe en firmar la paz con Israel, si este país considera eventualmente que están dadas las condiciones para devolver el Golán a Siria (un territorio ocupado que no forma parte del espacio del pueblo de Israel sino del Estadode Israel, a diferencia de los territorios palestinos ocupados). En tal caso, ello implicaría que las relaciones de Siria con Irán, Hezbolá y Hamás se vean afectadas, sin duda, aunque, según los expertos, llegado el momento Siria sabrá gestionarlas.

En este marco, el apoyo de Occidente al lado correcto quizá deba ser relativizado: desde algún importante centro de reflexión estratégica se sugirió que existe una doctrina Obama frente a la cuestión siria que defiende el statu quo, es decir, la pervivencia de un líder (o régimen) con capacidad de control de sí mismo (como lo demostró hace pocos años cuando Israel habría bombardeado un complejo nuclear en Siria) y garante del balance regional de insatisfacciones.

Desde estos términos de predominancia de intereses, bien observan algunos expertos rusos que la diplomacia obstructiva de Moscú podría estar sirviendo de conveniente tapadera para las reticencias occidentales a intervenir en el convulso país.

En cuanto a los apoyos que reciben los rebeldes sirios de Arabia Saudita y Qatar, la pragmática diplomacia siria les ha demostrado que la carta confesional (razón central de dicho apoyo) se puede tornar relativa al momento de hacer pesar los intereses: no perteneciendo a ellos, el clan Asad ha apoyado en determinadas circunstancias a los grupos sunitas, concretamente Hamás, cuando así lo exigió el interés nacional.

Por otro lado, las nuevas cuestiones también relativizan las divergencias que han hecho que hasta la fecha la comunidad internacional se halle paralizada frente a Siria.

A mediados de 2012, el general israelí Aviv Kochaví se refirió a uno de los escenarios que más inquieta a Israel en relación al conflicto en Siria: la posibilidad de que Damasco pierda el control territorial y Siria, o parte de ella, se convierta en un espacio funcional para el accionar del yihadismo que, desde la visión de este autorizado militar, ha aumentado considerablemente su presencia entre los múltiples frentes insurgentes sirios.

Desde estos términos, el escenario de colapso del gobierno sirio podría implicar para Israel una seria amenaza, puesto que se enfrentaría a situaciones de confrontación asimétrica como la que afrontó en 2006 en el Líbano, cuando, a diferencia de confrontaciones interestatales tradicionales, no alcanzó la decisión militar frente a Hezbolá, situación que provocó serias controversias internas.

Un espacio de disrupción, fragmentado, en el que operarían diversos movimientos o células terroristas (como las que se establecieron hace poco tiempo en el Sinaí) no solamente sería una amenaza para Israel y otros actores o regímenes (apóstatas) de la región, por caso, Bahrein o Qatar, sino para aquellos cuya concepción de seguridad se ha modificado en años recientes en virtud de la naturaleza geopolítica de la amenaza a su espacio territorial: para Estados Unidos, Francia, Reino Unido, etc., un nuevo ataque dentro de su espacio nacional se puede gestar a miles de kilómetros de distancia del mismo, sobre todo en entidades estatales o a-estatales débiles o colapsadas.

Por ello, algunos especialistas han señalado que la reciente decisión de la UE de levantar el embargo de armamento a los rebeldes sirios careció de un análisis estratégico que evaluara cuál debió haber sido la mejor opción: mantenerse indefinida, apoyar el statu quo (que incluye eventuales negociaciones entre las partes en conflicto) o favorecer un cambio hacia la incerteza estratégica.

En breve, en Siria la violencia persiste y se atribuye a la divergencia de intereses de los múltiples actores la razón de la parálisis de la comunidad internacional frente a la misma. En los términos apenas esbozados, ¿existe verdaderamente choque de intereses ante la guerra en Siria, o es acaso la afinidad de intereses la causa de dicha parálisis? 

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