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Putin y Reagan: dos casos de vigorización nacional

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Putin y Reagan: dos casos de vigorización nacional
En un reciente artículo difundido en el sitio online de la prestigiosa revista estadounidense 'The National Interest', el experto Andranik Migranyan considera que hoy el presidente Vladímir Putin podría repetir las palabras que mencionó Ronald Reagan cuando se postuló para presidente de Estados Unidos: sostuvo entonces Reagan, en plena crisis con Irán, que a él no le importaba quién amaba u odiaba a su país: él haría que lo respeten.  

   
 
Migranyan reprende a aquellos que arremeten contra Putin (y contra Rusia) por su concepción vertical de ejercicio de poder, e incluso les reprocha poseer un conocimiento limitado de Rusia. Más todavía, concluye su artículo con un provocador llamamiento: parafraseando a William Safire cuando desde su columna en el 'New York Times' a fines de los años noventa este célebre escritor de discursos se dirigió a Madeleine Albraight y Evgueni Primakov, y les dijo "no tengan vergüenza de decir que son judíos", Migranyan se dirige a O'Reilly, Krauthammer, McCain, Miller y otros, y proclama: "Señores, no tengan miedo de decir que aman a Putin, que sueñan con un líder así para Estados Unidos. Estoy seguro que ello eliminará la pesada división psicológica en la que se encuentran, aplacará sus neurosis y dejarán de envenenar la atmósfera de las relaciones ruso-estadounidenses." 
 
Más allá de las críticas y los llamamientos, es sumamente interesante el paralelo que realiza Migranyan entre Putin y Reagan. Difícilmente se encuentren dos mandatarios entre los que se crucen similitudes: como en su momento Reagan, Putin está al frente de un actor preeminente en ascenso, es decir, un actor con capacidad de respuesta y, por consiguiente, con capacidad de deferencia por parte de los demás actores, particularmente zonales.
 
Pero acaso la principal analogía entre Reagan y Putin radique en su capacidad para detener procesos que amenazaban la misma condición de Estados Unidos y Rusia como actores mayores del orden interestatal.

 
 
Desde principios de los años sesenta y hasta la llegada de Reagan en 1981, Estados Unidos había sufrido una serie de fuertes reveses: es verdad que la Unión Soviética debió finalmente retirar los misiles de Cuba; pero allí existió una negociación que comprometió a Estados Unidos a retirar sus misiles de alcance medio del sur de Europa y a desistir de todo intento de invadir la isla.
 
A partir de esta semivictoria, Washington solamente supo de reveses y humillaciones estratégicas: Vietnam, negociaciones con la URSS (es decir, reconocimiento de paridad estratégica), expansión global de la Unión Soviética, caída de Nicaragua, invasión soviética a Afganistán y, finalmente, la toma de la embajada estadounidense en Teherán. Pero este último hecho fue decisivo para que Estados Unidos decidiera poner en marcha una política de reafirmación de intereses y de reversión de situaciones hasta entonces favorables para la URSS.
 
Ronald Reagan fue el mandatario-reparador, sin duda; pero es importante recordar que la reparación estadounidense se inició durante la última parte del Gobierno de James Carter (incluso se sostiene que atraer a la Unión Soviética a Afganistán en 1979 fue una operación maestra, pues la intervención acabó resultando fatal para la superpotencia).
 
Desde principios de los años ochenta, la URSS ya no se expandió por ningún espacio del mundo: con Reagan Estados Unidos no solamente había recobrado prestigio, sino que, como ocurriera contadísimas veces en su historia nacional, logró un estado de globalismo, credo, nacionalismo y militarismo que, tras la victoria en la Guerra Fría, lo convertirían en un actor inigualado e inigualable; "la superpotencia solitaria", como bien la denominó Samuel Huntington.
 
En breve, Reagan fue el mandatario que logró un momento de inflexión estratégica en la historia estadounidense y en la del mundo, conduciendo el país de la declinación y la humillación a la recomposición estratégica y, finalmente, a la victoria.
 
En 2000, cuando Putin llegó a la presidencia de Rusia, el país no solamente era el resultado de un impacto geopolítico mayor, el derrumbe de la URSS, sino que padecía un estado de declinación interna y externa casi sin precedente.
 
Quizá por considerar que no era Rusia sino la Unión Soviética la que perdió la Guerra Fría , es decir, el comunismo, la dirigencia rusa practicó una política externa de adaptación que implicó un colosal renunciamiento de la defensa y promoción de los intereses nacionales. En tanto Rusia consideraba que junto con Estados Unidos podían liderar un nuevo orden internacional, Estados Unidos razonaba que su victoria y su condición geopolítica excepcional debían dirigirse más allá del fin de la URSS; por tanto, agudizó su tradicional sentido de predominancia y, por medio de recursos mayormente blandos de poder, rentabilizó sensiblemente dicha victoria; es decir, logró que, como efectivamente sostuviera Clinton, "las posibilidades de Rusia para influir en la política internacional fueran las mismas que tenía el hombre para vencer la ley de gravedad".
 
Aunque la visión sentimental de Rusia se fue abandonando, la década del noventa será recordada como los años de la 'Rusia pequeña'.
 
La llegada de Putin implicó una inflexión estratégica: en un breve período, el país recuperó capacidades políticas y centralmente económicas, al punto que hacia fines de la primera década del siglo XXI el país se ubicaba entre las diez economías más grandes del mundo.
 
El reordenamiento interno permitió que Putin ejerciera una política externa activa que fue determinante no solamente para reposicionar a Rusia, sino para evitar que se continuaran ejerciendo contra ella políticas de poder tendientes a restringir su amparo y margen de acción, por caso, en áreas de alta sensibilidad geopolítica donde Moscú debió recurrir a "operaciones de defensa contraofensiva" (Georgia).
 
En suma, existen interesantes similitudes entre Reagan y Putin, pues ambos representan mandatarios que afrontaron situaciones de aguda declinación y humillación nacional a escala externa y lograron revertirlas y reposicionarse. En este sentido, ambos son mandatarios-restauradores. Para ello, ambos recurrieron a factores que en situaciones de peligro nacional son fundamentales: el nacionalismo, la acumulación militar, el heroísmo nacional, etc. En suma, ambos mandatarios lograron que sus países fueran finalmente respetados.  

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