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Siria. La suma de todos los miedos

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Siria. La suma de todos los miedos
Una serie de recientes acontecimientos y advertencias vertidas por funcionarios y exfuncionarios de alto rango (principalmente) de los Estados Unidos han puesto en evidencia la verdadera preocupación en relación a la guerra intra-estatal de Siria (que hasta el momento, según datos de la ONU, ha costado la vida a casi 115.000 personas y más de seis millones de desplazados).

En cuando a los hechos, Washington y Londres decidieron suspender la asistencia militar (básicamente vehículos, municiones y comunicaciones) que desde hacía  más de dos a ños aportaban a la insurgencia moderada siria, es decir, al Ejército Libre Sirio (ELS), por considerar que dicho movimiento (cada vez más difuso) ya “no podía garantizar la seguridad” de los suministros. 
 
Por otra parte, el jefe del Pentágono, Chuck Hagel, sostuvo que la situación en Siria es muy compleja y peligrosa: “Sabemos muy bien lo que son Al Nusra, Al Qaeda y Hezbollah, por lo que no se trata de una elección fácil entre buenos y malos”. En términos más directos, el ex director de la Central Nacional de Inteligencia (CIA) y de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), Michael Hayden, advirtió que la victoria del régimen encabezado por Bachar al-Asad era un escenario “repugnante, pero era el mejor de posibles resultados muy horribles”. Para este influyente estadounidense, la contracara sería la desintegración del país, es decir, un espacio fuera de control. Finalmente, el exdirector adjunto de la CIA, Michael Morrell, manifestó que Siria podría convertirse en el “nuevo refugio” de Al Qaeda, es decir, el mayor peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos.
 
Estos hechos y advertencias corroboran de modo concluyente lo que desde casi el mismo inicio de la guerra en Siria señalaban funcionarios de inteligencia y del ejército de Israel, por caso, los comandantes Aviv Kochaví y Dan Halutz, respecto del posible curso de la confrontación civil hacia un escenario de pérdida de control territorial por parte del régimen de Damasco y toma de control por parte del terrorismo.
 
En otros términos, ello implicaría la conversión del espacio territorial de Siria en una entidad geopolítica altamente disruptiva y plenamente funcional para la galaxia de células y movimientos que operan allí (según datos de inteligencia del Reino Unido, el ejército rebelde se compone de aproximadamente 100.000 combatientes, entre los que hay casi 50.000 terroristas o “yihadistas” –de acuerdo a la terminología israelí- que se organizan y proyectan planes en Siria; otras fuentes señalan que en el país se encuentran milicianos provenientes de más de 60 países).
 
La eventual conformación de un espacio caótico en Siria implicaría una ganancia  de poder para el terrorismo, del mismo modo que lo fueron (y son) los “espacios a-estatales de violencia variable” (“EAVV”) en esa “zona gris” situada entre Afganistán y Pakistán o el Sinaí, o, más recientemente, otras zonas del África como Malí o República Centroafricana, donde la amenaza activó sin mayores dilaciones el principio de intervención por parte del actor que no duda en proyectarse cuando percibe amenazas de proporción en su coto de influencia exterior, Francia. 
 
En suma, casi a nadie conviene que en Siria no predomine el “factor Bashar al-Assad”, es decir, la única garantía de no alteración geopolítica sustancial en un espacio por demás sensible y, por tanto, el único recaudo de (relativa) seguridad local, regional y global.
 
Esta suerte de temor pluralizado es un indicador que relativiza las recientes declaraciones de autoridades políticas y militares estadounidenses en relación al logro de ganancias frente al terrorismo transnacional.
 
La desaparición de Bin Laden fue sin duda un acontecimiento trascendente, aunque ello no implicó un automatismo en relación a la actividad y el accionar del terrorismo transnacional. El significado de la desaparición hay que vincularlo con el cumplimiento de una etapa central: la de dar y acabar con el terrorista global que planificó y perpetró ataques de escala en el espacio más seguro del planeta, pero no el punto final de una lucha que acaso no lo tiene, lo que hace prácticamente imposible definir el término de victoria.
 
La desaparición de Bin Laden implicó el final de la era del “terrorismo personalizado” y el inicio de un ciclo de terrorismo igualmente letal, aunque ahora más difuso y complejo. Salvando distancias, quizá el caso del narcotráfico despersonalizado, desjerarquizado, atomizado e híper violento, que sobrevino tras la desaparición de los notorios líderes de los mega-carteles durante los años noventa, nos ofrezca un paralelo con el terrorismo pos Bin Laden.
 
La amenaza de un activo terrorismo asentado en un formal Estado sirio debería también advertir a aquellos influyentes actores regionales acerca de sus prioridades estratégicas: el “alqaedismo” o “yihadismo” es centralmente antioccidental y antiisraelí, pero también ha desplegado violencia contra las (patrocinantes) petromonarquías apóstatas.
 
En este sentido, en un reciente artículo publicado en la revista “National Interest”, el experto Amir Handjani plantea si Arabia Saudita no debería modificar una política que la está aislando y que puede acabar socavando sus intereses nacionales.
En breve, Siria nos revela que la naturaleza de la amenaza (Tucídides diría el miedo) termina desbaratando toda lógica que defiende lo políticamente correcto; es decir, lo que hasta hace poco era inaceptable, la permanencia del implacable dictador al frente de Siria, termina siendo la mejor opción. 

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