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¿Qué acabó con Washington?

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Es hora de dejar de tomar en serio a Washington, asegura el abogado Philip Howard, quien en su más reciente artículo expone las razones por las que el actual sistema legislativo de EE.UU. está destinado al fracaso.
Howard se pregunta "¿qué probabilidades hay de que el Congreso resuelva los déficits insostenibles, el cambio climático, la decrépita infraestructura, la atención de la salud fuera del alcance, la política de inmigración desordenada, las leyes obsoletas, la función pública inmanejable, los amañados distritos electorales?". Según este autor y experto en los efectos de las leyes modernas y la burocracia en el comportamiento humano, la lista de fracasos del Gobierno democrático de Washington se hace cada vez más larga.
Generaciones de legisladores y reguladores han escrito tanta ley, con tanto detalle, que los funcionarios tienen prohibido actuar con sensatez  
"El principal culpable, irónicamente, es la ley. Generaciones de legisladores y reguladores han escrito tanta ley, con tanto detalle, que los funcionarios tienen prohibido actuar con sensatez. Al igual que los sedimentos en un puerto, la ley se ha acumulado hasta que es casi imposible –de hecho, ilegal– que los funcionarios tomen las decisiones necesarias para que el Gobierno llegue a donde necesita llegar", asegura Howard en un texto publicado por 'The Washington Post'.
 
El abogado explica que las decisiones más rudimentarias del Gobierno requieren "mover montañas". La aprobación de nuevos proyectos de infraestructura, por ejemplo, tarda una década o más. "Los fallos de aplicación se vuelven fracasos de la política".

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Las revisiones de los proyectos de carreteras requerían de un promedio de dos años en la década de los 70, indica el autor. En 2011, ascendió hasta los ocho años. La ley de 1956 que autorizaba el sistema de autopistas interestatales tenía 29 páginas. La ley para rehacer el sistema de bienestar social en 1996 era de 251 páginas. "En este nuevo siglo, los estatutos de las leyes ocupan mil páginas o más".

La responsabilidad humana debe ser restaurada como la filosofía de funcionamiento de la democracia, argumenta Howard. Solo las personas reales, y no las reglas burocráticas, pueden hacer ajustes para equilibrar un presupuesto o para que sea justo, o cambiar sus prioridades. La democracia no puede funcionar a menos que gente identificable pueda tomar decisiones públicas y ser responsable de los resultados.

Pero el problema del exceso de leyes es que es la ley. Nadie, ni siquiera el presidente, puede evadirla. La democracia no puede funcionar hasta que esta densa jungla legal se reescriba para permitir a los funcionarios asumir la responsabilidad de nuevo.

Tarde o temprano, este sistema se derrumbará. Es hora de formar un movimiento para reconstruir esta estructura rota.
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